jueves, 6 de abril de 2017

Josué, Jueces y Rut






El libro de Josué
Ordena Jehová a Josué, después de nombrarle sucesor de Moisés, que tome posesión de la tierra prometida atravesando el Jordán. El Éufrates, el monte Líbano, el desierto de Arabia y el mar delimitan el nuevo hogar de los hebreos. Exhorta Jehová a su nuevo ministro a ser esforzado y valiente y a que no se aparte de la ley mosaica.  
Envía Josué dos espías a Jericó, los cuales al verse sorprendidos se refugian en casa de una prostituta llamada Rahab, a la que los enviados de Josué entregan un cordón grana como señal de misericordia y verdad. Precedidos del arca, el pueblo de Dios atravesó el Jordán cuyas aguas se separaron. Pasó el pueblo y pasó el arca, pero Josué colocó doce piedras en medio del Jordán, allí donde los sacerdotes se habían detenido y cada una de las tribus tomó otra piedra más, en recuerdo de que el Señor secó el Jordán para que pasara su pueblo.
Frente a Jericó acamparon los israelitas y allí colocaron las piedras del Jordán. Después el Señor ordenó una segunda circuncisión, porque todos los que había salido de Egipto había ya  muerto y los nacidos en el desierto no habían sido circuncidados. Celebraron la pascua, el maná cesó y comenzaron a comer de los frutos de la tierra. Un ángel del Señor se le apareció a Josué para indicarle que la tierra que pisaba era santa y debía descalzarse.
Los gritos del pueblo de Dios y los siete cuernos de carnero que hicieron sonar los sacerdotes, provocaron la caída de las murallas de Jericó. La ciudad fue destruida, pasada a sangre y fuego, y solo Rahab y su familia se salvaron. Josué prohibió ocupar la ciudad y la declaró anatema. Sin embargo, Achán de la tribu de Judá cometió anatema al hurtar de los despojos de la ciudad. Por esta razón, Jehová volvió la espalda a su pueblo y este fue derrotado por los de Hai. Tras el castigo de Achán, Jehová ordena emboscar a los hainitas. La ciudad fue tomada y doce mil de sus habitantes fueron pasados a cuchillo. En esta ocasión, Jehová permitió a los israelitas tomar para sí el botín. Levantó altar Josué en el monte Ebal y recitó la ley de Moisés al pueblo.
Las conquistas de los israelitas obligaron a los demás pueblos a unirse para luchar contra ellos. Sin embargo, los gabaonitas decidieron usar la  astucia. Se presentaron ante Josué y simularon venir de muy lejos mostrando el pan mohoso y viejo que portaban. Piden alianza y se muestran siervos. Josué la concede y posteriormente cuando se entera de que ha sido engañado los convierte en lo que dijeron que eran, es decir, siervos: aguadores y leñadores del altar de Jehová.  
Los reyes de los amorreos se unieron contra Gabaón que había pactado con los israelitas y los gabaonitas pidieron auxilio a Josué. Jehová detuvo el sol en su cenit durante todo un día, parece que a petición de Josué, hasta que la victoria fue de los hebreos. Los cinco reyes que formaban la coalición se escondieron en una  cueva. Josué ordenó sacarlos y que los principales príncipes de su gente pusiera un pie sobre el cuello de las reyes. Después los mató y colgó de un madero. Muchos reinos cayeron bajo el poder y la espada del pueblo de Israel hasta conquistar toda la tierra prometida.
Josué reparte las tierras entre las nueve tribus y media porque las otras dos y media quedaron al otro lado del Jordán. Los levitas no entran en el reparto, sino por la parte de sus ganados y rebaños de la tierra en que morasen como sacerdotes. Pero a pesar de ello siguen siendo doce tribus pues la de José se dividió en dos: la de Manasés y la de Ephraim. Se designan después las ciudades de refugio para los homicidas sin yerro y se indican las ciudades donde han de vivir los levitas conforme a lo ordenado.
Concluida la conquista y el reparto, Josué manda a los rubenitas, los gaditas y la media tribu de los manaseitas a sus tierras al otro lado del Jordán, según lo mandado por Moisés. Sin embargo, al salir de Canaán edificaron un altar notorio y las otras nueve tribus y media interpretaron el acto como un sacrilegio. El hijo del sacerdote Eleazar y diez más fueron a pedirles explicaciones. Aclarado que el altar no es más que testimonio de un mismo Dios para mostrar a las generaciones venideras, vuelve satisfecha la expedición al otro lado del Jordán.
Antes de morir Josué exhorta al pueblo a persistir en el cumplimiento de sus deberes para con Jehová. Temedle y servirle. Josué insiste y del compromiso del pueblo pone por testigo a una enorme piedra. Muere Josué y Eleazar, hijo de Aarón, y los huesos de José traídos desde Egipto son también enterrados.

Libro de los jueces
Prosigue la conquista de la tierra prometida encabezada por la tribu de Judá. Sin embargo, estas nuevas acciones se realizan con menos agresividad y los hebreos pactan con los habitantes de las ciudades conquistadas, permitiéndoles permanecer en ellas. Esto provoca el enfado de Jehová, muy probablemente porque los viejos altares no fueron destruidos. El pueblo llora, pero Jehová da una vuelta de tuerca a la situación y  permite la convivencia con otros pueblos para probar al suyo. Así los hijos de Israel habitaban entre los cananeos, heteos, amorreos, fereceos, heveos y jesubeos. Tomaron por esposas a sus hijas e hicieron suyos sus dioses. Jehová los castiga con ocho años de esclavitud en manos del rey de Mesopotamia (es posible que el rey al que alude el texto pudiera corresponder al reino de Mitani, aproximadamente el siglo XIV). Otoniel, de la tribu de Juda, los liberó por lo que estaríamos ante el  primer juez.
El pueblo volvió a tropezar en la misma piedra y el castigo fue dieciocho años de esclavitud en poder del rey de los moabitas. Los liberó Aod matando al rey. Samgar sucedió a Aod,  tercer juez. Reincide por tercera vez y son veinte años los que Jehová somete a su pueblo al yugo del rey de Canaán. La liberación le corresponde a Débora, cuarto juez, que habitaba bajo una palmera. La profetisa manda llamar a Barac para combatir a Sísara, el general de los cananeos. Jehová le dio la victoria, pero Sísara escapó y fue Jael, mujer de Heber Cineo, quien le dio muerte en su tienda. Tras la victoria, se alaba a Jehová en la famosa canción de Debora.  
Mandó Jehová a los madianitas y los amalecitas contra el pueblo de Israel porque tornó a pecar. Gedeón, el quinto juez, es el libertador en esta ocasión. Gedeón derribó el altar de Baal y levantó un nuevo altar a Jehová donde hizo el sacrificio. Pero la gente no estaba contenta y le presionó a Joas, el padre de Gedeón, para que fuera expulsado. Joas no hizo caso y el pueblo se reunió en torno a Gedeón cuando vieron a Jehová empapar de rocío primero el vellón de lana y luego el campo. Jehová seleccionó a trescientos, aquellos que lamieron el agua, para que acompañaran a Gedeón contra los madianitas. Después de la victoria castigo Gedeón a los pueblos que no prestaron su auxilio en la persecución de los  reyes Zeba y Zalmunna.
A la muerte de Gedeón, su hijo Abimelech mató a sus setenta hermanos varones y se hijo coronar rey, pero las gentes de Sichem se levantaron para vengar a los asesinados. Aunque Abimelech arrasó la ciudad y sus habitantes, una mujer de Thebes acabó con su vida arrojándole desde la torre de la ciudad un trozo de una rueda de molino.
Tola sustituyó a Abimelech y Jair a  Tola. El pueblo torna de nuevo a abandonar el servicio de Dios y este lo entrega en esclavitud a los filisteos y amonitas. Jefté el Galaadita es el héroe que vence fácilmente a los amonitas, pero cuando regresa a su casa ve salir a su única hija para recibirlo. Jefté se rasga las vestiduras porque había jurado antes de partir a combatir a los amonitas que ofrecería en holocausto a cualquiera viera salir a recibirle de las puertas  de su casa cuando regresara. La interpretación de la frase “será de Jehová” que acompaña al ofrecimiento en holocausto, ha permitido a los expertos dar sentido al final de la narración al afirmar que la hija de Jefté se entregó al servicio de Dios.
Después de Ibzan, Elón y Abdón, tornó el pueblo de Israel a hacer lo malo a los ojos de Jehová, quien los entregó a los filisteos por cuarenta años. Un ángel se aparece a la mujer de Manoa para anunciarle que a pesar de que es estéril, le nacerá un hijo que libertará al pueblo de Dios. El niño se llamó Sansón. Bajó a la población de Thimnah y se enamoró de una mujer filistea. La mujer lo traicionará rebelando a sus familiares el acertijo planteado por Sansón. Los filisteos fueron a buscarlo a la cueva de Etam para matarlo, pero fue Sansón quien con una simple quijada de burro mató a mil filisteos. Todos sabemos que Sansón se enamora de Dalila en el torrente de Sorekh y le revelará la fuente de su fuerza. Sansón muere ciego, pero se lleva por delante a un buen número de filisteos al derribar la casa de su dios Dagón.
Tras la desaparición de Sansón hay un periodo de confusión en el que no hay líder espiritual. La tribu de Dan emigra hacia Sidón y recoge a su paso los ídolos hechos por Mikhá y un sacerdote levita que estaba a su servicio. Los israelitas atacaron la ciudad de Laisa y mataron a todos sus tranquilos y confiados moradores. Allí instalaron los ídolos de Mikhá. El pueblo de Benjamín quebrantó el sagrado deber de la hospitalidad y después violó y dio muerte a la mujer del viajero. Este dividió su cuerpo en doce trozos y los mando a cada una de las tribus de Israel. El pueblo de Israel inicia una guerra civil para castigar a la tribu de Benjamín. No quedaron más seiscientos benjamitas refugiados en la roca de Remmón. Después de jurar las restantes tribus de Israel que no entregarían sus hijas a los benjamitas sobrevivientes, cayeron en la  cuenta de que ello provocaría la desaparición de una de las tribus de Dios y se buscaron soluciones para proporcionarlos cuatrocientas mujeres.
No había por aquel entonces rey en Israel y cada uno hacía lo que le parecía a sus ojos.

Libro de Rut
El relato transcurre en tiempo de los jueces. Una mujer, Noemín, regresa a Judá en compañía  de sus dos nueras moabitas. Una de ella, Orfá, decide volver con su pueblo; la otra, Rut, continúa el camino con su suegra. En Judá, Rut acude a espigar al campo de Boos, un conocido del marido de Noemín, y allí obtiene consuelo y servicio de la bondad de quien “no ha abandonado su piedad con los vivos ni con los muertos”. Rut subió a la era y durmió a los pies de Boos. Después de que este consiguiera la cesión de los derechos de parentesco tomó a Rut por esposa y de ella nació Obed que engendró a Iessaí (Jesé) que engendró a David.