Blamblehurst, estación de
ferrocarril, febrero, viento y nieve. La posada de la señora Hall. Un
desconocido que oculta su aspecto por completo y sólo deja ver la punta de su
nariz. Servilletas, vendas, pañuelos, sombreros, todo le sirve al desconocido
para tapar su cara. Teddy Henfrey, el relojero, desconfía de quien dice ser un
investigador en busca de aislamiento. En seguida los habitantes de Iping,
distrito de Chichester y condado de Sussex Occidental, convirtieron al
desconocido en el centro de sus conversaciones. Uno de los rumores, quizás el
mejor fundado, afirmaba que el desconocido se oculta tras ropas y prendas
porque es de “colores” y se avergüenza de ello, como es natural. Por
Pentecostés, Cuss, el boticario, descubre el brazo “vacío” del desconocido y
corre a contárselo al señor Bunting, el vicario, a quien esa misma noche le
robaron delante de sus narices la totalidad de sus ahorros.
Los muebles de Jenny, la señora
Hall, han sido embrujados por el desconocido y, como es natural para tales
casos, se llama al herrero, el señor Wadgers, quien recomendó un par de
herraduras.
Conviene tomar nota de que el
secreto del forastero se descubrió por una cuenta pendiente de pago, la
momentánea falta de liquidez que coloca a cada uno en su sitio, sólo que en
este caso, dadas sus peculiaridades, desalojó a unos, los videntes, y realojó a
otros, los invidentes. Pero todos
recibieron con alivio el lenitivo de la ley que en situaciones tan
difíciles no debe permanecer de brazos cruzados. La orden de arresto deja al
desconocido al “desnudo” y en tan ventajosa situación huye hacia Adderdean,
según relato del naturalista Gibbins que oyó pasar en esa dirección una mezcla
de toses y maldiciones. Un proscrito, Thomas Marvel, que filosofa ante dos
pares de botas, se ofrece a ayudarle. No hay que olvidar que nuestro hombre
anda desnudo por la vida y como científico necesita de libros y apuntes. Tiene,
por tanto, que volver a Iping. Pero Marvel harto de una voz que no es la suya,
decide huir y el hombre invisible es tiroteado en una taberna de Burdock. Si
alguien aventuró una respuesta negativa, se equivoca: el hombre invisible tiene
sangre roja.
Griffin, que así es como se llama
el hombre invisible, se refugia en casa de otro científico, el doctor Kemp,
compañero de estudios y al que dará cuenta del drama que está debajo de su
descubrimiento.
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