La aventura que es llamada del yelmo de Mambrino, pues por tal toma don Quijote la bacía que un barbero lleva sobre su cabeza para cubrirla de unas momentáneas gotas de lluvia. El yelmo que Reinaldos arrebató al moro Mambrino, tenía el poder de hacer invencible a quien lo portaba, razón por la cual don Quijote procedió a ponerlo sobre su cabeza tan pronto como la huida despavorida del barbero lo dejó a su disposición. No cabe duda de que una bacía de barbero, utilizada tanto para afeitar como para las sangrías, era un objeto muy común y debía ser conocido por todo el mundo, por lo que podemos imaginar lo grotesco que resultaría don Quijote con una bacía de barbero en la cabeza. Sancho ríe cuando ve el aspecto de su amo. Las estrechas leyes de la caballería reducen el botín de Sancho a trocar los aparejos. Reemprendido el camino hablan, previa merced de don Quijote, de “rey con guerra y con hija fermosa” de la hidalguía de quinientos sueltos que ostenta don Quijote, del ropón ducal con el que Sancho se ve a cuestas con un barbero a tres pasos para que no eche de ver lo que Sancho es, pues la barba lo delata: barba de lacayo, de campesino que habrían ido a parar a la bacía que don Quijote porta sobre su cabeza.
La aventura de los galeotes, “gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías”, es una de las más grandes “quijotadas”. En esta cuerda de presos que se dirigen a galeras, están el “enamorado” de Piedrahita, otro que además de cuatrero es tildado de cobarde por haber “cantado” en el tormento, un tercero cuya falta no es sino de dinero, el cuarto por alcahuete y hechicero, el siguiente en hábito de estudiante media su delito por burlarse con mujeres (aclara don Francisco Rico que en germanía tal término indica trato sexual), este quinto que, como todos los anteriores, se muestran muy resignados de su suerte, lanza sobre el rostro de don Quijote una puya cuando dice: “Vuestra merced, que…, tan buena…, presencia merece.” (Recuérdese la bacía de barbero sobre su cabeza). El último y más cargado de grillos es Ginés de Pasamonte (Martín de Riquer asegura -en unión de otros muchos cervantistas-, que este Ginés se corresponde con un personaje real conocido como Jerónimo de Pasamonte que compartió cautiverio con Cervantes. Francisco Rico indica que es uno de los candidatos a la autoría del Quijote apócrifo). A don Quijote se le ocurrió la desdichada idea de poner en libertad a estos bellacos y como tales se comportaron una vez libres: apedrearon y despojaron a libertador y escudero.
El primer signo de cordura de don Quijote: decide tomar el consejo de Sancho e internarse en Sierra Morena. El hallazgo de una maleta pondrá a don Quijote sobre la pista del pobre Cardenio. Antes de este hallazgo se sitúan las cincuenta líneas que se insertaron en la segunda edición de Juan de la Cuesta, publicada unos meses después de la primera. Se trataba de remediar la omisión padecida en la princeps, a cuenta de que en los capítulos XXV a XXIX figuraba en la narración la sustracción del rucio, sin que ni se contase cuándo había tenido lugar, ni, aún más grave, cuando se había recobrado. Con la finalidad de corregir tal incongruencia se adicionó en este capítulo XXIII el relato de la desaparición del rucio y en el XXX su recuperación. La mayoría de los autores (Rico, Martín de Riquer, Florencio Sevilla y otros está de acuerdo en que ambas interpolaciones nacieron de la pluma de Cervantes; Vicente Gaos mantiene una postura dudosa). En la actualidad las ediciones mantienen la versión de la princeps y por tanto no incorporan las interpolaciones. No fue esta, sin embargo, la postura academicista que se mantuvo durante más de un siglo, así por ejemplo la edición más famosa (Ibarra 1780), sigue la versión de 1608 que incorpora los añadidos de la segunda de 1605. Frente a frente: el Caballero de la Triste Figura y el Roto de la Mala Figura (Cardenio), se escrutaron, reconocieron y acaso hasta se admiraron el uno del otro.
CAPÍTULO XXIV.-
Don Quijote implora al Caballero del Bosque (Cardenio), que le relate la razón que le ha traído “a vivir y a morir entre estas soledades”. La historia de Cardenio queda incompleta al ser interrumpida por don Quijote pese a la advertencia que antes de comenzar a relatarla le hiciera el propio Cardenio. Es quizás esto lo más importante, pues la locura de Cardenio tomará cumplida réplica en la del propio don Quijote y ambas terminarán contagiando al cabrero que los acompaña y a Sancho que la emprenden a puñadas el uno con el otro.
CAPÍTULO XXV.-
Después de obtener licencia de su señor que revoca temporalmente el voto de silencio de Sancho, este pregunta a don Quijote si es ventura de caballeros estar en medio de la sierra buscando a un loco para termine de contar un cuento. El Caballero de la Triste Figura revela entonces que tiene la intención de imitar a Amadís de Gaula haciendo penitencia por su dueña, porque “el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto ¿qué hiciera en mojado?”. Además como el mismo don Quijote agrega: “Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú [Sancho] vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea”. Nada que alegar. Vemos entrar y salir a la razón y ya no sabemos si está dentro o fuera, pues sandez y penitencia han de nacer y morir juntas, que en otro caso la locura se tornará verdad. El loco de don Quijote finge una locura nueva. Y así “…eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa”.
Después de que don Quijote le quitase la silla y el freno a Rocinante y le dijera aquello de: “Libertad te da el que sin ella queda”, es cuando aparece la primera referencia al robo del rucio de Sancho.
Don Quijote tras escribir la carta que Sancho ha de llevar a Dulcinea, insiste a su escudero que le viera hacer aunque nada más fuera dos locuras para que pudiera jurar sin cargo de conciencia, que le había visto loco. “Y desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en carnes y en pañales y luego sin más ni más dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco.”
Entre los dos modelos que a la mente le vienen a don Quijote, a saber: Roldan y Amadís, opta por imitar a este último y sabiendo que lo que fundamentalmente hacía el desdeñado de Oriana era rezar, el de la Triste Figura “rasgó una gran tira de las faldas de la camisa que andaban colgado, y diole once ñudos…” Es de interés el hecho de que en la segunda y tercera edición esta frase se sustituyera por un rosario hecho con las agallas de un alcornoque. Como muy acertadamente dice Riquer nada justifica la opinión de que fuera el propio Cervantes quien enmendara aquellas palabras por poder parecerle irreverentes. Lo que sí es seguro es que la inquisición portuguesa en la edición de 1624 censuró la “gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando”.
Sancho Panza se tropieza con el cura y el barbero y descubre que don Quijote no acabó de entregarle el libro de memoria donde había anotado la carta que iba dirigida a Dulcinea. Sancho afirma saberse la carta de memoria y se la dicta al cura y al barbero. Discurre aquel la forma de sacar a don Quijote de la sierra mediante fingimiento de doncella menesterosa.
CAPÍTULO XXVII.-
Ideado el ardid por el cura consistente en fingirse doncella menesterosa que moviera a don Quijote a seguirla para remediar su desgracia, pusieron manos a la obra en el disfraz a cuya consecución colaboró la buena de Maritornes, pues en la venta de Palomeque se había consumado el encuentro entre el cura y el barbero que habían salido del pueblo buscando a don Quijote, y el mensajero Sancho. Internado en la sierra, resuelven los tres que sea Sancho quien vaya a buscar a don Quijote y le de cuenta de la inventada entrevista con Dulcinea. Mientras el cura y el barbero esperan, aparece Cardenio quien prosigue el cuento desde el punto en que se quedó cuando fue interrumpido por don Quijote.
Unos metros más allá del lugar donde Cardenio ha contado su historia, al pie de un arroyo, oculta por unas peñas, se encuentra Dorotea disfrazada de pastor. El punto de unión entre ambos es don Fernando, hijo menor del duque Ricardo (de Osuna suele agregar la crítica), burlador de ambos.
CAPÍTULO XXIX.-
Descubre Cardenio su identidad a Dorotea y las noticias que mutuamente se dan hacen renacer las esperanzas de ambos en recobrar sus respectivos amores: Luscinda y don Fernando que no pueden unirse entre sí porque no se pertenecen. Y de no ser así Cardenio se compromete a “desafialle, en razón de la sinrazón que os hace”, que hace recordar los requiebros que recitaba en voz alta don Quijote al inicio del libro. Descubren también el barbero y el cura sus intenciones a Dorotea que se ofrece a hacer de princesa agraviada necesita de caballero andante. Es, será la bautizada, naturalmente que por el cura, como princesa Micomicona y logrará sacar a don Quijote de la sierra.
CAPÍTULO XXX.-
Los hombres, majaderos cual Sancho, no lo entienden. Don Quijote lo explica con asombrosa claridad, escuchad pues el menguado humor de este caballero: “…poniendo los ojos en sus penas, y no en sus bellaquerías…” La princesa Micomicona, es decir Dorotea, cuenta la inventada historia de su reino Micomicón y la usurpación de que fue objeto tras morir su padre Tinacrio el Sabidor, por el gigante Pandafilando de la Fosca Vista. Don Quijote hace un aparte con Sancho para saber “cosas de particularidad” de la embajada al Toboso. Cervantes, Rico está seguro de la autenticidad del texto, hizo aquí el añadido de la recuperación del rucio hurtado a Sancho. Toda una propuesta literaria es la que hace Cervantes poniendo en boca de Cardenio alabanza del agudo ingenio que pudiera fabricar mentirosamente historia tan rara y nunca vista como la de don Quijote, quien “como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento.”
CAPÍTULO XXXI.-
La reina de la hermosura que ensarta perlas o borda con oro de canutillo es la misma que ahecha el trigo en un corral, todo dependen del punto de vista que se adopte. Pero tan inventada resulta Dulcinea, como lo es Aldonza. Incluso más esta que aquella, porque hasta este momento Sancho había vivido bien apegado a la realidad propia y ahora para dar cuenta a su señor de la supuesta entrevista con Dulcinea, se ve obligado a inventar, a mentir, a contar… Da la impresión de que Cervantes concluye el capítulo con un puñetazo encima de la mesa, como tal cabe interpretar la aparición de Andrés el criado de Juan Haldudo que en el capítulo IV es socorrido por don Quijote. El criado le pone de manifiesto las nefastas consecuencias de su “rescate” y concluye con un: ¡Dios nos libre de los caballeros andantes! En medio de tanta ficción y metaficción el testimonio de Andrés nos devuelve a la tozuda realidad.
CAPÍTULO XXXII.-
Los seis personajes -Cardenio, Dorotea, el cura, el barbero, don Quijote y Sancho-, tras salir de Sierra Morena, curan su hambre y cansancio en la venta de Juan Palomeque, la misma en la que Sancho fue manteado. El ventero resulta ser tan fiel defensor de todo cuanto dicen los libros de caballería, que parece “segunda parte de don Quijote”, el propio Palomeque advierte que “no seré yo tan loco que me haga caballero andante”, pues aún creyendo a pies juntillas cuanto narran los libros que para eso “están impresos con licencia de los señores del Consejo Real”, no están los tiempos para caballeros andantes.
Se cuenta aquí la novela intercalada del Curioso impertinente. Se trata de un manuscrito hallado en el interior de la maleta que un viajero dejó olvidada en la venta de Palomeque. Narra aquel cuento, también llamado de Los dos amigos, el empeño de Anselmo por poner a prueba la honestidad de su esposa, Camila, encomendando a su amigo, Lotario, que ponga en práctica requiebros, lances y dádivas.
CAPÍTULO XXXIV.-
Prosigue la historia del Curioso impertinente. Cabe recordar que Cervantes fue criticado por insertar en el Quijote tantas historias en apariencia ajenas al discurrir de la trama principal. Una de las más criticadas fue esta del Curioso impertinente por ser completamente independiente. Al principio de la segunda parte, como veremos, el bachiller hará referencia a este hecho.
La batalla con los cueros de vino, antes de que conozcamos el final de Anselmo, el curioso impertinente. Don Quijote, que se encontraba descansando en una habitación de la venta, sonámbulo, la emprende a golpes contra los cueros de vino que se hallan en el lugar en la creencia de que está luchando con el gigantón Pandafilando. La reacción de Sancho que asegura haber visto la cabeza del adversario rodar por los suelos, es una muestra clara del proceso de afiliación quijotesca, y atribuirá a encantamientos el que “ahora no parece por aquí esta cabeza, que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.” Sosegada la risa de los unos y la desazón de los otros, asistimos al final del cuento.
CAPÍTULO XXXVI.-
La venta, lugar de transformaciones, de reconocimientos y de encuentros, espacio encantado por tener lugar en él encantamientos, como le parece a Sancho, es el marco cervantino del triunfo de la belleza. La belleza de Dorotea y Luscinda salvará todos los obstáculos: los sociales y los del egoísmo, los naturales y los de fortuna. Esa confianza en la belleza, tan literaria, hace que el amor y la verdad triunfen. Y a pesar de todo, no es menos cierto que todos deciden esperar, aguardar las palabras de don Fernando, pues no hay que olvidar que estamos ante una sociedad muy jerarquizada y don Fernando, al fin y a la postre es hijo de marqués. Para Dorotea y don Fernando, para Luscinda y Cardenio, ni venta ni castillo, sino cielo donde se ponen fin a todas las desventuras de la tierra.
Solo Sancho parece cuitado después de haberse transformado la princesa Micomicona en Dorotea y en don Fernando, el gigante. Por eso con amargura se dirigirá a don Quijote, que sigue dormido como un cesto, diciéndole “señor Triste Figura” que ya todo está hecho. Pero las aseveraciones de Sancho serán desdichas por Dorotea-Micomicona y la aventura prosigue. En esto llegaron a la venta (¡qué maravillosa encrucijada esta venta cervantina!), un cautivo acompañado con una hermosa mujer mora, llamada Zoraida. De nuevo la fuerza de la hermosura que “reconcilia los ánimos y atrae las voluntades”. La cena y el discurso de don Quijote, conocido como el “de las armas y las letras”. Discurso este que guarda semejanza con el de la “Edad de Oro” del capítulo XI.