jueves, 4 de abril de 2013

Epístolas morales a Luicilio (6). Séneca.



Trigésima sexta.-
Se hace necesaria una gran energía para explicar a los hombres que “la prosperidad es cosa turbulenta” y que es preferible “el sosiego a todas las cosas”. Para el joven serio que se ha comprometido con la sabiduría ya no hay libertad, pues es tiempo de aprender, de convertir la voluntad en conducta moral con la que llevar el alma a la perfección. El alma ha de tornarse insensible a cuanto la fortuna pueda dar o quitar y aprender a despreciar la muerte.

Trigésima séptima.-
Lucilio que se ha comprometido con la sabiduría tiene por delante una tarea difícil. Séneca la compara con la de “aquellos que trabajan a jornal para el circo”, esto es gladiadores, pues como ellos, Lucilio se verá obligado a luchar hasta la muerte sin esperanza. Para recorrer este difícil camino es necesaria la filosofía que nos aleja de las “violentas pasiones” y de “la rastreara necedad”. La filosofía hace el camino, la razón mide la zancada y el instinto pondrá en nuestro interior el germen de la curiosidad. «Lo vergonzoso no es que uno vaya a su ritmo, sino que se vea arrastrado y que, inmerso de repente en la vorágine de los acontecimientos, pregunte con sorpresa: “¿Cómo he llegado yo aquí?” ».

Trigésima octava.-
La epístola posee la intimidad de aquello que se dice al oído. Cuando de lo que se trata es de conseguir que alguien “se decida a aprender”, puede resultar conveniente utilizar lenguaje de “arengas”, mas si el tema es aprender, “hay que recurrir a este lenguaje nuestro más sencillo”.

Trigésima nona.-
Séneca confirma que emprenderá la redacción de unos compendios de filosofía para Lucilio, pero mientras tanto, le recomienda que lea “el catálogo de los filósofos […] que han trabajado para ti”. Así como “la llama se eleva en línea recta”, también el alma grande se consagra “a los mejores ideales”: se desentiende de la fortuna y reduce la adversidad. El deseo ha de ser contenido por la moderación natural, sólo así la rama no será quebrada por el peso del fruto.

Cuadragésima.-
Ni el discurso que se destila gota a gota, ni el precipitado en el que las palabras se agolpen atropelladamente en los labios; el sabio ha de poder transmitir su discurso apoyado en la verdad y con la misma armonía que impregna su alma. Séneca se decanta por la soltura del discurso de su maestro Papirio Fabiano, en lugar de la vehemencia de Quinto Haterio. Como el sabio ha de ser modesto en el porte y comedido en el hablar, concluye Séneca: “Te ordeno que seas lento en el hablar”.

Cuadragésima primera.-
Parece una carta de San Pablo. “Dios está cerca de ti, está contigo, está dentro de ti […] en cada uno de los hombres buenos”. Si el alma es aquello que no puede ser arrebatado ni tampoco otorgado, esto es “lo que es propio del hombre”, “vivir conforme a [la] propia naturaleza” es la esencial de la “razón perfecta”. Pero Séneca, consciente de la dificultad de cuanto formula, se pregunta como podrá vencer el hombre “a la turba [que le] empuja”.

Cuadragésima segunda.-
Muy pocos hombres pueden ser considerados buenos, pues incluso aquellos que lo parecen se asemejan a una “serpiente venenosa [que] se manosea sin peligro mientras está rígida por el frío”. Sin embargo, la estupidez humana está muy extendida hasta el punto de que considera gratuito aquello que se ha adquirido a “costa de inquietudes, de peligros, de pérdida del honor, de la libertad y del tiempo”, sin reparar que “con frecuencia tiene el máximo coste aquel por el que no se paga ninguno”. El ingenioso razonamiento de Séneca nos va conduciendo de la mano a conclusiones no por sencillas menos asombrosas. Así si has de desprenderte de algo, piensa que si lo has poseído durante largo tiempo, “lo pierdes después de quedar saciado”; y si lo has retenido en tu poder por un breve lapso, “lo pierdes antes de acostumbrarte a ello”. He aquí la máxima senequista: “Quien es dueño de sí, nada ha perdido”.

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