jueves, 21 de junio de 2012

El Quijote. Primera parte. Capítulos XXXVIII a LII.



Viuda e hijos de Gorchs. Barcelona. 1832. Es apreciable el alarde tipográfico de la portada.


CAPÍTULO XXXVIII.-
Dejamos a don Quijote con la palabra en la boca y en la confianza de que siga en el uso de ella retomamos la lectura. Don Quijote que se sustenta de su imaginación, habla, y los demás comen con gusto del aderezo de la ventera y de la ventura. Levantados los manteles, les quedaron a los comensales, a saber: Sancho, Dorotea, don Fernando, Luscinda, Cardenio, el cura, el barbero, Zoraida y el cautivo, ganas de más discursos y rogaron a este último que les contase la historia de su vida.

1850. Madrid. A partir de dibujo de Johannot.
CAPÍTULO XXXIX.-
Historia del cautivo. Como muy bien comenta Rico la situación que abre el cuento no puede ser más típica del cuento popular: un padre que reparte algo entre sus tres hijos para que se abran camino en la vida. Por los datos que proporciona el cautivo, su narración se sitúa según los comentaristas en torno a 1589, aunque alguno como Rodríguez Marín haya subrayado que del contenido de la narración no parecen haber transcurrido tanto años como dieciocho (desde la batalla de Lepanto acaecida en 1571).

CAPÍTULO XL.-
No cabe duda de que Cervantes sabía de cautiverios y quizá llevado por el anhelo de ofrecerse como ejemplo, no dudó en introducirse él mismo como personaje en la ficción. Por lo demás, continúa la historia del cautivo describiendo con toda clase de detalles, rescates y traiciones.

CAPÍTULO XLI.-
Termina la historia del cautivo. Aunque afirma Martín de Riquer que esta historia tiene un interés humano y documental extraordinario, no es menos cierto que posee la misma provisionalidad en su resolución que todas las anteriores novelas intercaladas. Cabe preguntarse si no es muy probable que Agi Morato, el padre de Zoraida, uno de los personajes más trágico del Quijote, emprenda la búsqueda de su hija y acabe por encontrarla y que el silencio que parece presidir la actitud de Zoraida nos revele por fin su misterio al contemplar la figura de su padre. En fin, la provisionalidad propia de una historia contada en una venta.

1797. Madrid (Gabriel Sancha). Luis Paret, dibujante. Juan Moreno, grabador.
CAPÍTULO XLII.-
Advierte Rico que antes de cenar y de que don Quijote pronunciara su discurso de las armas y las letras, Cervantes había escrito: “Ya en esto llegaba la noche” (capítulo XXXVII), y en el presente vuelve a decir: “En esto llegaba ya la noche”. En el ínterin hemos escuchado la historia del cautivo además del discurso apuntado. Algunos autores, por ejemplo Clemencín y Vicente Ríos, han utilizado esta circunstancia para indicar el descuido con el que está escrita la novela, sin embargo más recientemente Vicente Gaos, citando a Hatzenbusch, desafía al lector para que cronómetro en mano mida el tiempo de la lectura desde el capítulo XXXVII al XLI y comprobará que coincide con la realidad: el tiempo entre que llegaba la noche y cerrar della. Cabe así concluir que lejos de descuidos estamos ante una forma de narración absolutamente moderna, Cervantes llama intencionadamente la atención del lector sobre el lapso temporal transcurrido. Con todo, no acertamos por nuestra parte a atinar con una explicación satisfactoria para la segunda cena de la que poco después darán cuenta los acompañantes de don Quijote. Llega el oidor con la garnacha puesta. Imposible sustraerse a copiar el Covarrubias: “Vestidura antigua de personages muy graves, con buelta a las espaldas y una manga con rocadero, y assí se hallará en las figuras de paños antiguos. Díxose de la palabra guarnir, que en castellano antiguo vale defender; porque no sólo con ellas se defendían del frío, pero les era defensa y amparo, para que la gente los acatasse y reverenciasse, siendo insignia de persona señalada o ministro grande del rey. Y por esto el rey don Felipe segundo, de felice memoria, ordenó que todos los de sus consejos; assí el supremo como los demás, y los oydores de las chancillerías y fiscales, truxessen estas ropas dichas garnachas, porque anduviessen diferenciados de los de más; cosa mui acertada, y con que cessaron mil inconvenientes”. Debe apreciarse la agudeza de Cervantes que retrata al oidor, el cual viene, por cierto, acompañado de una joven hermosísima, confuso de lo que venía y escuchaba.   

1902-1903. Barcelona. José Passos, dibujante.
CAPÍTULO XLIII.-
Enterados que hemos quedado de que el oidor es el hermano del cautivo, un nuevo encuentro nos aguardar tras escuchar a un mozo de mulas “que canta que encanta”.  Los amores de don Luis y doña Clara que parecen estar anudados de la misma artera forma en que Maritornes y la hija del ventero atan la mano de don Quijote, quedando colgado de la ventana y de puntillas sobre Rocinante. Situación tanto más ignominiosa cuanto que para trabar a don Quijote se usa el cabestro del jumento de Sancho, quien no atenderá la llamada de su amo, pues está “sepultado en sueño y tendido sobre el albarda de su jumento”.

CAPÍTULO XLIV.-
El lector aplaude la decisión de don Quijote de no atender los ruegos de Maritornes y la hija del ventero que le instan para que acuda en auxilio de Palomeque, apaleado por dos clientes que se marchan sin pagar, que está aún muy reciente la última burla de las peticionarias y bien puede ser que nuestro héroe ande con alguna sospecha, que demasia cosas van sucediendo en este castillo encantado. Le sigue el inicio del magnífico episodio del baciyelmo.

1780. Madrid. Dibujante: José del Castillo. Grabador: Joaquín Ballester.
CAPÍTULO XLV.-
¿Bacía o yelmo? Bacía para el barbero, yelmo para el andante caballero y baciyelmo para el escudero. “No amigo Sancho, no; no hay baciyelmo que valga. Es yelmo o es bacía, según quien de él se sirva, o mejor dicho, es bacía y es yelmo a la vez porque hace a los dos trances. Sin quitarle ni añadirle nada puede y debe ser yelmo y bacía, to él yelmo y toda ella bacía; pero lo que no puede ni debe ser, por mucho que se le quite o se le añada, es baciyelmo”. No estoy nada seguro de que Unamuno llevara razón en su reprensión a Sancho. La discusión se generaliza y acaban participando todos cuantos en la ventas estaban. El estupor del sobrebarbero es compresible cuando todos se decantan por considerar yelmo la bacía y jaez la albarda. Bueno, todos no, que un cuadrillero llama a la albarda, albarda y se organiza un follón mayúsculo cuando don Quijote lo acomete. El oidor y el cura han de esforzarse por apaciguar los ánimos, pero no dura mucho el sosiego en esta venta del demonio, que uno de los cuadrilleros reconoce a don Quijote como sujeto para prender por haber puesto en libertad a los galeotes y nuevamente los vemos asidos del cuello.

CAPÍTULO XLVI.-
Conseguida por fin la paz, gracias a la mediación del cura y los dineros de don Fernando, don Quijote se postra ante Dorotea para rogarle licencia de continuar viaje a su reino según promesa que hasta alturas ya no parece antigua. Sin embargo, Sancho se entremete y afirma que la princesa Miconomicona, no es más reina que su madre, pues la ha visto hocicando como cortesana. La cólera de don Quijote es aplacada con la recurrente referencia al encantamiento, que preserva la honestidad de Dorotea y la bondad e inocencia de Sancho. Pero el papel de la princesa Micomicona está próximo a terminar, pues Dorotea ha de partir con don Fernando, y es entonces cuando ese gran urdidor que es el cura, traza el plan de llevar a don Quijote encerrado en jaula de palo haciéndole creer que está encantando.      

1842. México. Anónimo.
CAPÍTULO XLVII.-
Enjaulado don Quijote conversa con Sancho de los modernos modos de llevar a los encantados en carros de bueyes y acompañados de fantasmas o demonios corpóreos que huelen a ámbar en lugar de a azufre. A despedirle salen la ventera, su hija y Maritornes y ante ellas don Quijote hará un breve discurso: el caballero de la Triste Figura sigue dispuesto a cambiar el mundo y, además, a dar las gracias por ello. La magnífica mezcla de ingenuidad y perspicacia es cosa de encantamientos para el lector. La pluma de Cervantes reta todavía al pincel: primero el carro con don Quijote dentro de la jaula, sentado, arrimado a las verjas, como estatua de piedra; delante el dueño del carro, a los lados los dos cuadrilleros o escopeteros, detrás Sancho en su jumento con Rocinante llevado de la rienda, y, en último lugar, el cura y el barbero sobre sus mulas poderosas. Todos caminan lentos, siguiendo el paso de los bueyes.

CAPÍTULO XLVIII.-
Prosigue el diálogo que sobre los libros de caballería y su fementido contenido mantienen el cura y un canónigo que se ha cruzado en el camino con tan curiosa procesión. Sancho trata de persuadir a su amo de que no va encantado sino “embaído y tonto”, que quien le llevan no son espíritus ni fantasmas, sino el cura y el barbero de la aldea.  

CAPÍTULO XLIX.-
El canónigo reprocha a don Quijote que haya tomado por cierto cuanto dicen los libros de caballería y, aún peor, que se haya decidido a imitarlos. No comprende el eclesiástico que bajo las solemnes arcadas cerebrales de don Quijote se sucedan personajes asombrosos: los tres Amadises, los Doce Pares de Francia, el Cid, Bernardo del Carpio… A todos ellos defiende, por todos está dispuesto a sacar la espada contra la falsa acusación de falsedad que el canónigo les dirige.

CAPÍTULO L.-
No. Claro que no. Don Quijote no puede admitir que los libros impresos con licencia de reyes contengan mentiras. Este argumento lo trae anudado Cervantes al dedo desde que hijo hablar a Juan Palomeque en la venta en ausencia de don Quijote.  “De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos…” ¡Qué maravillosa forma de definirse!

CAPÍTULO LI.-
El cuento del cabrero. Leandra, hermosa hija de buen señor, acaba huyendo con un soldado fanfarrón, frustrando el amor de Eugenio, Anselmo y otros muchos, que deciden convertirse en pastores para buscar vado a su frustración.

1830. París. Anónimo.
CAPÍTULO LII.-
El cuento pastoril del cabrero excita los anhelos de aventura de don Quijote, a quien se ha permitido salir de la jaula, y que acabará riñendo con el cabrero. La reyerta se interrumpe tras un sonido de trompeta. Don Quijote arremete contra los disciplinantes que había formado procesión por hacer votos de lluvia, tomando por señora cautiva, lo que no era sino imagen procesional. Sancho al creer muerte a su amo a consecuencia del garrotazo propinado por uno de los disciplinantes, lanza un panegírico a la flor de la caballería andante. Resucita don Quijote y pide volver a la jaula encantada, al carro de bueyes, a la aldea. Poco más dicen los papeles, si acaso la noticia de una tercera vez  que salió de su casa don Quijote para asistir a las jutas de Zaragoza. A tales justas partiría el apócrifo de Avellaneda y de ellas se separaría el cervantino de la segunda parte.

-Quiera Dios que volvamos a encontrarnos Sancho en la segunda parte -dijo don Quijote.
-¿Pero no ha tenido vuesa mercé ración suficiente de palos, suspiros y encantamientos?
-¡Qué he de tener! Pues no sabes tú, Sancho, como te tengo explicado, que las andantescas aventuras solo nacen para ser escritas por algún sabio, que ya debe llevar más de cien páginas emborronadas.
-Aventuras y desventuras nunca empiezan por poco.
-Ojinegra es la sartén, Sancho.
-Ojinegra la sartén, yo y vuesa mercé.

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