jueves, 11 de abril de 2013

El americano impasible. Graham Greene.

“Cuando somos desdichados herimos”.
“Quizá la veracidad y la humildad vayan juntas”.
“Cuando somos niños, somos como una selva de complicaciones. Nos vamos simplificando a medida que crecemos”.
(Pensamientos fowlerianos)


Viejas en cuclillas en la escalera.
Fuong y Fowler esperan a Pyle. Fuong hace las cosas como seis meses antes. El retraso de Pyle parece menos importante después de dos pipas de opio. Alguien llama a la puerta no es Pyle, pero viene a buscar a los que esperan a Pyle, el americano impasible. La Sureté francesa. Vigot, el superintendente francés, tiene los pensamientos de Pascal sobre la mesa, que es una forma muy nacionalista de expresar su preocupación por el tiempo. Pyle está en la morgue y son entre las seis y las diez, las horas que le interesan a la policía.
Fowler es un hombre de corbata y zapatos. Estamos en medio de la Primera Guerra de Indochina, una guerra colonial, entre Francia y los nacionalistas de Ho Chi Minh. A primera vista Pyle había llegado a Saigon para corroborar las ideas que el ensayista político York Hardin había vertido en su libro El avance de la China roja. Que es una forma muy nacionalista de afirmar su pertenencia a los servicios secretos. Cuando Pyle llega, Fowler y Foung llevan ya dos años juntos. Fowler es un reportero inglés cuya divisa es no implicarse. Pyle se muestra distinto porque “era capaz de reconocer el dolor cuando lo tenía frente a los ojos”. Fowler es cínico, si por tal entendemos esa mezcla de ironía, burla y sarcasmo que conduce al escepticismo. Pyle enseña su desprotegida inocencia tomando en serio el corazón humano.
Viejas en cuclillas en la escalera.

Phat Diem (Fat Diem como escribe Green) es famosa por su extraña catedral y por la batalla que libraron los franceses y los vietmanitas. Budistas y católicos en una procesión con la imagen de la virgen de Fátima. Nada más acabar la ceremonia procesionaria, agentes del ejercito vietnamita (Vietminj) atacan la ciudad. En la catedral se apelotonan los civiles, Fowler contempla la larga calle vacía. En esta guerra la cara es el uniforme… y los sueños cobran vida: Pyle aparece para despertar a Fowler y decirle que está enamorado de Fuong y que piensa casarse con ella. Este rasgo de decencia, de respetabilidad enmascara a un jugador de ventaja. Él, Pyle, sabe, estamos seguros de que sabe, que el otro, Fowler, tiene mujer en Inglaterra. ¿Fin de la partida? No. Pyle sube la apuesta: el bienestar de Fuong exige que Fowler contribuya activamente a la elección de aquella. Lo dicho, un ecologista de la naturaleza humana. De regreso, en Hanoi, Fowler recibe el telegrama que le devuelve a Inglaterra. Fuong escucha la proposición formal de Pyle en labios de Fowler. La mujer niega, el perro del norteamericano gruñe y el inglés esconde el telegrama. Este escribe a su católica mujer pidiendo que “haga[s] lo que nadie esperaría de ti”.

Al noroeste de Saigón, en Tay Ninh, está el centro sagrado de los caodaístas. Pyle y Fowler vuelve juntos después de la ceremonia anual, se quedan sin gasolina y tienen que pasar la noche en una torre de vigilancia con dos centinelas nativos no vietminj. Hay algo profundamente perturbador en el hecho de poder volver a casa en avión y algo enigmáticamente significativo en que todos los días se parezcan, eso es lo que Fowler trata de hacerle comprender a Pyle. Después viene el ataque y Pyle hace el papel de héroe ante un “auditorio de dos”.

El cinismo de Fowler parece encajar mejor con la abnegación oriental que con la democracia norteamericana. Foung se queda después de conocer todas las mentiras, claro que…, solo aparentemente, porque todo es apariencia: “No se llega nunca a conocer a otro ser humano”. Y menos a una mujer oriental.
¿Vive acaso comprometido Fowler, como le dice el policía francés Vigot? La pregunta no es oportuna: Fuong se ha marchado con Pyle. Hay alguna cosa más: un atentado, unos zapatos manchado de sangre, mesa para uno solo en el Vieux Moulin, la poliomielitis del hijo de Granger… La ceguera de Pyle la remedió una bayoneta oxidada y Fowler no tiene a nadie “a quien poder decirle: lo siento”. Como en el juego del mahjong, Fowler quedará para siempre sobre el tablero al haber perdido a su alma gemela.

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