jueves, 22 de marzo de 2012

Desde el jardín. Jerzy Kosinski.

Jerzy Kosinski es un escritor polaco, nacido en Lozd en 1933 aunque toda su carrera la desarrolló en Estados Unidos, cuya nacionalidad obtuvo en los años sesenta. Alcanzó la fama con su obra El pájaro pintado, que se inserta dentro de la literatura del Holocausto. Su trayectoria no estuvo exenta de polémica, se le acusó de falsificador y de haber plagiado sus obras, de utilizar “esclavos” para escribir, de excesos en su vida pública y privada, de haber tenido éxito en definitiva. Falleció en 1991.

¿Qué hace Chance en el jardín? Es domingo y arrastra la manguera de uno a otro sendero. El jardín es grande y Chance no es un jardinero cualquiera. No riega las plantas, sino a las plantas, que es muy distinto. Pero también lo es el propio Chance: nunca ha abandonado la casa y su jardín. Sin embargo, ello no quiere decir que Chance no tenga más mundo que la casa y el jardín, tiene además la televisión, la cual representa un espacio y un tiempo peculiar, pues basta dar vueltas al dial para que el propio Chance se modifique. Y es que Chance no sabe leer ni escribir y la televisión es una especie de ventana al mundo. Chance es un hombre con ciertas limitaciones.

El Anciano, aquel que delimitó el territorio de Chance entre el jardín y su habitación, ha muerto. Una firma de abogados convoca a Chance a la biblioteca de la casa. Él no figura en la lista de empleados del Anciano. Entonces si no es el jardinero ¿quién es? Nadie. No puede dar fe documental de su existencia. Para Chance no hay más realidad que su jardín y la televisión. La muerte del Anciano supone su desalojo.

Chance abandona la casa. Hay que recordar que nunca ha salido del jardín, que la única experiencia de lo que sucede ahí fuera es la que ha obtenido viendo la televisión. ¿Puede un hombre sobrevivir con esa sabiduría? No hace más que pisar la calle y Chance se convierte en protagonista de un telefilm: es atropellado por un coche en cuyo interior viaja una hermosa joven, esposa de un viejo magnate, que lo recogerá para conducirlo a su mansión. Y para ser aceptado por esta pareja tan televisiva, Chance no necesita más que tirar de su experiencia de televidente. 

El presidente de los Estados Unidos visita la mansión de Rand. Rand es el viejo magnate y está gravemente enfermo. Chance asiste a la entrevista privada entre Rand y el presidente. Chance se ve sorprendido por una interpelación del señor presidente, reacciona con un consejo de jardinero. El señor presidente lo interpretará tan atinado, que expresará en la subsiguiente rueda de prensa su intercambio de pareceres con Chance, bajo la nueva identidad de Chauncey Gardiner. Y así saltará a los medios de comunicación. Y entre los cuales se encuentra…, ¡naturalmente!, la televisión. Chance en la televisión sustituyendo al vicepresidente. El primer pensamiento de Chance es si el cambio que su aparición en la televisión va a suponer para su persona, será permanente o transitorio. Permanente, Chance, permanente, está uno tentado de decirle al oído. Pero para entonces descubrimos que hay dos Chance: uno que sale en la tele y otro que mira la tele. La mente de Chance no descansa y su clarividencia frente a las cámaras es toda una lección magistral. Aunque se siente agotado y ajeno a la situación, o precisamente por eso, Chance interpreta la insensibilidad de las lentes de las cámaras con pleno acierto: no son más que proyecciones de imágenes, ni la realidad ni el pensamiento puede ser televisado. Chance está lleno de habilidades y espera hasta que el presentador del programa habla de algo que le resulta familiar: de nuevo el símil del jardín y las estaciones. Éxito de Chance. Tras su regreso a la mansión de Rand, EE, la mujer de este, le confiesa que está enamorada de él. Chance se ha convertido en un torbellino. Hace dos días que salió por primera vez al mundo, puede decirse que es un recién nacido, y ya tiene al mundo en sus manos.

Jueves.  Recepción en Naciones Unidas acompañando a EE y la bola de nieve continúa rodando pendiente abajo: Chance conoce el ruso, lo habla y lo lee. Pasa por un hombre muy astuto, que habla poco y se comporta como alguien que carece de debilidades. Todos se apresuran a investigar quién es realmente Chance. El presidente, el embajador soviético, la propia EE. Y las opiniones van llenando la cáscara vacía del traje prestado que lleva Chance: un hombre guapo, apuesto, elegante, que sabe defender su soledad, que representa los intereses de una nueva clase económica… A estas alturas ya de nada sirve la confesión hecha a un editor de que no escribe y tampoco lee. Y hasta su desgana sexual es interpretada como una nueva forma de liberación.

El reencuentro con su hábitat natural, el jardín, pone fin a la novela con la misma naturalidad con la que se inició. Tiene uno la impresión de que cuanto ha sido relatado no es más que un paréntesis en la vida de Chance. Sale del anonimato y retorna a él, se perderá en el jardín, en un jardín cualquiera, donde nunca nadie lo buscará.

El relato está construido entre los dos extremos de la vida de Chance. El reducido mundo de Chance es como el de un caracol: su casa y su jardín. ¿Y quién conoce a un caracol? Nadie. Chance simplemente no existe para los demás, ni siquiera para el Anciano a cuya instancia Chance es recluido en el reducido espacio en el que habita. Chance nunca ha traspasado los muros del jardín, no conoce el mundo exterior más que a través de la televisión, no sabe leer ni escribir y su capacidad de respuesta está limitada a las cosas que conoce: lo que ha visto por la televisión y el ritmo de vida del jardín. Con tan pobres armas, Chance sale al mundo exterior y logra conquistarlo como si fuera un cohete lanzado al espacio. Ese triunfo supone una áspera crítica a una sociedad banal en la que la apariencia, y Chance tiene una buena fachada, lo es todo. Nada hay en la novela que sugiera introspección ni más juicio de valor que aquel que pueda ser emitido por la incandescencia de un programa televisivo. El texto de Kosinski ofrece una extraña visión vertical de la realidad en la que la huella digital humana se parece mucho a la mancha que el caracol deja en la seca corteza de un árbol muerto.

jueves, 15 de marzo de 2012

Rayuela. La lectura/y 3


 
83.- Un intento de definir qué parte del alma se pone en el acto de defecar. De Horacio, suponemos.

142.- El club trata de averiguar dónde residía el poder de la Maga. Da la impresión de que efectivamente ha desaparecido después de la muerte de Rocamadour.

34.- En 31 ya salió a relucir la novela de Galdós que la Maga tenía en la mesa de luz. Se trata de “Lo prohibido”, cuyo inicio es reproducido en las líneas impares de esta casilla 34. En las pares, asistimos a los pensamientos de Horacio, la confesión de su verdadero amor hacia la Maga cuya simplicidad e ignorancia –y lecturas-, chocan con la visión intelectualizada de la realidad que tiene Horacio. La técnica empleada por Cortázar pretende poner de manifiesto la realización simultánea de dos acciones: los pensamientos de Horacio mientras lee la novela de Galdós que ha sacado del cajón de la Maga. Esta ha leído antes de la novela de Galdós y ha tenido unos pensamientos muy acordes con lo que Galdós expresa en su novela; ahora Horacio lee la misma novela y sus pensamientos danzan en una interminable figura sin sentido.

87- Jazz: Duke Ellington y Cottie Williams.

105.-  Morelliana de inusual claridad.

96.- El club entra en el apartamento de Morelli con la llave que este le había entregado a Horacio en el hospital.

94.- Morelliana: química y escritura.

91.- El club en la cocina del escritor, a punto de alzar la tapa de los guisos.

82.- Morelliana: el swing del escritor. Magnífico.

99.- Los miembros del club con el pedantismo por las nubes. Resulta consolador que ya en los años cincuenta se tuviera conciencia del vértigo tecnológico.  Por lo demás lo único aprovechable es la frase de Étienne: “Al final, como siempre, un acto de fe. Sigue siendo la mejor definición del hombre. Ahora, volviendo al asunto del huevo frito…” Genial.

35.- Babs insulta a Horacio, le llama inquisidor, le reprocha su comportamiento con la Maga que se ha marchado a cuidar a Pola, enferma. Algo tiene que ver el huevo frito que despide olor a tumba y la media botella de coñac que se ha tomado Babs. Horacio anuncia el abandono del club.

121.- Poema en inglés de un tal Ferlinghetti (parece de origen italiano). No veo el sentido.

36.- Horacio lame sus heridas bajo un puente, junto a cuatro clochardes. Hay un giro magnífico en el punto de vista del narrador, pues de pronto Horacio pasa a ser el nuevo clocharde. Pero Cortázar no se detiene ahí, satisfecho de su técnica, sino que entremezcla el punto de vista de la clocharde, la compañera de Celestín, con la visión que Horacio y la Maga tenían antes cuando iban juntos al puente y se quedaban mirando a los clochardes. Horacio en el fondo de un furgón policial.

37.- Aparecen Traveler y Talita. Se mueren de ansias por viajar. Se conocieron comprando unos supositorios para la bronquitis, ella es farmacéutica, él trabaja en un circo, tiene un gato calculista.

98.- Horacio, parece Horacio en un momento de su vida incierto y en un lugar más incierto aún. El principio de incertidumbre de Heisenberg…

38 y 39 .- Horacio vuelve “violentamente” a la Argentina. Traveler patea al gato calculista cuando se entera. Chinchulines y vino en el reencuentro de los dos amigos en Buenos Aires. Horacio no quiere contar nada.

86.- Wong abandona Francia, no vale la pena seguir molestándose en “champollionizar las rosetas del viejo”. El neologismo champollionizar es inmediatamente aclarado por la referencia a las rosetas, es entonces cuando te das cuenta de que el verbo hace referencia a Jean-François Champollion, el egiptólogo francés que dio con la clave para descifrar los jeroglíficos interpretando la piedra Roseta. Las citas son del libro El retorno de los brujos de Pauwels y Bergier: esoterismo, parapsicología…

78.- Horacio interpreta su vida de vuelta. Una novia antigua que lo esperó como un hodioso hodiseo (sic), Gekrepten, y un corretaje de cortes de gabardina que vende disfrazada de marinero.

40.- Traveler quiere saber de “aquello” refiriéndose a Francia, pero Horacio no quiere hablar. “Ningún interés” le dice para hacerlo rabiar.

59.- Cita de pescadores, peces muertos y la obligación de aquellos con estos, hecha por Lévi-Strauss.

41.- Horacio endereza clavos sobre una baldosa. Lo que acontece a continuación no tiene desperdicio, es algo así como una obra del más puro esperpento valleinclanesco. Horacio quiere yerba para cebar el mate y se la pide a Traveler que vive enfrente. En lugar de ir a buscarla, ambos deciden que resulta preferible construir una especie de pasarela con dos tablones que parten desde sus respectivas ventanas para salvar la calle que las separa. Talila en el centro que une las dos tablas y a punto de estrellarse contra el suelo, acepta la oferta de Horacio de ¡jugar a las preguntas balanza! Y después Talila se pondrá un sombrero y acabará por lanzar la yerba con clavos que había pedido Horario a su amigo Traveler, y que era lo que justificaba todo este montaje teatrero. Claro que al fin y al cabo, trabajan en el circo como dicen los chicos del barrio que contemplan la escena desde la calle.

148.- Aulio Gelio, el gramático latino del siglo II, explica el origen de la palabra persooona.

42.- Horacio, al fin, comienza a trabajar en el circo. Toda va realmente muy bien.

75.- Una buena muestra del histrionismo bucal de Horacio.

43.- Talita le pide a Horacio que se marche, que deje a Traveler vivir sin su presencia. Pero eso no es posible, Horacio no tiene otro asidero en el mundo que ellos dos: Talita y Traveler. Esos dos nuevos compañeros de juego, del juego de las casillas astrales o celestiales, ese juego que se juzga a través del agujero donde termina la lona de la carpa circense.

125.- Horacio emperrado, acaba por echarse un galgo a sí mismo.

44.- Traveler duerme poco. Por el día, silba tangos y ceba mate o lee. El director del circo está en tratos para comprar un loquero o cambiarlo por el circo. Talita despluma un pato cada quince días, Traveler le corta la cabeza, al pato. Las doce de algún día. Talita, una pelota de tenis. Horacio tirándole un lance a Talita. Y Traveler gritándole al cielo estrellado que cabe en una panera: “¡Qué no! ¡Qué es otra cosa! ¡Malditamente otra cosa, carajo!”.

102.- Dos citas: Musil y Hofmannthal. La voz silenciosa (horaciana) y la noción definida (traveleriana).

45.- Horacio y Traveler viven pendientes el uno del otro, incluso hay párrafos en los que se aprecia cierta confusión de voces, una sola voz. Sin embargo, y ahí está el bicho que los habita a los dos, casi no se hablan. Se parecen tanto como si fueran uno mismo.

80.- El pobre loco, el soñador de Horacio.

46.- El tango Cotorrita de la suerte. Seis barajas de una tacada en el juego de la escoba. Conversan Horacio y Traveler. Se reprochan, se espían. El tangacho Malevaje de Juan de Dios Filiberto.

47.- La voz de Talita. Asombroso lo que consigue Cortázar en cuatro hojas. No es lo que cuenta, ni siquiera cómo lo cuenta, es el tono, el timbre, ese gusto que te deja en la boca.

110.- Cita de Anaïs Nin. Un sueño fractal.

48.- Sorprendente pirueta temporal: Horacio a bordo del barco que lo devuelve a Buenos Aires, ve el fantasma de la Maga atravesando la cubierta. Más allá de lo que cuenta, es la voz inconfundible de Horacio, perfecta, como esculpida en dura piedra mingorriana, la que paulatinamente acaba por llenarlo todo, el antes y el después.

111.- Narración de la vida de Ivonne Guitry. No he sido capaz de saber con certeza si se trata de alguien que tuvo una existencia cierta al lado de Carlos Gardel, o si por el contrario no es más que una simple historia en la que se inspiró el tango Madame Ivonne.

49.- El circo se vende o, mejor, se permuta por clínica mental.

116.- Cita de Molcolm Lowry.

50.- Para formalizar el traspaso de la loquería, es preciso que los enfermos presten su consentimiento. Traveler-Talita-Horacio, el trimegisto.

119.- Una cotorrita australiana dentro de un jaula londinense de 8 pulgadas.

51.- Los residentes del sanatorio firman el traspaso.

69.- Obituario del coronel Adolfo Abila Sanhes publicado en Renovigo (Periódiko Revolucionario Bilingüe), publicación mexicana en lengua ispamerikana de la Editorial Lumen.

52.- Los enfermos mejor, gracias. El internista juega al póquer con Horacio y Traveler. La Cuca, la mujer del dire, mete las narices en todos los asuntos. Y de lo otro, ¿qué iba Horacio a poder contar?

89.- Un par de cartas del licenciado Juan Cuevas, que no sabemos quién es. Anticlericalismo y la chingada madre.

53.- En la morgue de la clínica de Ferraguto.

66.- La impotencia de Morelli: un muro construido con una sola frase.

149.- Poema de Octavio Paz. El extraño eco de los pasos propios.

54.- Horacio contesta la carta de Gekrepten, su pareja sentimental. Contempla desde su venta la rayuela en la que el 8 despliega una habilidad sin igual. Aunque Talita lo intenta con un pobre resultado, es suficiente para provocar la confusión en el espíritu de Horacio que cree ver de nuevo a la Maga, como en el barco. Horacio da el relevo a Traveler en la guardia de las once y media de la noche. Talita le lleva limonada a media noche y Horacio le cuenta su visión y el miedo en el pasillo de un momento antes. Aparece don López, uno de los internos, acariciando una paloma que siempre lleva consigo. Trae presagios de degüello general, de un revólver que parece una paloma. Talita y Oliveira descienden en el montacargas hasta el sótano, donde está la morgue, siguiendo los pasos del sujeto de la paloma. Hay una ola de calor y allí se esta fresco. La besa. Allí entre las heladeras de conservar cadáveres, como si fuera una Eurídice en el Hades. Pero nada es lo que parece, ni siquiera “estar de gris y ser de rosa”, porque todo se reduce a cambiar de casilla, igual que el revólver disfrazado de paloma. El tejo, que es lo que cuenta, es empujado por la pierna doblada hasta alcanzar la playa desierta que indica el final del juego.

129.- Traveler insomne, después de alguna tentativa de pesadillas, descubre que Talita no está, pródiga sonámbula de romanticismo, y decide leer la obra de Ceferino Piriz “La Luz de la Paz en el Mundo”. Una especie de utopía de una ingenuidad atolondrada, que sin embargo divierte a Traveler entre copas de caña (bebida alcohólica obtenida a partir de la melaza de caña de azúcar)

139.- Apunte de Cortázar sobre el Concierto de Cámara para violín, piano y trece instrumentos de viento de Alban Berg. Es una obra marcada por raudas transiciones entre lo tonal y lo atonal, es muy probable que fuera esa fuerte contraposición lo que llamara la atención de Cortázar.

133.- Ceferino se pone fino y comienza a enumerar las cuarenta y cinco corporaciones que debían componer un país ejemplar. Deslumbrado por la ruptura que propone Ceferino en el ángulo de visión, Traveler anuncia la hermosura de un mundo donde existan detectives andantes, de petición y de acotación. Lástima que no prosiga con al menos una corporación de escuderos. Le toca el turno a las casas: casa de colecciones, casas de labor; más tarde colores en especies genéricas de blancos, colorados, amarillos, pampas, pardos, negros…;  y culmina entre castillo de encasillamientos, distribuyendo ejércitos y artillerías entre los militares en función de su signo zodiacal. Una verdadera apoteosis de cortarazarismo.

140.- Fórmulas y formas lingüísticas del extrañamiento

138.- Los tíos de Horacio y la madre de la Maga. Es difícil saber a qué viene esto.

127.- La Cuca en la farmacia, Ceferino Piriz y Morelli, Remorino y Roberto Arlt.

55.- Trascripción parcial del 133.

56.- Oliveira construyendo una rayuela en su cancha con palanganas llenas de agua y piolines, al tiempo que juega en la de afuera lanzando puchos por la ventana. La interior se construye como artilugio defensivo contra la irrupción de Traveler en la pieza. Palanganas acuosas, piolines de picaporte, rulemanes entre líneas… En la segundo, la exterior, los puchos saltan e iluminan las casillas de transformación, esas en las que Tatita fue la Maga. “No hay nada más sensato que una ventana abierta”, dirá Horacio ante la insistencia de Talita de que cierre la ventana. Claro, es evidente que la ventana es el túnel, el conducto que conecta las dos rayuelas, la interior en la que juega Traveler-Horario-Ceferino-Morelli y la externa, que es de Talita-la-Maga-Pola.  Arriba, en el tercer piso, el 43 enciende y apaga la luz; abajo, en el segundo, Horacio está sentado en la ventana y más abajo, en la calle, la gente se apelotona y Talita empuja el tejo hacia el cielo.

135.- Tortas fritas con mate. Gekrepten y Oliveira.

63.- Talita le pone comprensas de agua fría a Oliveira.

88.- Traveler y Oliveira hablan de las corporaciones de Ceferino Piriz. Le inyectan agua destilada o morfina, no queda claro.

72.- Un matecito y un sueño, ambos cosas necesita Olivera después de trabajar y volver a casa.

77.- Ferraguro despide a Oliveira.

131.- Ovejero, el médico, le toma el pulso a Oliveira, asiente. Antes Horacio y Traveler toman en serio la posibilidad de incorporarse a la corporación nacional de los monjes de la oración del santiguamiento, de la que hablaba Ceferino.

58.- Casi todos (Gekrepten, Ovejero, Talita, Traveler, Ferraguto, la Cuca, el del dieciocho…), uno detrás de otro. En el cerebro de Oliveira debió sonar como un tutti.

miércoles, 7 de marzo de 2012

"Lo raro es vivir" Carmen Martín Gaite.

El sofocamiento. La virgen que abraza mal al niño. El hueco de un Espasa en el anaquel de la estantería. La madre de trato distante que ha muerto. El abuelo que no se acuerda de si ha escrito un libro. Los tres cuartos para las ocho en el reloj de péndulo. Un planeta de cristal.  El abuelo que espera a la hija que no sabe que ha muerto, o al menos que no hay certeza de que lo sabe. Pero la nieta, porque es la nieta quien acude, pasa el día o la tarde coqueteando con el director de la residencia donde está en abuelo. Y todo para jugar al juego de la impostura, quizás convenga decir de la suplantación para no herir susceptibilidades. ¡Ah! Es un treinta de junio cualquiera.

Tomás, “un cultivador pertinaz y ferviente de la lógica”, recibe un par de mentiras de su compañera sentimental, la nieta. Una afecta al abuelo, la otra al padre.

Una de esas maravillosas divagaciones de la Gaite: en el fondo del bosque de piernas en que se convierte el metro. A la salida nos enteramos de que la nieta es archivera, antes rockera, cantaba una canción de título “lo raro es vivir”.

El color del director de la residencia: azul metálico. Una historia de bibliotecaria tan del gusto de la Gaite, algo que le quedó de cuando redactó “El proceso de Macanaz”. Ese salirle pájaros volando a la realidad y ponerlo todo por escrito en un cuaderno gordo. Apuntes biográficos, sin duda. Y es que resulta tan tentador echarle un vistazo a lo otro, a aquello que no es lo nuestro, aunque no se más que para escapar del fuego enemigo. Maravilloso capítulo, puro, cuajado de la mejor Gaite.

Mientras espera que el hombre alto, el director de la residencia, acabe por llamar, ella, la nieta, desciende un escalón para convertirse en hija y retomar el cordón umbilical de las historias, buscar las fotos y contemplar la infancia mutilada sobre el aparador. Ramiro Núñez es el nombre del hombre alto, pero para descubrirlo fue imprescindible otra mentira. Como un bumerán que regresa, la hija trata de orientarse en la búsqueda de alguna certeza en sus recuerdos infantiles. El ágil y efectivo recurso literario de enlazar lo propio con lo ajeno: la historia de don Luis Vidal y Villalba que se enreda con la de la protagonista.

Morros telefónicos y vida desordenada. Seguimos esperando la llamada del hombre alto (es mejor que no recordemos su nombre).

Lo causal de nuestra protagonista le obliga a buscar un punto donde anclarse. Pero sólo encuentra un poco de existencialismo en un bar de gente espesa (futboleros) y la música fuera de lugar, la de Benny Moré. Con tan pocos recurso es comprensible acudir a la ficción, que no a la mentira.

La archivera da paso a la escritora. Como es difícil encontrar interlocutor, la Gaite inventa un Gerundio, ojo se trata de un gato, a quien contar la historia de Vidal y Villalba, que ya vimos apuntada en el capítulo cuatro y que poco a poco vamos arrastrando. La maestría de la autora es aquí magnífica: el inicio de convertir la cocina en lugar de estudio y trabajo (¡cuántas veces no lo habrá hecho doña Carmen!), confundir el antes y el después, alternando los puntos de vista, y la postrera conclusión de tomar la vida, la ajena y la propia, como un borrador que se escribe, naturalmente, en un cuaderno.

Abandona, momentáneamente, a don Luis Vidal y Villalba en la cocina para seguir con otro relato, en el de la visita a su padre. Que no es otra cosa que un pretexto para ponerse a divagar sobre el croquis, el entierro de su madre, los personajes que van filtrándose, lo que impera en los entierros, lo que cuesta doblar una hoja de papel, sobre todo aquello que en algún momento se ha querido decir, pero no se ha dicho. Claro es, que cuando uno comienza a divagar acaba perdido, y algo de eso le ocurre a la protagonista de la novela, ¿verdad, Carmen? Hay que volver al principio: a la cocina donde se quedó don Luis Vidal y Villalba.

La visita al padre se convierte en algo así como el cruce de un río saltando de piedra en piedra. El perro, el niño (Esteban, el hermano de nuestra protagonista), el piano, el chofer del camión, el balancín, las voces de Montse y la tía Loli, el chicle de fresa y las ganas de llorar. Y precisamente porque ya está del otro lado, es por lo que el encuentro con su padre se revela determinante del parecido con su madre, queda con ello satisfecha la condición necesaria para el encuentro con el abuelo. El disparador narrativo es siempre demasiado tiránico con el escrito, incluso con la Gaite.

La Eva al desnudo parece traída por los pelos, tal vez porque nunca me gustó esa mujer de ojos saltones que parecen dispuestos a comerte. Todo el capítulo es, en realidad, una sucesión de imágenes muy cinematográficas. El sobre amarillo de Magda (la compañera de nuestra protagonista cuyas iniciales conocemos desde el capítulo anterior A.S.L.), las fotocopias con una ficha prendida con un clip, el camarero que entiende de metáforas, el velador cojo, la caja de cerillas, la Gran Vía…

Un encuentro confuso y ofuscado con una estatua humana. Hoy diablo, ayer amante. Es Roque o no lo es. De canto, igual que el canto de la moneda que ella, A.S.L., acaba por dejar junto con su número de teléfono en el interior del platillo, la narradora introduce el sueño de su vida: una madre, un poco de ruso, la historia del arte y las canciones de rock. Y de una estatua a otra, la de don Quijote y Sancho en la plaza de España, y de un sueño a otro: el primer encuentro con Roque. Pero el sueño se rompe porque fuera o no Roque aquel diablo que hacía de estatua humana, el papel con el teléfono de A.S.L., seguía en el platillo, abandonado allí, a los pies de Roque que ya no consuela de nada, porque ahora lo es seguro es que el chico del sueño no era Roque. O lo era, pero ya da igual. Hay que salir corriendo, aunque sea, se para a un taxi.

Nuestra protagonista y su jefa, Magda, en el archivo. Aquel sobre amarillo, lo ha explorado A.S.L., en la plaza de España y su contenido le ha hecho entusiasmarse otra vez por la historia de don Luis Vidal y Villalba. Sin embargo, como ella misma confiesa a Magda “me apasiona seguirla algunas veces [la historia] y otras no puedo con ella”. Ese apasionarse y desapasionarse al mismo tiempo es uno de los rasgos que mejor la define. Y, probablemente por eso mismo, después de pasarse más de la mitad de la novela mintiendo, de pronto, A.S.L., tiene un arranque de sinceridad con Magda: que no es verdad que haya estado enferma (excusa que había dado para no ir a trabajar), que no hace más que mentir y que está dispuesta a compartir su mutua orfandad. Eso es precisamente lo que tiene esta chica, orfandad y si no que se lo pregunten a Tomás que la recogió en un bar.

Tira del cuadro que al fondo del altillo está oculto bajo unas maletas. Las maletas son de ella, de A.S.L.; el cuadro, es un autorretrato de la otra, de la madre de A.S.L. Parece que ha llegado el momento del ajuste de cuentas, sólo que hacerlo con un muerto es algo más complicado.

Por fin conocemos la identidad de nuestra protagonista: Águeda Soler. Es a Rosario Tena a quien se lo dice en el primer día de clase. Descubrimientos por revelaciones. Salir del infierno de la mano de Dante y Virgilio, la Divina Comedia y Rosario Tena, y el trecento italiano y el renacimiento de la sonrisa de la Gioconda.

No dejen de apreciar la diferencia entre la redacción de la carta que le escribe a su madre y la forma de expresarse en la novela (que está en primera persona). Nos cuenta su paulatina distanciamiento con la madre, su acercamiento al carpe diem que le ofrece, como único equipaje, Roque. No estoy muy seguro de quién es el interlocutor en la historia de Rosario Tena.

Y uno se pregunta como lector, ¿de qué diablos tendrás que hablar Rosario y Agueda? ¿Qué tipo de relación hubo entre Rosario y la madre de Águeda? ¿Padecía esta de pigmalionismo, algo así como la necesidad de de despertar admiración por su propia obra?

Por fin la visita al abuelo, ya moribundo. El diálogo se hace a tientas, hay zarpazos - el tiempo apremia-, dirigidos al pasado que se quedan en nada, en eso, en golpes al aire. Si acaso, la plenitud de esa impotencia que se refleja en la impostura de ambos. Sin duda la maestría de doña Carmen hace que la evolución de nuestra protagonista en tan pocos días, una semana aproximadamente, nos resulte a nosotros, los lectores, el basto recorrido de toda una vida. Cosas de la literatura.