La noche de San Daniel, la del 10
abril de 1865 es la primera referencia temporal que nos da Galdós. Juanito
Santa Cruz no estuvo entre los muertos o los heridos, pero sí acabó con sus
huesos en la cárcel de donde lo sacó su respetado padre don Baldomero Santa
Cruz y su apenadísima madre doña Barbarita Arnaiz. Después el chico se volvió
juicioso y empollón. Sacó Derecho con Filosofía y Letras a los veinticuatro
años e inmediatamente después dejó de leer. Guapo de cara y porte, rico y
simpático, doña Barbarita está loquita por su hijo. El hermano de esta, don
Gumersindo Arnaiz, se casó con doña Isabel Cordero, que mucho más espabilada
que su marido tuvo la gran idea de especializar la pañería de su suegro en ropa
blanca, librándola así de una segura quiebra, sin que eso le quitase a la
señora de Arnaiz tiempo para dar anualmente el correspondiente fruto
matrimonial hasta un total de diecisiete partos. Aunque solo nueve
sobrevivieron, tenía la familia Arnaiz en nada despreciable problema de que siete
de los nueve fueran hembras. Sin embargo, nadie en Madrid sabía doblar esos
pañuelotes grandes llamados mantones mejor que don Gumersindo Arnaiz. A las
hijas se las fue casando. Unas, como Candelaria, hicieron boda modesta con un
camisero llamado Pepe Samaniego; otras, como Benigna, la mayor, encontró mejor
partido en Ramón Villuendas, hijo mayor de un adinerado cambiante; la tercera,
Jacinta…
El reuma agudo de Estupiñá hace
que Juanito Santa Cruz se tropiece con Fortunata en la escalera de Plácido.
Tonteó Juanito unos meses, los suficientes para que Barbarita tomara cartas en
el asunto y en el ejercicio de su mucho instinto maternal propusiera a su hijo
matrimonio con la prima Jacinta. Se adivina en esta una espléndida, pero
efímera, hermosura, que promete compensarse con cierta tenacidad de carácter.
Unos pocos meses después del anuncio del noviazgo la feliz madre de la novia
murió de repente, unos días antes de que también lo hiciera el general Prim.
En los años setenta de siglo XIX
ya viajaba a Parías hasta el mismísimo Periquillo Redondo que poseía un bazar
de corbatas al aire en la esquina de la casa de Correos, por eso nos sorprende
un viaje de novios tan patriotero como el de los esposos primos. Ocupaban los matrimonios
Santa Cruz una casa propia en la calle de Pontejos con doce balcones que daban
a la plazuela. Hay que ver el gusto y la sutileza con la que don Benito se
detiene en la descripción del pisazo santacrucero y la forma en que casi sin
enterarnos nos revela la personalidad de cada uno de sus ocupantes. A estas
alturas ya tenemos la impresión de que Jacinta parece poquita cosa, un espíritu
monjil obsesionado por una maternidad que no llega.
Si Estupiñá le daba cuenta a doña
Barbarita del estado del mercado entre los rezos de la tercera o la cuarta misa
en san Ginés, Guillermina Pacheco, vecina, amiga y apasionada de la
beneficencia, le administra las limosnas a la señora de Santa Cruz.Con la
marcha del rey, Amadeo de Saboya, el marqués de Casa Muñoz anuncia, con cara
muy parlamentaria, algún trastorno con un poco de república. Por aquel entonces
hombres tenía el país que pensaba lo conveniente que resultaría castigar y escarmentar “a todos los que van a la
política a hacer chanchullos”. Rehostias y recontrahostia de república para
quién se ha pasado en las barricadas desde la Vicalvarada hasta la Gloriosa.
Quien así se expresa es José Izquierdo, alias Platón, el guardador del hijo
abandonado de Juanito Santa Cruz y Fortunata. Jacinta llega a la casa de
Izquierdo justo cuando el ataque del otro José, el de Ido del Sagrario, está en
su cenit: las visiones que la carne en el estómago provoca en un cerebro
reblandecido por el tifus y la miseria.
El Pituso tiene tres años, dice tacos y la mugre le cubre el cuello. Jacinta
y Barbarita están convencidas de que es el vivo retrato de Juanito Santa Cruz,
pero este lo desmiente asegurando sin lugar a dudas que su hijo, aquel retoño
que nació de su aventura con Fortunata, murió de garrotillo un año antes. Estas
navidades de 1873 que tanto juego le estaban dando a la familia Santa Cruz,
culminan en el terreno político con el golpe del general Pavía que decidió
meter a los guardiaciviles en las Cortes el día 3 de enero. Aunque este suceso
no posee la trascendencia de un verdadero acontecimiento, como lo es el
tropezón de los dos Joaquines, Villalonga y Pez, con una Fortunata tan cambiada
que parece otra. Siguiendo su rastro Juanito Santa Cruz se echa a la calle una
y otra vez hasta que un pulmonía...
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