jueves, 24 de mayo de 2012

El Quijote. Primera parte. Capítulos XXI a XXXVII.

CAPÍTULO XXI.-
La aventura que es llamada del yelmo de Mambrino, pues por tal toma don Quijote la bacía que un barbero lleva sobre su cabeza para cubrirla de unas momentáneas gotas de lluvia. El yelmo que Reinaldos arrebató al moro Mambrino, tenía el poder de hacer invencible a quien lo portaba, razón por la cual don Quijote procedió a ponerlo sobre su cabeza tan pronto como la huida despavorida del barbero lo dejó a su disposición. No cabe duda de que una bacía de barbero, utilizada tanto para afeitar como para las sangrías, era un objeto muy común y debía ser conocido por todo el mundo, por lo que podemos imaginar lo grotesco que resultaría don Quijote con una bacía de barbero en la cabeza. Sancho ríe cuando ve el aspecto de su amo.  Las estrechas leyes de la caballería reducen el botín de Sancho a trocar los aparejos. Reemprendido el camino hablan, previa merced de don Quijote, de “rey con guerra y con hija fermosa” de la hidalguía de quinientos sueltos que ostenta don Quijote, del ropón ducal con el que Sancho se ve a cuestas con un barbero a tres pasos para que no eche de ver lo que Sancho es, pues la barba lo delata: barba de lacayo, de campesino que habrían ido a parar a la bacía que don Quijote porta sobre su cabeza.

1865-1869 Copenhague. W. Marstrand, dibujante.
CAPÍTULO XXII.-
La aventura de los galeotes, “gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías”, es una de las más grandes “quijotadas”.  En esta cuerda de presos que se dirigen a galeras, están el “enamorado” de Piedrahita, otro que además de cuatrero es tildado de cobarde por haber “cantado” en el tormento, un tercero cuya falta no es sino de dinero, el cuarto por alcahuete y hechicero, el siguiente en hábito de estudiante media su delito por burlarse con mujeres (aclara don Francisco Rico que en germanía tal término indica trato sexual), este quinto que, como todos los anteriores, se muestran muy resignados de su suerte, lanza sobre el rostro de don Quijote una puya cuando dice: “Vuestra merced, que…, tan buena…, presencia merece.” (Recuérdese la bacía de barbero sobre su cabeza). El último y más cargado de grillos es Ginés de Pasamonte (Martín de Riquer asegura -en unión de otros muchos cervantistas-, que este Ginés se corresponde con un personaje real conocido como Jerónimo de Pasamonte que compartió cautiverio con Cervantes. Francisco Rico indica que es uno de los candidatos a la autoría del Quijote apócrifo). A don Quijote se le ocurrió la desdichada idea de poner en libertad a estos bellacos y como tales se comportaron una vez libres: apedrearon y despojaron a libertador y escudero.

1716. Londrés. Anónimo.
CAPÍTULO XXIII.-
El primer signo de cordura de don Quijote: decide tomar el consejo de Sancho e internarse en Sierra Morena. El hallazgo de una maleta pondrá a don Quijote sobre la pista del pobre Cardenio. Antes de este hallazgo se sitúan las cincuenta líneas que se insertaron en la segunda edición de Juan de la Cuesta, publicada unos meses después de la primera. Se trataba de remediar la omisión padecida en la princeps, a cuenta de que en los capítulos XXV a XXIX figuraba en la narración la sustracción del rucio, sin que ni se contase cuándo había tenido lugar, ni, aún más grave, cuando se había recobrado. Con la finalidad de corregir tal incongruencia se adicionó en este capítulo XXIII el relato de la desaparición del rucio y en el XXX su recuperación. La mayoría de los autores (Rico, Martín de Riquer, Florencio Sevilla y otros está de acuerdo en que ambas interpolaciones nacieron de la pluma de Cervantes; Vicente Gaos mantiene una postura dudosa). En la actualidad las ediciones mantienen la versión de la princeps y por tanto no incorporan las interpolaciones. No fue esta, sin embargo, la postura academicista que se mantuvo durante más de un siglo, así por ejemplo la edición más famosa (Ibarra 1780), sigue la versión de 1608 que incorpora los añadidos de la segunda de 1605. Frente a frente: el Caballero de la Triste Figura y el Roto de la Mala Figura (Cardenio), se escrutaron, reconocieron y acaso hasta se admiraron el uno del otro.

CAPÍTULO XXIV.- 
Don Quijote implora al Caballero del Bosque (Cardenio), que le relate la razón que le ha traído “a vivir y a morir entre estas soledades”. La historia de Cardenio queda incompleta al ser interrumpida por don Quijote pese a la advertencia que antes de comenzar a relatarla le hiciera el propio Cardenio. Es quizás esto lo más importante, pues la locura de Cardenio tomará cumplida réplica en la del propio don Quijote y ambas terminarán contagiando al cabrero que los acompaña y a Sancho que la emprenden a puñadas el uno con el otro.

CAPÍTULO XXV.- 
Después de obtener licencia de su señor que revoca temporalmente el voto de silencio de Sancho, este pregunta a don Quijote si es ventura de caballeros estar en medio de la sierra buscando a un loco para termine de contar un cuento. El Caballero de la Triste Figura revela entonces que tiene la intención de imitar a Amadís de Gaula haciendo penitencia por su dueña, porque “el toque está en desatinar sin ocasión y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto ¿qué hiciera en mojado?”. Además como el mismo don Quijote agrega: “Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tú [Sancho] vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi señora Dulcinea”. Nada que alegar. Vemos entrar y salir a la razón y ya no sabemos si está dentro o fuera, pues sandez y penitencia han de nacer y morir juntas, que en otro caso la locura se tornará verdad. El loco de don Quijote finge una locura nueva. Y así “…eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa”.
Después de que don Quijote le quitase la silla y el freno a Rocinante y le dijera aquello de: “Libertad te da el que sin ella queda”, es cuando aparece la primera referencia al robo del rucio de Sancho.
Don Quijote tras escribir la carta que Sancho ha de llevar a Dulcinea, insiste a su escudero que le viera hacer aunque nada más fuera dos locuras para que pudiera jurar sin cargo de conciencia, que le había visto loco. “Y desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en carnes y en pañales y luego sin más ni más dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volvió Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco.”

1905-1908 Madrid. Jiménez Aranda, dibujante.
CAPÍTULO XXVI.- 
Entre los dos modelos que a la mente le vienen a don Quijote, a saber: Roldan y Amadís, opta por imitar a este último y sabiendo que lo que fundamentalmente hacía el desdeñado de Oriana era rezar, el de la Triste Figura “rasgó una gran tira de las faldas de la camisa que andaban colgado, y diole once ñudos…” Es de interés el hecho de que en la segunda y tercera edición esta frase se sustituyera por un rosario hecho con las agallas de un alcornoque. Como muy acertadamente dice Riquer nada justifica la opinión de que fuera el propio Cervantes quien enmendara aquellas palabras por poder parecerle irreverentes. Lo que sí es seguro es que la inquisición portuguesa en la edición de 1624 censuró la “gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando”.
Sancho Panza se tropieza con el cura y el barbero y descubre que don Quijote no acabó de entregarle el libro de memoria donde había anotado la carta que iba dirigida a Dulcinea. Sancho afirma saberse la carta de memoria y se la dicta al cura y al barbero. Discurre aquel la forma de sacar a don Quijote de la sierra mediante fingimiento de doncella menesterosa.

CAPÍTULO XXVII.-
Ideado el ardid por el cura consistente en fingirse doncella menesterosa que moviera a don Quijote a seguirla para remediar su desgracia, pusieron manos a la obra en el disfraz a cuya consecución colaboró la buena de Maritornes, pues en la venta de Palomeque se había consumado el encuentro entre el cura y el barbero que habían salido del pueblo buscando a don Quijote, y el mensajero Sancho. Internado en la sierra, resuelven los tres que sea Sancho quien vaya a buscar a don Quijote y le de cuenta de la inventada entrevista con Dulcinea. Mientras el cura y el barbero esperan, aparece Cardenio quien prosigue el cuento desde el punto en que se quedó cuando fue interrumpido por don Quijote.  

1834. Roma. Bartolomelo Pinelli, dibujante.
CAPÍTULO XXVIII.-
Unos metros más allá del lugar donde Cardenio ha contado su historia, al pie de un arroyo, oculta por unas peñas, se encuentra Dorotea disfrazada de pastor. El punto de unión entre ambos es don Fernando, hijo menor del duque Ricardo (de Osuna suele agregar la crítica), burlador de ambos.

CAPÍTULO XXIX.-
Descubre Cardenio su identidad a Dorotea y las noticias que mutuamente se dan hacen renacer las esperanzas de ambos en recobrar sus respectivos amores: Luscinda y don Fernando que no pueden unirse entre sí porque no se pertenecen. Y de no ser así Cardenio se compromete a “desafialle, en razón de la sinrazón que os hace”, que hace recordar los requiebros que recitaba en voz alta don Quijote al inicio del libro. Descubren también el barbero y el cura sus intenciones a Dorotea que se ofrece a hacer de princesa agraviada necesita de caballero andante. Es, será la bautizada, naturalmente que por el cura, como princesa Micomicona y logrará sacar a don Quijote de la sierra.

CAPÍTULO XXX.-
Los hombres, majaderos cual Sancho, no lo entienden. Don Quijote lo explica con asombrosa claridad, escuchad pues el menguado humor de este caballero: “…poniendo los ojos en sus penas, y no en sus bellaquerías…” La princesa Micomicona, es decir Dorotea, cuenta la inventada historia de su reino Micomicón y la usurpación de que fue objeto tras morir su padre Tinacrio el Sabidor, por el gigante Pandafilando de la Fosca Vista. Don Quijote hace un aparte con Sancho para saber “cosas de particularidad” de la embajada al Toboso. Cervantes, Rico está seguro de la autenticidad del texto, hizo aquí el añadido de la recuperación del rucio hurtado a Sancho. Toda una propuesta literaria es la que hace Cervantes poniendo en boca de Cardenio alabanza del agudo ingenio que pudiera fabricar mentirosamente historia tan rara y nunca vista como la de don Quijote, quien “como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento.”

CAPÍTULO XXXI.-
La reina de la hermosura que ensarta perlas o borda con oro de canutillo es la misma que ahecha el trigo en un corral, todo dependen del punto de vista que se adopte. Pero tan inventada resulta Dulcinea, como lo es Aldonza. Incluso más esta que aquella, porque hasta este momento Sancho había vivido bien apegado a la realidad propia y ahora para dar cuenta a su señor de la supuesta entrevista con Dulcinea, se ve obligado a inventar, a mentir, a contar… Da la impresión de que Cervantes concluye el capítulo con un puñetazo encima de la mesa, como tal cabe interpretar la aparición de Andrés el criado de Juan Haldudo que en el capítulo IV es socorrido por don Quijote. El criado le pone de manifiesto las nefastas consecuencias de su “rescate” y concluye con un: ¡Dios nos libre de los caballeros andantes! En medio de tanta ficción y metaficción el testimonio de Andrés nos devuelve a la tozuda realidad.

CAPÍTULO XXXII.-
Los seis personajes -Cardenio, Dorotea, el cura, el barbero, don Quijote y Sancho-, tras salir de Sierra Morena, curan su hambre y cansancio en la venta de Juan Palomeque, la misma en la que Sancho fue manteado. El ventero resulta ser tan fiel defensor de todo cuanto dicen los libros de caballería, que parece “segunda parte de don Quijote”, el propio Palomeque advierte que “no seré yo tan loco que me haga caballero andante”,  pues aún creyendo a pies juntillas cuanto narran los libros que para eso “están impresos con licencia de los señores del Consejo Real”, no están los tiempos para caballeros andantes.

1866. Londres. Houghton, dibujante. Dalziel, grabador.
CAPÍTULO XXXIII.-
Se cuenta aquí la novela intercalada del Curioso impertinente. Se trata de un manuscrito hallado en el interior de la maleta que un viajero dejó olvidada en la venta de Palomeque. Narra aquel cuento, también llamado de Los dos amigos, el empeño de Anselmo por poner a prueba la honestidad de su esposa, Camila, encomendando a su amigo, Lotario, que ponga en práctica requiebros, lances y dádivas.

CAPÍTULO XXXIV.-
Prosigue la historia del Curioso impertinente. Cabe recordar que Cervantes fue criticado por insertar en el Quijote tantas historias en apariencia ajenas al discurrir de la trama principal. Una de las más criticadas fue esta del Curioso impertinente por ser completamente independiente. Al principio de la segunda parte, como veremos, el bachiller hará referencia a este hecho.  

1780. Madrid. Carnicero, dibujante. Salvador, grabador.
CAPÍTULO XXXV.-
La batalla con los cueros de vino, antes de que conozcamos el final de Anselmo, el curioso impertinente. Don Quijote, que se encontraba descansando en una habitación de la venta, sonámbulo, la emprende a golpes contra los cueros de vino que se hallan en el lugar en la creencia de que está luchando con el gigantón Pandafilando. La reacción de Sancho que asegura haber visto la cabeza del adversario rodar por los suelos, es una muestra clara del proceso de afiliación quijotesca, y atribuirá a encantamientos el que “ahora no parece por aquí esta cabeza, que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.” Sosegada la risa de los unos y la desazón de los otros, asistimos al final del cuento.

CAPÍTULO XXXVI.-
La venta, lugar de transformaciones, de reconocimientos y de encuentros, espacio encantado por tener lugar en él encantamientos, como le parece a Sancho, es el marco cervantino del triunfo de la belleza. La belleza de Dorotea y Luscinda salvará todos los obstáculos: los sociales y los del egoísmo, los naturales y los de fortuna. Esa confianza en la belleza, tan literaria, hace que el amor y la verdad triunfen. Y a pesar de todo, no es menos cierto que todos deciden esperar, aguardar las palabras de don Fernando, pues no hay que olvidar que estamos ante una sociedad muy jerarquizada y don Fernando, al fin y a la postre es hijo de marqués. Para Dorotea y don Fernando, para Luscinda y Cardenio, ni venta ni castillo, sino cielo donde se ponen fin a todas las desventuras de la tierra.

1855.Madrid. Nanteuil, dibujante. Martínez, grabador.
CAPÍTULO XXXVII.-
Solo Sancho parece cuitado después de haberse transformado la princesa Micomicona en Dorotea y en don Fernando, el gigante. Por eso con amargura se dirigirá a don Quijote, que sigue dormido como un cesto, diciéndole “señor Triste Figura” que ya todo está hecho. Pero las aseveraciones de Sancho serán desdichas por Dorotea-Micomicona y la aventura prosigue. En esto llegaron a la venta (¡qué maravillosa encrucijada esta venta cervantina!), un cautivo acompañado con una hermosa mujer mora, llamada Zoraida. De nuevo la fuerza de la hermosura que “reconcilia los ánimos y atrae las voluntades”. La cena y el discurso de don Quijote, conocido como el “de las armas y las letras”. Discurso este que guarda semejanza con el de la “Edad de Oro” del capítulo XI.


jueves, 10 de mayo de 2012

Trenes rigurosamente vigilados.


“Este año los alemanes ya no dominan el espacio aéreo de nuestra ciudad.” Es la voz del narrador. Conocemos que es el biznieto de un tal Lukas, nacido en 1830 y que con tan sólo dieciocho años, siendo tambor del ejército, quedó impedido a consecuencia de un adoquín arrojado por un estudiante y viviendo el resto de su vida de una pensión que gastaba diariamente en una botella de ron y un paquete de tabaco. Murió de una paliza que le propinaron unos canteros, hartos de que el pensionado Lukas se burlara de todo aquel que trabajaba. El abuelo, la astilla de Lukas, era hipnotizador en circos pequeños, la gente tenía la certeza de que todo era un mero pretexto para no trabajar, pero con la llegada de los alemanes, Vilém, que así es como se llamaba el abuelo del narrador, les dio a todos una lección entregando su vida delante de los tanques invasores tratando de detenerlos con su pensamiento. El padre también abandono pronto el trabajo, a los cuarenta y ocho años, después de estar veinte años conduciendo una locomotora. Madruga, como don Quijote, para buscar la utilidad de las cosas que la gente desecha. Es hora de regresar al año en el que los alemanes ya no dominan el espacio aéreo.

Es curioso que inmediatamente aborde el narrador la descripción de su uniforme de alumno de factor de ferrocarriles, lo digo porque tal descripción ocupa el mismo número de páginas que sus antecedentes familiares.

En la oficina de telecomunicación: la ventana desde la que se ve un sendero de cinco kilómetros, los tres telégrafos y los cinco teléfonos que no dejan de comunicar sobre la mesa del telegrafista, situada junto a aquella ventana. Nuestro protagonista ha estado enfermo o recuperándose de una herida y debe de reiniciar su prácticas con el factor Hubicka. El jefe de la estación que pesa más de cien kilos, aunque eso no le impide bailar con suavidad, posee un despacho oriental con una alfombra de Persia y tres taburetes turcos. Y un reloj de mármol. El reloj y el tic-tac. El tiempo es esencial para un ferroviario. Este jefe de estación es un "filántropo" que sacrificó sus palomas alemanas y las sustituyó por palomas polacas. Su mujer degüella a un conejo como si estuviera haciendo un mantel de ganchillo.

El alumno Milos Hrma, el narrador, se presenta ante el jefe de estación Lánský Ruze. Ambos pondrán de manifiesto la naturaleza “depravada” del factor Hubicka, quien pese a ello está a punto de conseguir el entorchado con la estrella de diamante que distingue a los inspectores del ferrocarril.

Milos Hrma parece un idiota aprendiz de factor que no hace otra cosa que estar de pie junto a las vías en la estación de Hradec Králové. Dos SS le meten las pistolas en las costillas y Milos sube con ellos a la locomotora. Hay un retraso de un tren del Reich, es un tren rigurosamente vigilado, y Milos parece un buen candidato de culpabilidad. Pero como con los alemanes, esos cabezas cuadradas que retienen un tren durante horas en la estación porque faltan cuatro caramelos de la cantina, nunca se sabe, acaban por dejarlo en libertad al descubrir las cicatrices en sus muñecas. Milos aguanta la respiración cuando lo dejan en libertad y mira pasar los vagones. Pero Milos no es un idiota, es simplemente que se enamoró de Masa durante los cinco meses que ambos estuvieron pintando una cerca de cinco kilómetros.

La fama del factor Hubicka se ha extendido por la región y los trenes, trenes cargados de recriminatorios ojos de ganado, se detienen para conocer la historia de aquella noche en la que el factor Hubicka levantó las faldas de la telegrafista Zdenicka y estampó en su trasero todos los sellos de la oficina. Y para instruir el expediente sancionador por semejante comportamiento se presentan en la estación el jefe de movimiento Slusný y el consejero Zednicek. El jefe de estación Lánsky Ruze va tomando nota de cuanto debe constar. Mientras, Milos, afuera en el anden, controla la circulación de los trenes, el último es un tren hospital con su vagón-morgue de donde cuelga un farolillo rojo. La comisión se marcha y el jefe de estación grita irritado porque el jefe de movimiento ha visto su uniforme viejo cubierto de cacas de paloma. Está seguro de que tal circunstancia le impedirá lucir el  entorchado de inspector. Las palomas polacas que pasean por el alfeizar de la ventana del jefe de estación, que vuelan bajo un cielo azulado en el que es posible imprimir sellos grandes como torres de iglesias. Mañana sale un tren de Trebic que será rigurosamente vigilado por el factor Hubicka y el alumno Milos.

Hay a partir de aquí una sucesión de imágenes impregnadas de un magnetismo que se mueve entre lo premonitorio y lo abismal:

El caballo blanco que lleva al jefe de estación a través de la planicie nevada como si fuera cabalgando en el aire.
La luz de la lámpara que proyecta círculos en el techo del despacho del jefe de estación, tal como huesos de un esqueleto.
El horario de los trenes y su recorrido que será seguido con la punta de un lápiz.
La presencia de Masa, la novia de Milos, que le trae a la memoria su intento de suicidio.
El silbato negro que cae de la camisa de Masa sobre el rostro de Milos tendido en una cama de hospital donde cura sus heridas de deseo insatisfecho.
Las botas en el armario de una chiquilla de quince años que ha perdido las piernas.
El reflejo en los escaparates que casi puede olerse.
Las rendijas de luz en el hotelito de Bystrice, en el vagón de servicio, en la línea del bañador de las chicas en la piscina.
La llegada de la mensajera que trae el paquete que hará volar por los aires el tren rigurosamente vigilado, le quita todo el deseo a Hubicka y se lo da a Milos que por fin pudo sentirse hombre y se siente fuerte y valiente y tranquilo, hasta el punto de acordarse de su abuelo que trató de detener a los alemanes poniéndose delante de un tanque armado con sus poderes hipnotizadores. Es esa una buena razón para la venganza. Dresden ha sido destruida, pero a Milos los alemanes ya no le dan lástima como cuando estuvo en el hospital con sus muñecas cortadas y su tía Beatrice lo tranquilizaba, igual que hacia con aquellos pobres soldados alemanes bañados de aceite por las quemaduras. El tren de Trebic, rigurosamente vigilado, trae al final una garita, con una linterna y un haz de luz roja, como el tren hospital con su vagón-morgue.

Muy pocos textos a lo largo de la literatura universal poseen el peso narrativo de esta pequeña obra maestra. Cada frase es una certera flecha lanzada hacia el centro mismo de lo que acontece, como si la escritura fuera creando su propia realidad a medida que las palabras buscan su lugar en la frase. La palabra toma el cuerpo de aquello que designa y lo lanza a la vida, a veces la vemos hasta rebotar fuera del libro como sucede con el tic-tac de las “manecillas de color de los segunderos de todos los copos [de nieve]” Y es allí, en la construcción de espacios tan precisos como inverosímiles donde quedan suspendidas las verdaderas razones de una ausencia sucesivamente renovada por la espera. Milos no volverá a casa ni Masa podrá apretarlo contra su cuerpo, tampoco lo hará el soldado que llama a gritos a su enamorada desde la cuneta. No volverán las palomas polacas a volar alrededor del jefe de la estación, porque Dresden ha sido destruida. Seguro que el factor Hubicka no podrá regresar a sus festivas chanzas sexuales porque el miedo ha sustituido al deseo. La burbuja de la vida estalla y entonces nos preguntamos si no habría sido mejor “habernos quedado en casa sin mover el culo de la silla.”

Que ustedes lo hayan disfrutado. Pero no se preocupen si no es así, dejen pasar un año y vuelvan a leerlo.

Bohumil Hrabal, nació en Moravia en marzo de 1914 y falleció en Praga en 1997. Comenzó a publicar tardíamente cuando casi alcanzaba el medio siglo de vida, pero enseguida alcanzó renombre universal fundamentalmente con sus tres obras maestras: la que nos ocupa ahora y Una soledad demasiado ruidosa y Bodas en casa. Su obra prohibida en Checoslovaquia durante los años sesenta llegó a circular de forma clandestina por medio de copias manuscritas o mecanografiadas. Alguna de sus novelas muestra un carácter puramente experimental construyendo interminables frases en una búsqueda de un lenguaje capaz de mostrar la inmensidad de los matices de la vida.