Un viaje de un par de semanas, el
que transita entre Troya e Ítaca, se convierte para Ulises u Odiseo en un
dilatado ciclo de aventuras que se desarrolla a lo largo de diez años. El de
las mil caras y los diez mil recursos, Odiseo, a un tiempo seductor y seducido,
astuto y nostálgico, dantesco y homérico, ¡Odiseo, tú mujer te está esperando!
La ojizarca Atenea intercede por Odiseo
ante Zeus que accede a sus ruegos. Disfrazada de señor de los tafios y portando
en la mano la fornida lanza de bronce, Atenea se planta en el hogar de Odiseo.
Canta Femio y el corazón de Penélope se entristece. Los pretendientes gritan,
comen, beben y esperan. Telémaco piensa en el consejo de Atenea: salir a buscar
a su padre, Odiseo.
Clama Telémaco contra los
pretendientes de su madre Penélope que devoran la casa. Claman los
pretendientes contra la astucia de Penélope que con sus tejemanejes los
mantiene a todos a la misma distancia. Clama Haliterses interpretando los
augurios que dos águilas dejan en el cielo. Pero Atenea indujo al sueño a todos
los pretendientes y disfrazada de Mentor subió a bordo precediendo al divino
hijo de Ulises.
Nueve toros sacrificaban los
pilios cuando Telémaco ancló en el puerto. Néstor, el caballero gerenio,
domador o guiador de caballos, es quien interroga a los recién llegados.
Ninguna noticia puede aportar el rey de Pilos sobre el destino de Odiseo, pero
cuenta la trágica historia de Agamenón, pastor de hombres.
Menelao, el rey de la Esparta
micénica, recibe a los dos forasteros: Telémaco y Pisístrato, el hijo de Néstor;
pues recuerda que también él comió en hospitalarias mesas hasta que logró
volver. Evoca Menelao al astuto Odiseo que urdió en Troya la “hueca emboscada”
y contuvo férreamente a los argivos hasta que llegó el momento propicio.
Indignado después de conocer la situación actual de la casa del héroe, Menelao
relata la forma en que logró salir de la isla de Faro y cómo llegó a tener
noticias de la muerte de su hermano Agamenón. Sabe, porque así se lo rebeló el
veraz anciano de los mares llamado Proteo, que el hijo de Laertes, el que tiene
en Ítaca su morada, es decir Odiseo, se halla prisionero en poder de la ninfa
Calipso en la isla Ogigia (de incierta localización). Mientras tanto los
pretendientes redoblan el cerco acosador sobre Penélope y, enterados de la
salida de Telémaco, urden una cobarde emboscada para asesinarlo a su vuelta.
Hermes el Argifonte es enviado
por Zeus para que la ninfa Calipso deje salir a Odiseo de la isla donde está
cautivo. Antes de cumplir el deseo del dios, la ninfa advierte a Odiseo de los
peligros que le esperan antes de llegar a su patria y le ofrece la inmortalidad
a cambio de su renuncia a partir. Sale con favorables vientos al quinto día,
pero diecisiete después cuando está próximo a la tierra de los feacios
(probablemente Corfú), Poseidón
desencadena una gran tormenta y otra ninfa, Ino Leucotea, la diosa blanca, rescata
a Odiseo del fondo del mar y lo protege hasta llegar a tierra firme. El
paciente y divinal Odiseo pasa la noche entre las hojarascas de un olivo y un
acebuche.
Atenea, la diosa que protege a
nuestro héroe, se cuela en los sueños de Nausícaa, la hija del rey de los feacios,
Alcínoo, para que se dirija a la ribera del río. El alboroto de las mujeres
despierta a Odiseo que corre a cubrir sus genitales desnudos con alguna rama. Nausícaa
no se ofende por la desnudez del forastero y después de ofrecerle ropas para
que se cubra y de invitarle a comer y lavarse, le aconseja que acuda a la casa
de su padre donde será bien recibido. Precavida, la diosa protectora de Odiseo,
la de ojos de lechuza, le cubre con una densa niebla para evitar que su
condición de extranjero pueda soliviantar a las gentes. Atenea explica a su
protegido la descendencia directa de los reyes feacios del mismo dios Poseidón
y la conveniencia de que Odiseo se gane el aprecio de la reina Arete o Areta. Gracias
a la ayuda de la diosa Atenea, Odiseo es bien recibido. No obstante, el canto
de Demódoco sobre las luchas en torno a Troya entristece al héroe y el mal
desafío que en los juegos le lanza Euríalo, lo enfurece. El rey Alcínoo le
pide, antes de que los barcos feacios le lleven hasta su patria, que revele
quién es y cuáles fueron sus desventuras.
Cicones, lotófagos, cíclopes; Polifemo se burla de las invocaciones divinas de Odiseo y toma a dos de sus hombres por cena y a los dos siguientes por desayuno. El astuto héroe ciega al cíclope y este lanza su maldición: que Odiseo no regrese nunca o si ha de hacerlo porque esté en su destino, que solo lo consiga después de muchas cuitas. Tal vez fuera la postergación que los compañeros de Odiseo observaban en las preferencias divinas, las que los llevaron a abrir el presente que Eolo había hecho a Odiseo con consecuencias de retorno a la posición más alejada de las costas patrias. Después de la experiencia con los gigantes lestrigones, todos se sienten inquietos cuando desembarcan en la isla de Eea. Tenían motivos para la preocupación. Allí vivía la maga Circe que convirtió en puercos a la mitad de los hombres, pero su corazón resultó conmovido por la presencia del laertíada y durante más de un año convivieron juntos en una continua fiesta sin que nadie reparara en la suerte del retorno a Ítaca. Odiseo ha de descender hasta el Hades para interrogar al adivino Tiresias acerca de su futuro y el de sus compañeros. El vate le advierte de la conveniencia de evitar la isla Trinacia y de la gravedad, en todo caso, de causar mal alguno al ganado que en ella pace. Hace una pequeña pausa en su narración Odiseo para que los feacios se muestren conmovidos. En su paso por el Hades, Odiseo se encuentra con la sombra de Agamenón que se lamenta de la traición de su esposa Clitemnestra de quien recibió la muerte a su regreso, con la de Aquiles que pregunta por las muestra de valor que ha dado su hijo Neoptólemo, con la de Ayax, aún resentido con Odiseo por el reparto de las armas de Aquiles; observa los trabajos de Sísifo, las torturas de Tántalo y una muy lejana imagen de Heracles.
Resignada Circe a perder a su
amado Odiseo, le previene contra los peligros de su viaje hasta Ítaca: los
cantos de las sirenas, los que se esconden en el interior de la gruta donde habita
el monstruo Escila, la devastación que causa entre los navegantes las peñas
erráticas y la insaciable fuerza del remolino de Caribdis. No sin bajas pasó la
embarcación de los héroes entre Escila y Caribdis (tradicionalmente se ha
identificado con el estrecho de Mesina). Tan fijado estaba el destino que los
dioses adormecieron a Odiseo para que sus compañeros pudieran aliviar el hambre
dando muerte a las vacas del dios Sol, el hijo de Hiperión. Zeus lanzó su rayo
contra el barco que navegaba ya lejos de la isla de las sagradas vacas y Odiseo
quedó solo y náufrago. Nueve días erró por el mar hasta llegar a la isla
Ogigia, donde vive Calipso.
Concluido el relato, los feacios
despiden a Odiseo con múltiples regalos y lo conducen hasta las playas de Ítaca
en cuyas arenas lo depositan dormido, colocando junto a un olivo todas las
riquezas entregadas. Sin embargo, Poseidón castigó a los feacios por ayudar a Odiseo convirtiendo en
peñasco el barco en el que regresaban a Esqueria. Para evitar que fuera
inmediatamente reconocido por amigos y vecinos y los pretendientes avisados,
Atenea oculta tras una nube a Odiseo y después le desfigura hasta convertirlo en
un pordiosero que nadie podría reconocer. De esta guisa, Odiseo entra en la
majada de su porquero Eumeo quien lo toma por lo que representa, esto es, un
viejo vagabundo. A las preguntas del porquero, Odiseo responde contando una
serie de aventuras menos fabulosas que las verdaderas. Por su parte la diosa
Atenea viaja hacia Esparta para introducirse en los sueños de Telémaco y
sugerirle su vuelta a casa. El regreso de Telémaco pone al descubierto las asechanzas
de los pretendientes y el amor que su madre Penélope le profesa. El divinal
Odiseo se hace acompañar por su porquerizo, quien sigue tomándolo por un
vagabundo, hasta la fiesta que los pretendientes celebran en el palacio de la
reina Penélope. Festines diarios en los que se consume desde hace años todo el
patrimonio del héroe. A solas con Penélope, el vagabundo fingido asegura
conocer a Odiseo y tener certeza de que su regreso está próximo. A un descuido
de Atenea debe achacarse que el reconocimiento de Odiseo por la vieja aya
Euriclea, pues aquella que emborronó con aspereza la piel del héroe, dejó
intacta la cicatriz que le infirió un jabalí en el monte Parnaso. Junto “a las
arcas de los perfumados vestidos” de la divina Penélope reposaba el arco y la
aljaba de su marido, un reglado de Ífito Eurítida, el semejante a los
inmortales. Penélope propone un certamen para probar la destreza con el arco de
los pretendientes. Leodes, hijo de Énope, es el primero en fracasar. Eurímaco,
hijo de Pólibo, se avergüenza de no poder armarlo y Antínoo, hijo de Eupites,
desiste del intento. Este es el primero en caer bajo las saetas del arco
manejado por Odiseo que se desprende de su disfraz para dar comienza a la
matanza de los pretendientes. Junto a él luchaban su hijo Telémaco, Eumeo y
Filetio, el boyero. Perdonó la vida a Femio, el aedo cantor, y a Medonte, el
heraldo que siempre era amable con Penélope. A las esclavas infieles que habían
mantenido relaciones con los pretendientes, les negó Telémaco la dignidad del
bronce y ordenó ahorcarlas.
Tras purificar la casa con
azufre, Odiseo manda llamar a su esposa Penélope, adormecida por Atenea durante
toda la lucha. Veinte años después de que Odiseo partiera para “aquella Ilión
perniciosa y nefanda”, Penélope penetra en la misma estancia en la que se
encuentra el héroe. Su corazón de mujer abandonada cubierto de las cicatrices
de la soledad no es fácil de convencer. Desconfía de que ese forastero en el
que no acaba de reconocer a su marido, no sea sino otro pretendiente más
porfiado. Los detalles del lecho creado por el mismo Odiseo acaban por
convencerla. El regreso se ha consumado. Los dioses han abolido el tiempo e
imponen la paz. Odiseo vuelve a Ítaca tarde, mal y solo. Embustero, astuto y seductor
no es indiferente a los dioses ni a los hombres.
Si bajo el nombre de Homero hay
un único poeta o una multiplicidad de autores ha sido y continúa siendo una
cuestión muy discutida. Los “cabezazos” de Homero son pocos, pero tan
llamativos que dejan a los unitaristas sin argumentos para sostener su postura.
Y sin embargo, esa voz única y perfectamente identificable que suena constante
bajo los versos, desmiente las pretensiones de los analíticos.
A los griegos, Homero los llama
de tres formas distintas: aqueos, dánaos y argivos. Explica Bowra que este
último parece proceder de una época anterior a la invasión de los dorios en la
que todo el Peloponeso se conocía como Argos. A los troyanos, dárdanos por la
región que habitan y también teucros porque Teucro fue el mítico rey de la
Tróade.
Los constantes y repetidos
epítetos que con ligeras variantes Homero aplica a lugares, personajes y
dioses, proporciona una gran unidad a la epopeya creando un universo muy
particular, algo así como una comunidad en la que todos se conocen. La grosería
y brutalidad que los pretendientes ponen de manifiesto son un reflejo del
cambio de los tiempos porque la era de los héroes ha quedado atrás y el triunfo
de Odiseo sea, tal vez, el último.
Hay también en la Odisea una
magnifica lección de síntesis política y social. La ninfa Calipso y la maga
Circe ofrecen una visión del matriarcado mágico y autosuficiente que se
contrapone con la brutalidad cavernícola y viril del mundo de los cíclopes. Y
de isla a isla: Esqueria acoge el espacio ideal de los feacios donde el orden,
la rectitud y la virtud (la esposa del basileus Alcínoo se llama precisamente Areté)
convierten en natural el don de la hospitalidad al extranjero, Odiseo, a quien
cada uno de los doce basileis ha de entregar un manto, una túnica y un talento
de oro.
Odiseo es el último héroe, un
superviviente heroico en un mundo que ya no lo es. Si bien se mira no han
transcurrido más que diez años desde el final de la guerra de Troya, por lo que
es muy posible que sea aquí, justamente en el panorama político y social de
Ítaca, donde Homero plasma su propia época contemporánea.
La grandeza rebosa por los cuatro
costados homéricos. Hasta el propio Argo, el perro de Odiseo que muere echado
sobre un montón de estiércol y cubierto de garrapatas, la posee porque el final
es el apropiado en el momento apropiado. Platón criticó a Homero por su poco
apego a los dioses y abusar de las emociones. Pero el aedo hizo mucho más al
convertir el sino de los héroes en materia de canto y como dijo Bowra: “El
canto los conmemora, los trasciende y los eleva al orden imperecedero del ser”.
Con hilo de lino y gancho de bronce Homero pesca en los mares del tiempo la
valía testimonial del héroe que siempre elige hacer aquello que de él se
espera.
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