Las primeras acciones bélicas aparecen en el canto III que se abre con el singular combate entre los dos pretendientes de Helena: el actual, Paris o Alejandro, y el antiguo, Menelao. La diosa Afrodita salva a Paris de perecer a manos del atrida. Agamenón proclama la victoria y exige la entrega de Helena. La acción queda en suspenso porque serán los dioses en el canto IV quienes tomen la decisión sobre la continuación de las hostilidades o la aceptación de la exigencia de Agamenón. Entonces, Zeus conducirá la voluntad de Atenea hasta el corazón de Pándaro, vanidoso teucro que pretende pasar a la posteridad por la muerte de Menelao. Buen cuidado tiene la diosa de desviar la flecha hasta el cinturón del héroe. Y mientras Macaón, hijo de Asclepio, cura a Menelao, su hermano, Agamenón, se prepara para la lucha. En manos de su auriga, Eurimedonte, deja los corceles para pasar entre las filas de los dánaos. Sobre los cadáveres de Equepolo y Elefenor, los primeros en caer, teucros y aqueos se quitaban la vida. Odilo, Festo, Escamandro, Fereclo mueren a manos de los mejores caudillos argivos. Pándaro se lamenta de que su arco no consiga más que enardecer a los aqueos, pero Eneas le anima a subirse a su carro para poner fin a la matanza de teucros que Diomedes Tidida está ejecutando. Cruzan sus armas los dos caudillos, Eneas y Diomedes, protegidos por sus diosas, Atenea y Afrodita. Nadie sale indemne, ni siquiera Afrodita cuya divina piel es desgarrada por el mortal bronce del Tidida. Combate singular es el que mantienen Sarpedón, el príncipe de los licios, y el heraclida Tlepólemo. Y el canto se cierra de nuevo con Atenea y Ares de protagonistas.
Con el anuncio de la retirada de los dioses del campo de batalla comienza el canto VI. Acamante, Axilio, Calesio, Dreso, Ofeltio, Esepo, Pedaso, Astíalo, Pidites percosio y muchos otros aliados de los troyanos fueron cayendo bajo las lanzas aqueas. Sospecha Helena que tanta desgracia parece estar hecha para servir de asunto en los cantos venideros. Andrómaca, la infeliz esposa de Héctor, tiene los peores presagios, pues no puede olvidar que su padre y hermanos fueron muertos por Aquiles en la ciudad de Tebas. Si Atenea se muestra decida partidaria de los aqueos, Apolo se inclina por los teucros. Pero ambos están de acuerdo en la conveniencia de detener, momentáneamente, la batalla. Dos heraldos bajan a avisar a los héroes que la luz del día se apaga y los contendientes aplazan la lucha e intercambian regalos de reconocimiento. La derrota de los aqueos irrita a Hera y Atenea que corren en auxilio de sus protegidos, pero Zeus se opone, pues ha empeñado su palabra a favor de los troyanos hasta que Aquiles olvide su cólera hacia el prepotente Agamenón.
La embajada a Aquiles es el tema del canto IX. El ofrecimiento de Agamenón es generoso, pues a la restitución de la hija de Briseo añade riquezas y honores, siete ciudades y tres hijas. Odiseo, Ayax y Fénix más dos heraldos son los designados para convencer al eximio eácida, como nieto de Éaco. Canta el héroe acompañado de argéntea lira o cítara y de su amigo más íntimo, Patroclo, el hijo de Menetio, cuando la embajada entra en su tienda. Odiseo es el primero en hablar y pedir al pelida que deponga su cólera. Aquiles se niega, su herida es tan actual como eterna: el saqueo recurrente de la vileza en la casa del prudente.
El canto X contiene la dolonía que toma su nombre del teucro Dolón que enviado para espiar a los aqueos es sorprendido por Odiseo y Diomedes. La victoria de los teucros sobre los aqueos y la preparación de la intervención de Patroclo se extienden a lo largo de los cantos siguientes. Inicialmente Agamenón rompe las falanges troyanas y entre sus víctimas se encuentran dos hijos de Príamo: Iso y Ántifo, y otros dos de Antenor: Ifidamante y Coón. Sin embargo, este último hiere al atrida, lo que le obliga a abandonar el campo de batalla. Héctor, que observa la debilidad del enemigo, entra como una tempestad y poco después Diomedes y Odiseo han de retirarse heridos. También el gigante Ayax Telamonio tiene que retroceder detrás de su enorme escudo de siete cueros. La victoria de los troyanos resulta tan aplastante que Aquiles manda a su amigo Patroclo a que se interese por el estado de Néstor y Macaón. Frente a las murallas y el foso que protege las cóncavas naves de los argivos, los héroes troyanos bajan de los carros. Cuando Héctor y Polidamante, los más valientes de los jóvenes teucros, atraviesan el foso un águila sobrevuela agorera con una serpiente entre sus garras. No hay para el hijo de Príamo mejor augur que combatir por la patria y el asalto continúa porque no se trata de conquistar, ni siquiera de vencer, es más bien lo que Sarpedón le dice a Glauco: “Vayamos y demos gloria a alguien, o alguien nos la dará a nosotros”. Los argólicos se repliegan a las naves cuando observan a Héctor atravesar los muros defensivos.
Aprovecha Posidón un descuido de Zeus para insuflar ánimo en el espíritu de los aqueos, quienes, gracias a la intervención divina, logran rechazar la acometida de los dárdanos. El deucaliónida Idomeneo, nieto del rey Minos y caudillo de los cretenses, repite la misma divisa que el teucro Sarpedón: entrar en batalla para dar gloria a alguien o que alguien nos la dé a nosotros. Pegados a las naves, los aqueos se recuperan y comienzan a poner en apuros a las falanges de Héctor. Este rehacerse argivo no se confirma hasta la última parte del canto siguiente, el XIV, después de que Hera empleara la astucia, y algo más, para distraer la atención de Zeus. Vuelve este en sí, observa irritado el retroceso de los troyanos y dispone lo necesario para que la guerra vuelva a los costados de las naves aquivias. Sus disposiciones son muy claras: los argivos perderán terreno hasta que Aquiles vuelva a batallar. Así, Posidón desamparó a sus protegidos, los aqueos, y Apolo se puso al frente de los dárdanos.
Cuando ya el fuego llega a las naves, Patroclo, hijo de Menetio, pide a su amigo Aquiles que le deje intervenir portando su armadura. Consiente el pelida que dispone a sus mirmidones bajo los cinco caudillos: Menestio, Eudoro, Pisandro, Fénix y Alcimedonte al mando de Patroclo. Una atroz matanza provoca la aparición del menetíada. Sarpedón, el rey de los licios e hijo del mismísimo Zeus, caen bajo su lanza y otros muchos le siguen. Tal es la destreza del amigo de Aquiles que se necesita una triple intervención para acaba con su vida: la de un dios, Apolo, la de un héroe joven, Euforbo Pantoida, y la del máximo caudillo de los teucros, Héctor Priámida. Patroclo parece un personaje creado exprofeso por Homero para dar una solución natural a la obstinada negativa de Aquiles a intervenir. Ahora es Héctor quien porta la armadura de Aquiles y este necesita, por tanto, nuevas armas para vengar a su amigo. Hefesto se las forjará a petición de Tetis, la nereida madre de Aquiles. El día más largo de toda la epopeya termina con la presencia de Aquiles que como un dios despide fuego por encima de su cabeza. Polidamante Pantoida, augur e íntimo amigo de Héctor, aconseja retroceder hasta las murallas de Ilión. Héctor rechaza el buen consejo y decide enfrentarse a Aquiles al día siguiente.
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