Comencé esta novela de Fernando
Aramburu con muchas expectativas, dada la fama que la precedía. En los primeros
capítulos me atrapó y bloqueó lo emocional. No podía leer más de un capítulo o
dos por día. No me podía creer mi reacción. Me removía sentimientos, y eso que
yo no me vi afectado directamente ni secundariamente por las consecuencias de
ese entorno tan duro de vivir.
Pero claro, Burgos limita con Bilbao,
así que todo el mundo tiene amigos o familiares en el País Vasco, y son de
todos los colores políticos. Y es un tema de conversación que surgía con
frecuencia en las cenas de los merenderos de las bodegas, en las comidas
familiares, en la calle, en el bar… En teoría al hablar se ofrecían soluciones,
pero en realidad se tomaban posiciones viscerales, se habrían heridas… Eran
años en los que casi todas las semanas morían personas asesinadas por ETA, algunos
años cerca del centenar, y según la Wikipedia, 829 asesinados por ETA en su
historia. Era imposible permanecer impasible ante tanta barbarie.
Yo en aquella época fui durante ocho
años concejal de mi pueblo, y nunca percibí miedo (estábamos lejos del lugar de
los hechos, y además estábamos por un partido que no parecía objetivo de la
banda), pero sí que vivíamos la política en primer plano y seguíamos de cerca
la política nacional.
En algunos
capítulos del libro uno reconoce nítidamente sensaciones vividas en aquella
época de violencia. Recuerdo haber asistido a unas fiestas en un pueblo de
Bilbao, con amigos comunes de juventud, y ver carteles de presos vascos en
calles y plazas, pancartas pidiendo su libertad, pintadas en numerosos muros
con frases ofensivas hacia lo estatal… Y a nosotros, jóvenes de la Castilla
profunda, que defendíamos esa democracia que superaba la dictadura reciente,
nos dolía y afectaba en nuestro interior esa interpretación del problema,
porque nuestra visión era otra. También nos chocó enormemente y nos parecía
inaudito que, en la comida popular de esas fiestas, por los altavoces se
escuchara una grabación con el saludo y felicitación al pueblo en sus fiestas,
de un preso de ETA desde la cárcel. Una experiencia más que quedó grabada fue
la de algunos coches de bilbaínos, que al ir y al volver de ver a su equipo
jugar la final de copa en Madrid, y pasar por el centro de Aranda (entonces no
existían las autovías), los arandinos les insultaban y ellos les tiraban
pesetas llamándoles muertos de hambre. Eran tiempos en los que los instintos
primarios estaban a flor de piel.
Socialmente la novela me parece
atrevida, bien trabada y al gusto de una mayoría de lectores. Cambia de
narrador a protagonista en el mismo párrafo, lo que le da mucha agilidad.
Frases cortas. Capítulos cortos, pero enlazados tres o cuatro a la vez, lo que
le da continuidad. Unos toques de sexo, otros de problemática familiar o
vecinal que nos son cercanos por similitud. Todo ello parece justificar sus
enormes ventas y popularidad.
Literariamente, después del recorrido
de literatura clásica de estos años, la novela me parece muy floja. Le sobran
páginas y capítulos que no aportan nada (¡qué pinta un capítulo entero de una
tarta que regala un señor, y sus problemas para repartirla!) Apenas utiliza
adjetivos, o figuras literarias, o descripciones de paisajes o caracteres, sino
que va directo a los sentimientos.
Es curioso y sorprendente que, casi
al final del libro, en el capítulo 109, parece hacer una incursión y
reflexiones sobre el propio libro, comentando las razones que le llevaron a
escribirlo, por qué él no ingresó en ETA, etc.
Y uno se pregunta ¿cómo cerrará el
libro? ¿cómo será su final? ¡Seguro que muere Bittori, a lo que ya nos va
preparando en el último tercio del libro! ¡Seguro que consigue que José Mari le
pida perdón, y este, con alguna medida de gracia logra salir de la cárcel! Pero
no, no es así. Deja un final abierto. Finaliza con un abrazo entre las dos
partes, entre las dos vecinas que durante muchísimos años habían sido amigas
inseparables. Incluso siembra la duda de que es Miren la que puede morir.
Sírvase usted mismo. Imagine usted su final.
Concluyendo. Fernando Aramburu ha
tenido la audacia de elegir un tema polémico y saber trabarlo con desenvoltura,
con interés, que en sus páginas hace remover sentimientos a los que lo leen,
identificarse con los planteamientos de este o aquel personaje. En mi opinión, es
una novela que pasará a la memoria colectiva y la historia popular, lo que no
es poco, pero no a la historia literaria.
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