Falto de lucidez, Maximiliano confunde las tinturas
alcohólicas con los alcoholatos y el licenciado Segismundo Ballester no tiene
más remedio que mandarlo a casa con unos derivativos. Vemos al sobrino Rubín
colocándole etiquetas a los frasquitos de jarabe y a la tía registrando las
pertenencias de Fortunata. Busca aquel la calma que pierde en casa por las
sospechas de infidelidad de su esposa; y la tía, por su parte, el guano que
está segura que Fortunata recibe de Santa Cruz. La Maxi-locura adquiere tintes
de criminales venenos que no se consuman por su simplicidad de niño. El verano
termina, los burgueses Santa Cruz regresan a Madrid, Fortuna recibe otra vez
las esquelitas de su Juanito, pero la novedad está en otra parte: en el interés
que el primo Moreno, don Manuel Moreno, el del desamor patriótico, viene
mostrando en los últimos meses por Jacinta. En el fondo este solterón rico no
busca más que un pretexto para despedirse de la vida y no hay nada mejor que
este amor imposible.
Hasta la virtud se convierte en palo para Fortunata. En
noviembre Juanito Santa Cruz busca ya un pretexto para romper por tercera vez
su relación con Fortunata. Loco ya de remate el Rubín boticario, la tía pone de
patitas en la calle a su sobrina política, tras conocer el embarazo de la
misma. ¿Dónde podía ir la desdichada sino a casa del señor Feijoo? Ocurre, sin
embargo, que el agravamiento del estado de Maxi ha sido paralelo al de don
Evaristo. Si a aquel la locura lo ha conquistado por entero, a este la
parálisis lo ha convertido en una
sombra. No hay más amparo que el de tornar al mismo lugar de donde salió
Fortunata la primera vez que se tropezó con Juanito Santa Cruz, a la Cava junto
a su tía Segunda Izquierdo, vecina, por cierto, de Estupiñá.
Muchos años llevan los españoles dándoles duro a los
políticos. No hay más que leer a Galdós para darse cuenta de ello. Tan diestros
eran los españoles de la época en ajustarles las cuentas a los políticos que
sin dificultad calculaban a cuanto de cebada tocaba cada concejal por las mulas
suprimidas en el ramo de jardines. Infinitamente más listos que los ciudadanos
de ahora, los de antes sabían mantener la corrupción dentro del saco de cebada.
Claro que todo eso no quita para que, de vez en cuando, una bomba caiga sobre
la arena del circo político. Verbi gratia: Juan Pablo Rubín es nombrado
gobernador y cinco minutos después en el café ya habla de espíritu de
conciliación y de contemporizar lo necesario para armar el palo.
Casi simultáneamente, la mejoría de Maxi coincide con el
nacimiento de Juan Evaristo Segismundo. El natalicio provoca un haz de
reacciones en el mundo de los personajes galdosianos. Fortunata muere después
de haber dado su merecido al serpentón que la había sustituido en las
preferencias de Juanito Santa Cruz. Esclava
siempre de un destino en que mínimamente podía influir, la sangre de
Fortunata, la del pueblo, acaba en el seno de la familia de los Santa Cruz. La
piedra, la buena piedra de Novelda que adornará su tumba, se parece a la tela
de los sastres y mercaderes de trapos que son siempre los primeros en agradecer
un cambio político.