¿En quién hallaré yo fe? ¿Adónde hay verdad?
¿Quién carece de engaño? ¿Adónde no moran falsarios? ¿Quién es claro enemigo?
¿Quién es verdadero amigo? ¿Dónde no se fabrican traiciones? ¿Quién osó darme
tan cruda esperanza de perdición? (Calisto a Melibea)
Auto X
Pena de tal forma Melibea por un repentino amor hacia Calisto, que solo se explica por hechizo. Así dice Melibea que “me comen este corazón serpientes dentro de mi cuerpo” y recordemos que Celestina le dejó un ovillo impregnado con el conjuro hecho con aceite serpentino. A Celestina, Melibea pide remedio: que fue aquella causante de la desazón al venir pidiendo oración para aquel caballero que tenía dolor de muelas. El mal de Melibea es “amor dulce…, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una blanda muerte”. Melibea se desmaya cuando Celestina pronuncia su nombre: ¡Calisto! Todo está hecho sólo le falta a Celestina concertar la primera entrevista: esta noche a las doce.
Auto XI
Celestina da cuenta a Calisto de la cita concertada y
regresa a casa con una cadena de oro que
Calisto le entrega por sus servicios.
Auto XII
Se aproxima la medianoche con
algunas dudas en el número de las campanadas y armados los tres, Calisto,
Pármeno y Sempronio, van hasta la casa de Melibea. Quedan los dos criados en la
calle, dando muestras en su conversación de una cobardía manifiesta. Calisto se
aproxima a la puerta. Melibea finge rechazarlo para probar la certeza del amor
que Calisto le confiesa. Dos horas dura la conversación con la puerta de por
medio y cita para mañana. La cobardía de los dos criados de Calisto les hace
estar tan presto para la huida que basta el ruido de la ronda del alguacil para
que den las primeras carreras, mal van estos a defender a su amo si fuera
necesario. Y mientras esto acontece
oímos a Calisto presumiendo de los muy “escogidos” suyos ante Melibea. Se va
Calisto y los padres de Melibea con el alboroto de la calle se despiertan.
Creen oír ruido en la habitación de su hija y la llaman. Calisto con sus
criados regresa a casa, el amo se acuesta y los criados van a buscar a
Celestina para cobrar su parte. La puta vieja, como la llama Pármeno, se niega,
hay discusión, amenazas y finalmente los criados le dan muerte huyendo por la
ventana.
Sorprende de Celestina que no
sepa entrever con su astuto e intelectual ojo, las pretensiones que traen
Sempronio y Pármeno en la visita postrera. El diablo que tantas veces estuvo
“aparejándole oportunidades”, esta vez cambió de bando y acabó “arreciando el
mal a la otra”. Es difícil expresar qué hace a este personaje tan especial. Hay
probablemente una destreza locuaz que le permite inhalar el veneno de su trampa
dialéctica en las víctimas sin que estas adviertan nada. Pero sobre todo una
ambivalencia nunca disfrazada que sabe combinar el interés ajeno con el propio.
Auto XIII
Sosia, el mozo de espuelas de
Calisto, regresa con la noticia del ajusticiamiento de Sempronio y Pármeno por
el homicidio, la noche anterior, de Celestina. Se siente morir Calisto tras
enterarse de la muerte de sus tres secretarios (guardadores de sus secretos) y de
que de boca en boca corre por la calle la causa de la muerte: una cadena de oro
que la vieja no quiso partir con ellos y que había recibido de Calisto. Resuelve
este dos cosas: una, fingir que durante los hechos no estaba en la ciudad y
dos, llevar escalas esta noche para franquear los muros del huerto donde la
espera su amada Melibea.
Auto XIV
Calisto se retrasa y Melibea se
muestra preocupada. Sosias y Tristán, el más joven de los sirvientes de
Calisto, arriman la escalera a la pared del huerto. Escala Calisto y ya dentro
del huerto abraza a Melibea quien le reprocha su desmesura. Fuera quedan Sosias
y Tristán que se lamentan de lo poco que a su amo le ha durado el dolor por la
muerte de Sempronio y Pármeno. Poco después oyen el lamento de Melibea por
haber perdido la virginidad a manos de Calisto. Apasionada aquella le despide,
seco este manda poner la escala a sus criados que esperan del otro lado. Ya
solo, Calisto desgrana un largo monólogo. Se muestra el amante cobarde, pues
decide recluirse en su gabinete hasta que la noche llegue para no tener que dar
la cara por lo sucedido con Sempronio y Pármeno, y egoísta porque todos sus
pensamientos se concretan en el placer disfrutado y en el por disfrutar.
Auto XV
Aparece Centurio, un soldado
bellaco y truhán, que vive a expensas de Areúsa y esta le cubre de reproches. Llega
Elicia cubierta con manto negro y le da noticia de las muertes acaecidas.
Elicia explica a Areúsa que Celestina se negó a compartir la pulsera o cadena de
oro que le había dado Calisto y que como Sempronio y Pármeno venían cansados de
haber estado toda la noche acompañando a Calisto, se enojaron de verla tan
codiciosa y la acuchillaron. Poco se lamenta Areúsa por la pérdida de Pármeno y
mucho Elicia por la desaparición de Celestina culpando de lo sucedido a los
amores de Calisto y Melibea. Areúsa propone que sea Centurión quien tome
venganza de la muerte de los tres y Elicia se desentiende por no perder la casa
de Celestina.
Auto XVI
Pleberio y Alisa, por lo que se
deduce padres viejos de hija única, se muestran preocupados por el futuro de
Melibea a quien quieren casar. Nada, ni siquiera un matrimonio dispuesto por
sus padres, hará que Melibea se separe de Calisto. Alisa, la madre, se muestra
ciertamente ingenua y hasta necia al pensar que su hija es tal inocente que
apenas sabe nada de lo que es un hombre. Mala cosa es, además, que tras la
muerte de Celestina “no hay quien reponga virgos”.
Auto XVII
Elicia necesita consuelo pues con
el luto la casa es poco visitada y no entra ni blanca (dinero), ni presente
(regalo) y decide traer materia (sacar enseñanza) de lo que Areúsa le dijo: que
llorara poco, “que los muertos abren los ojos de los que viven, a unos con
haciendas, a otros con libertad, como a ti”. Llega Sosia estando las dos primas
juntas y Areúsa se propone sonsacarle cuanta información tenga sobre los dos
amantes y manda esconderse a Elicia. Así se enteran ambas que la próxima cita
entre los amantes está prevista para esa misma noche por la parte de la calle
del Vicario gordo, en las traseras de la huerta.
Auto XVIII
Elicia y Areúsa van hasta la casa
del bravucón Centurio y le piden que vengue la muerte de Sempronio y los otros.
Centurio se muestra fanfarrón hasta lo cómico y dice ya saber todo cuanto
Areúsa le ha sonsacado a Sosia, dando así a entender que eran ya de dominio
público las citas entre Calisto y Melibea. Areúsa encarga a Centurio la muerte
de Calisto que aquel acepta, pero todo parece como de chiste porque Centurio no
es más que un valentón, él mismo se pinta como manco de la mano derecha a pesar
de lo cual dice poseer un repertorio de más de setecientas y setenta especies
de muertes. Areúsa se inclina por una que no sea de mucho bullicio y el matón
cavila enseguida cómo excusarse de lo prometido.
Auto XIX
Sosia ya de camino al huerto de
Pleberio comenta a Tristán los favores que dice haber recibido de Areúsa.
Tristán le advierte que esta es “marcada ramera” y sólo engaño puede esperar.
Melibea canta y al otro lado del muro Calisto escucha en silencio, tiende
después la escala y pasa al interior del huerto, donde tiene lugar el encuentro
de los amantes. Tendidos sobre la capa de Calisto, siente este las voces de su
criado Sosia. Tristán avisa tarde porque Calisto se precipita contra el suelo
pidiendo confesión, pero muere sin ella. La única vez que Calisto se olvida de
sí mismo y corre en socorro de otro, sucumbe. Son los criados los que en plena
tragedia toman la decisión para preservar el único bien que a los amantes
queda: la honra. Así como Tristán y Sosia se llevan el cadáver de Calisto,
Lucrecia introduce a Melibea en la casa.
Auto XX
Lucrecia avisa con urgencia a
Pleberio, teme por la vida de Melibea. Sin embargo esta logra desembarazarse de
todos y quedarse a solas en lo alto de la azotea de su casa, lugar desde el que
se arrojará al vacío para reunirse con su amado.
Auto XXI
Pleberio entra en la casa
llorando y Alisa le pregunta la causa de su desesperación. La respuesta de
Pleberio es un lamento fúnebre, conocido como planto o lamento fúnebre.
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