Octava.-
No es la indolencia lo que le
lleva a Séneca a aconsejar separarse de los hombres, sino el cuidado del alma,
pues “nada, excepto el alma, es digno de admiración, para la cual, si es
grande, nada hay que sea grande.” Séneca se siente más útil en su retiro,
ocupándose de las enseñanzas que han de preparar el futuro de los hombres, que
en medio del senado o prestando su sello para legitimar un testamento.
Nona.-
Séneca nos habla de la
interpretación que la escuela de la Estoa debe dar a la afirmación de que el
sabio se basta a sí mismo. Igual que su sabiduría le lleva a no desear los
miembros que le faltan (por amputación o pérdida), pero prefiere que no le
falten; así este mismo sabio se basta a sí mismo, no porque desee estar sin
amigo, sino porque puede estarlo. A pesar de todo, el sabio anhela tener un
amigo “para tener por quién poder morir, para tener a quién acompañar al destierro,
oponiéndome a su muerte y sacrificándome por él.” “Sólo al sabio complacen sus bienes”, porque
el necio no sabe usarlos y aún teniéndolos carece de ellos. El sabio sabe que
todos sus bienes “están conmigo” y ha preparado su espíritu para “no considerar
como un bien nada que se nos pueda arrebatar.” Una preciosa carta.
Décima.-
Insiste Séneca en lo acertado de
huir de la multitud. “No encuentro a nadie con quien preferiría que estuvieras
antes que contigo”, le manifiesta a Lucilio. La soledad aprovecha a quienes
buscan la sabiduría y traiciona a los necios. Cuida de que nada te deprima y
renueva tus votos a los dioses. Aquí Séneca se detiene para hablar de la
plegaria a los dioses y condensa su pensamiento en una bella máxima: “Vive de
tal suerte con los hombres como si Dios te contemplara, habla de tal suerte con
Dios cual si los hombres te escuchasen.”
Undécima.-
No puede la sabiduría más que
atemperar aquellas cualidades que dependen de la naturaleza. En todo caso
elegir a alguien como modelo ayuda a corregir defectos y evitar vicios.
Duodécima.-
Séneca ha cumplido sesenta y dos
años, una edad avanzada para aquella época. El estado de la quinta que posee en
las afueras de Roma, le muestra, como un espejo, su propio reflejo. Comenta a
Lucilio las ventajas de la vejez y ante la interpelación de la muerte afirma
que “nadie hay tan anciano como para no aguardar razonablemente un día más”.
Decimotercia.-
Alaba Séneca a Lucilio que ha
dado muestras de entereza: “ya te lisonjeabas bastante ante la fortuna”. Como
buen estoico Séneca no se atemoriza ante la muerte, conoce su difícil situación
en los círculos del emperador con Tigelino conspirando en su contra y sabe de
la debilidad de Nerón. “Son más, Lucilio, las cosas que nos atemorizan que las
que nos atormentan, y sufrimos más a menudo por lo que imaginamos que por lo
que sucede en la realidad.” Conviene examinar si las “cosas tienen peso por sí
mismas o a causa de nuestra debilidad.” ¡Cuánto debía de saber Séneca del mal que
ronda! Y pese a ello dice: “Aun cuando alguno tenga que venir, ¿de qué sirve
adelantarse al propio dolor? Con suficiente prontitud te dolerás, cuando
llegue; mientras tanto augúrate una suerte mejor.” Y para el peor de los casos
cuando el miedo esté justificado, entonces es cuando hay que acudir al vigor
del alma que sabe moderar el miedo con la esperanza. Impresionante epístola a
la vista de la cierta situación de peligro en la que se encontraba Séneca.
Decimocuarta.-
“De esta manera debemos
comportarnos: no como si tuviéramos que vivir para el cuerpo, sino como quienes
no pueden hacerlo sin el cuerpo.” Un simple ejemplo de la actualidad del
pensamiento de Séneca. Pero los hay también de la profundidad de su sabiduría.
De los tres temores que puede sufrir el hombre, a saber, la enfermedad, la
escasez y la violencia del más poderoso, es este último es el más temible,
porque nos somete con “su sola exhibición y dispositivo”. Por eso el sabio no debe provocar la cólera de
los poderosos y esquivar “el poder político que podría perjudicarle, evitando
ante todo el parecer rehuirlo”. La fina observación de Séneca es encomiable,
pues inmediatamente aclara que “uno condena aquello que rehúye”, y a buen
seguro que acaba por trasmitírselo al rehuido.
Más difícil parece protegerse del
vulgo. El consejo es absoluto: “que tu vida represente el mínimo botín
posible.” Porque “son más numerosos los que echan cuentas que los que odian.”
Para lo demás, y la envidia es motivo de clara preocupación para Séneca,
“acojámonos a la venerable y sagrada filosofía” que “no menos perjudica ser
despreciados que ser admirados”.
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