El libro de Josué
Ordena Jehová a Josué, después de
nombrarle sucesor de Moisés, que tome posesión de la tierra prometida
atravesando el Jordán. El Éufrates, el monte Líbano, el desierto de Arabia y el
mar delimitan el nuevo hogar de los hebreos. Exhorta Jehová a su nuevo ministro
a ser esforzado y valiente y a que no se aparte de la ley mosaica.
Envía Josué dos espías a Jericó,
los cuales al verse sorprendidos se refugian en casa de una prostituta llamada
Rahab, a la que los enviados de Josué entregan un cordón grana como señal de
misericordia y verdad. Precedidos del arca, el pueblo de Dios atravesó el
Jordán cuyas aguas se separaron. Pasó el pueblo y pasó el arca, pero Josué
colocó doce piedras en medio del Jordán, allí donde los sacerdotes se habían
detenido y cada una de las tribus tomó otra piedra más, en recuerdo de que el
Señor secó el Jordán para que pasara su pueblo.
Frente a Jericó acamparon los
israelitas y allí colocaron las piedras del Jordán. Después el Señor ordenó una
segunda circuncisión, porque todos los que había salido de Egipto había ya muerto y los nacidos en el desierto no habían
sido circuncidados. Celebraron la pascua, el maná cesó y comenzaron a comer de
los frutos de la tierra. Un ángel del Señor se le apareció a Josué para
indicarle que la tierra que pisaba era santa y debía descalzarse.
Los gritos del pueblo de Dios y
los siete cuernos de carnero que hicieron sonar los sacerdotes, provocaron la
caída de las murallas de Jericó. La ciudad fue destruida, pasada a sangre y
fuego, y solo Rahab y su familia se salvaron. Josué prohibió ocupar la ciudad y
la declaró anatema. Sin embargo, Achán de la tribu de Judá cometió anatema al
hurtar de los despojos de la ciudad. Por esta razón, Jehová volvió la espalda a
su pueblo y este fue derrotado por los de Hai. Tras el castigo de Achán, Jehová
ordena emboscar a los hainitas. La ciudad fue tomada y doce mil de sus
habitantes fueron pasados a cuchillo. En esta ocasión, Jehová permitió a los
israelitas tomar para sí el botín. Levantó altar Josué en el monte Ebal y
recitó la ley de Moisés al pueblo.
Las conquistas de los israelitas
obligaron a los demás pueblos a unirse para luchar contra ellos. Sin embargo,
los gabaonitas decidieron usar la
astucia. Se presentaron ante Josué y simularon venir de muy lejos
mostrando el pan mohoso y viejo que portaban. Piden alianza y se muestran
siervos. Josué la concede y posteriormente cuando se entera de que ha sido
engañado los convierte en lo que dijeron que eran, es decir, siervos: aguadores
y leñadores del altar de Jehová.
Los reyes de los amorreos se
unieron contra Gabaón que había pactado con los israelitas y los gabaonitas pidieron
auxilio a Josué. Jehová detuvo el sol en su cenit durante todo un día, parece
que a petición de Josué, hasta que la victoria fue de los hebreos. Los cinco
reyes que formaban la coalición se escondieron en una cueva. Josué ordenó sacarlos y que los
principales príncipes de su gente pusiera un pie sobre el cuello de las reyes.
Después los mató y colgó de un madero. Muchos reinos cayeron bajo el poder y la
espada del pueblo de Israel hasta conquistar toda la tierra prometida.
Josué reparte las tierras entre
las nueve tribus y media porque las otras dos y media quedaron al otro lado del
Jordán. Los levitas no entran en el reparto, sino por la parte de sus ganados y
rebaños de la tierra en que morasen como sacerdotes. Pero a pesar de ello
siguen siendo doce tribus pues la de José se dividió en dos: la de Manasés y la
de Ephraim. Se designan después las ciudades de refugio para los homicidas sin
yerro y se indican las ciudades donde han de vivir los levitas conforme a lo
ordenado.
Concluida la conquista y el
reparto, Josué manda a los rubenitas, los gaditas y la media tribu de los
manaseitas a sus tierras al otro lado del Jordán, según lo mandado por Moisés. Sin
embargo, al salir de Canaán edificaron un altar notorio y las otras nueve
tribus y media interpretaron el acto como un sacrilegio. El hijo del sacerdote
Eleazar y diez más fueron a pedirles explicaciones. Aclarado que el altar no es
más que testimonio de un mismo Dios para mostrar a las generaciones venideras, vuelve
satisfecha la expedición al otro lado del Jordán.
Antes de morir Josué exhorta al pueblo
a persistir en el cumplimiento de sus deberes para con Jehová. Temedle y
servirle. Josué insiste y del compromiso del pueblo pone por testigo a una
enorme piedra. Muere Josué y Eleazar, hijo de Aarón, y los huesos de José
traídos desde Egipto son también enterrados.
Libro de los jueces
Prosigue la conquista de la
tierra prometida encabezada por la tribu de Judá. Sin embargo, estas nuevas
acciones se realizan con menos agresividad y los hebreos pactan con los
habitantes de las ciudades conquistadas, permitiéndoles permanecer en ellas.
Esto provoca el enfado de Jehová, muy probablemente porque los viejos altares
no fueron destruidos. El pueblo llora, pero Jehová da una vuelta de tuerca a la
situación y permite la convivencia con
otros pueblos para probar al suyo. Así los hijos de Israel habitaban entre los
cananeos, heteos, amorreos, fereceos, heveos y jesubeos. Tomaron por esposas a
sus hijas e hicieron suyos sus dioses. Jehová los castiga con ocho años de
esclavitud en manos del rey de Mesopotamia (es posible que el rey al que alude
el texto pudiera corresponder al reino de Mitani, aproximadamente el siglo
XIV). Otoniel, de la tribu de Juda, los liberó por lo que estaríamos ante
el primer juez.
El pueblo volvió a tropezar en la
misma piedra y el castigo fue dieciocho años de esclavitud en poder del rey de
los moabitas. Los liberó Aod matando al rey. Samgar sucedió a Aod, tercer juez. Reincide por tercera vez y son
veinte años los que Jehová somete a su pueblo al yugo del rey de Canaán. La
liberación le corresponde a Débora, cuarto juez, que habitaba bajo una palmera.
La profetisa manda llamar a Barac para combatir a Sísara, el general de los
cananeos. Jehová le dio la victoria, pero Sísara escapó y fue Jael, mujer de
Heber Cineo, quien le dio muerte en su tienda. Tras la victoria, se alaba a
Jehová en la famosa canción de Debora.
Mandó Jehová a los madianitas y
los amalecitas contra el pueblo de Israel porque tornó a pecar. Gedeón, el
quinto juez, es el libertador en esta ocasión. Gedeón derribó el altar de Baal
y levantó un nuevo altar a Jehová donde hizo el sacrificio. Pero la gente no
estaba contenta y le presionó a Joas, el padre de Gedeón, para que fuera
expulsado. Joas no hizo caso y el pueblo se reunió en torno a Gedeón cuando
vieron a Jehová empapar de rocío primero el vellón de lana y luego el campo.
Jehová seleccionó a trescientos, aquellos que lamieron el agua, para que
acompañaran a Gedeón contra los madianitas. Después de la victoria castigo
Gedeón a los pueblos que no prestaron su auxilio en la persecución de los reyes Zeba y Zalmunna.
A la muerte de Gedeón, su hijo
Abimelech mató a sus setenta hermanos varones y se hijo coronar rey, pero las
gentes de Sichem se levantaron para vengar a los asesinados. Aunque Abimelech
arrasó la ciudad y sus habitantes, una mujer de Thebes acabó con su vida arrojándole
desde la torre de la ciudad un trozo de una rueda de molino.
Tola sustituyó a Abimelech y Jair
a Tola. El pueblo torna de nuevo a
abandonar el servicio de Dios y este lo entrega en esclavitud a los filisteos y
amonitas. Jefté el Galaadita es el héroe que vence fácilmente a los amonitas,
pero cuando regresa a su casa ve salir a su única hija para recibirlo. Jefté se
rasga las vestiduras porque había jurado antes de partir a combatir a los
amonitas que ofrecería en holocausto a cualquiera viera salir a recibirle de
las puertas de su casa cuando regresara.
La interpretación de la frase “será de Jehová” que acompaña al ofrecimiento en
holocausto, ha permitido a los expertos dar sentido al final de la narración al
afirmar que la hija de Jefté se entregó al servicio de Dios.
Después de Ibzan, Elón y Abdón,
tornó el pueblo de Israel a hacer lo malo a los ojos de Jehová, quien los
entregó a los filisteos por cuarenta años. Un ángel se aparece a la mujer de
Manoa para anunciarle que a pesar de que es estéril, le nacerá un hijo que
libertará al pueblo de Dios. El niño se llamó Sansón. Bajó a la población de
Thimnah y se enamoró de una mujer filistea. La mujer lo traicionará rebelando a
sus familiares el acertijo planteado por Sansón. Los filisteos fueron a
buscarlo a la cueva de Etam para matarlo, pero fue Sansón quien con una simple
quijada de burro mató a mil filisteos. Todos sabemos que Sansón se enamora de
Dalila en el torrente de Sorekh y le revelará la fuente de su fuerza. Sansón
muere ciego, pero se lleva por delante a un buen número de filisteos al
derribar la casa de su dios Dagón.
Tras la desaparición de Sansón
hay un periodo de confusión en el que no hay líder espiritual. La tribu de Dan
emigra hacia Sidón y recoge a su paso los ídolos hechos por Mikhá y un
sacerdote levita que estaba a su servicio. Los israelitas atacaron la ciudad de
Laisa y mataron a todos sus tranquilos y confiados moradores. Allí instalaron
los ídolos de Mikhá. El pueblo de Benjamín quebrantó el sagrado deber de la hospitalidad
y después violó y dio muerte a la mujer del viajero. Este dividió su cuerpo en
doce trozos y los mando a cada una de las tribus de Israel. El pueblo de Israel
inicia una guerra civil para castigar a la tribu de Benjamín. No quedaron más
seiscientos benjamitas refugiados en la roca de Remmón. Después de jurar las
restantes tribus de Israel que no entregarían sus hijas a los benjamitas
sobrevivientes, cayeron en la cuenta de
que ello provocaría la desaparición de una de las tribus de Dios y se buscaron soluciones
para proporcionarlos cuatrocientas mujeres.
No había por aquel entonces rey
en Israel y cada uno hacía lo que le parecía a sus ojos.
Libro de Rut
El relato transcurre en tiempo de
los jueces. Una mujer, Noemín, regresa a Judá en compañía de sus dos nueras moabitas. Una de ella,
Orfá, decide volver con su pueblo; la otra, Rut, continúa el camino con su
suegra. En Judá, Rut acude a espigar al campo de Boos, un conocido del marido
de Noemín, y allí obtiene consuelo y servicio de la bondad de quien “no ha abandonado
su piedad con los vivos ni con los muertos”. Rut subió a la era y durmió a los
pies de Boos. Después de que este consiguiera la cesión de los derechos de
parentesco tomó a Rut por esposa y de ella nació Obed que engendró a Iessaí
(Jesé) que engendró a David.
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