matando y muriendo, y
corría con sangre la tierra.
Ilíada IV, 450-451 (F.
Javier Pérez)
Es la actitud injusta de Agamenón,
ante el legítimo requerimiento del sacerdote Crises, la que provoca la cólera
del pelida Aquiles y esta a su vez la que causa los reveses de los aqueos. Atenea
calma la respuesta impulsiva de Aquiles con la promesa de recibir tres veces
más, suponemos que en el futuro botín de Troya, pero Homero parece estar
haciendo una promesa al lector más de postergación que de anticipación.
Taltibio y Euríbates son los heraldos enviados por Agamenón para que recojan a
Briseida en la tienda de Aquiles. Afirma
Bowra: “El canto I de la Ilíada es un poema exuberante y pulido, con magníficos
contraste de tono y acción, pasiones inflamadas y exaltada elocuencia: comienza
con una crisis y acaba con los dioses retirándose al Olimpo para dormir”.
Sin duda, la guerra de Troya debilitó profundamente el poder de los aqueos hasta el punto de que cincuenta años después (hacia el 1200) se produjo la invasión de los dorios que destruyó prácticamente todo cuanto encontró a su paso, incluida la escritura micénica. Hasta el 750 no se reintrodujo de nuevo la escritura. Los aqueos se refugiaron en Micenas o Atenas y la mayoría huyó por mar para fundar colonias en Jonia. Sin duda se llevarían consigo los cantos que recordaban a sus antepasados y, entre ellos, a los héroes de Troya.
Tan inextricablemente unidos
están Aquiles y Troya que aunque la obra de Homero no cuenta el final, el
lector sabe de su trágico destino paralelo e inminente. La justa queja del
Pelida da la oportunidad a Zeus de contradecir a Hera y Atenea, partidarias de
los aqueos. Sin embargo, los dioses se muestran a lo largo de todo el poema
poco leales con los hombres. El sueño falaz que Zeus manda a Agamenón provoca
en este una reacción desconcertante: en lugar de lanzar su ejército contra
ciudad en la seguridad revelada de conseguir la victoria, da la espalda a las
murallas y sugiere el retorno a casa. Que los aqueos se retiren y dejen
incólume Troya obliga a intervenir a Atenea quien desciende para hablar con su
protegido Ulises, el único capaz de utilizar un ardid que revierta la situación.
Homero comprende y transmite con acierto aquello que el honor exige de la rectitud de los héroes cuya única meta es la gloria reservada a los hombres. Dice Bowra: “El héroe toma una decisión por motivos de honor y paga un alto precio por ella… Esta clase de decisión desastrosa no es asimilable a las que acarrean la catástrofe en la tragedia propiamente dicha. En el primer caso nos topamos con algo que no se puede eludir sin mancillar el honor, pero en la auténtica tragedia los errores suelen deberse a una tacha en el carácter o en la inteligencia, a un exceso o un defecto de la personalidad que enceguece a la víctima y la condena a un destino funesto. El héroe trágico puede actuar de otra forma; el heroico, no. Ahí radica la clave de Aquiles, pero también de Héctor y tal vez hasta de Troya. Tal es el principio que mueve el mundo heroico y le confiere su grandeza y su rigor. La gloria pueda ser una suerte de recompensa; el cumplimiento de la vida heroica estriba en observar los imperativos del honor hasta últimas consecuencias”.
Agamenón es un insensato. No solo se traga de un hambriento bocado el cebo enviado por Zeus en forma de sueño, sino que confía en tomar Troya, después de diez años de asedio, en un solo día. Es la escasa credibilidad de la promesa lo que debería de haber puesto en guardia al atrida. Para orar en torno a su sacrificio mandó Agamenón llamar a los principales caudillos: Nestor (el rey de la arenosa Pilos), Idomeneo (rey de los cretenses, famoso por su lanza), los dos Ayaces o Ayantes, el hijo de Tideo (Diomedes, al mando de los de Argos) y Ulises (caudillo de los cefalenios). Suponemos que también estaría presente Menelao, el hermano de Agamenón, rey de Lacedemonia. Con Ares en la cintura y Poseidón en el pecho marcha Agamenón en el centro de su ejército por la llanura del Escamandro. Aquí detiene Homero la acción para recoger el catálogo de las naves y los contingentes: mil ciento ochenta y seis naves, cuarenta y cuatro caudillos y más de sesenta mil hombres. También entre los teucros hay valientes líderes además de Héctor, el primogénito priámida. Entre ellos destaca Eneas, hijo de Venus y Anquises, que capitanea a los dárdanos, y los hermanos Hipotoo y Pileo. Los troyanos y algunas de las zonas próximas, Misia, Caria y Licia, utilizaban un lenguaje conocido como luvita, muy próximo al hitita. Los aqueos, un sistema silábico llamado lineal B que es una forma arcaica del griego.
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