Cuadragésima tercera.-
La buena fama de Lucilio viaja
desde Siracusa hasta Roma y eso le obliga a una mayor responsabilidad, a “vivir
con la puerta abierta”. Solo cuando el hombre se oculta a sí mismo sus propias
acciones, cobra importancia que éstas también permanezcan en secreto para los
demás. “Si son honestas tus acciones todos deben saberlo; si son torpes, ¿qué
importa que nadie lo sepa, puesto que tú lo sabes?”.
Cuadragésima cuarta.-
Todos pueden llegar hasta la
sabiduría, “es accesible a todo; todos, en este aspecto, somos nobles”. Nada
sabe la filosofía de insignificancias ni mezquindades, de reyes ni esclavos,
que sólo “es el alma la que ennoblece… por encima de la fortuna”. A los humanos
se les escapa la vida feliz mientras la buscan. La misma inquietud que lleva a
los hombres a acumular seguridades y a rodear de inquebrantable confianza su
vida, la convierte en infeliz. En el laberinto de la vida, avanzar despacio es
imprescindible para evitar el desconcierto.
Cuadragésima quinta.-
Siracusa sufre una penuria de
libros, Séneca ofrece los suyos a Lucilio y le aconseja que busque en ellos la
verdad con independencia. Debes huir de “sutilezas verbales”, que no son las
palabras de lo que ha de ocuparse el hombre, sino de la vida. Y así no basta
hablar de la felicidad, hay que señalar al hombre feliz “aquel que todo el bien
lo tiene en su alma”. La vida se nos adelanta siempre y por eso yerran quienes
buscan lo superfluo, “porque no viven, sino que se aprestan a vivir”. Una de
mis favoritas, aunque me inquieta que esa penuria de libros pueda llegar a
hacerse presente en un futuro no demasiado lejano.
Cuadragésima sexta.-
Séneca parece haber disfrutado
mucho con el libro compuesto por Lucilio. Este habrá de esperar a una segunda
lectura más reposada para obtener de Séneca un juicio más consistente y próximo
a la verdad.
Cuadragésima séptima.-
Lucilio vive “familiarmente con
[sus] esclavos” y Séneca le felicita por ello. El estoico se queda al borde del
abolicionismo cuando afirma “también compañeros de esclavitud, si consideras
que la fortuna tiene los mismo derechos sobre ellos que sobre nosotros.” El esclavo que trincha las aves en la mesa, el
que escancia el vino o el encargado de seleccionar los comensales, puede
convertirse el día de mañana en señor, como sucedió con Calixto, esclavo
manumitido por el emperador Calígula y que gozó de gran prestigio en la corte.
La “regla de oro” de Mateo (7, 12) “todo cuanto queráis que os hagan los
hombres, hacédselo también vosotros a ellos”, tiene una descriptiva versión
senequista: “Siempre que recuerdes la gran cantidad de derechos que tienes
respecto de tu esclavo, recuerda que otros tantos tiene tu dueño respecto de
ti”. A tu mesa debes aceptar a los esclavos como a los libres, los unos comerán
contigo “porque son dignos, otros para que se hagan dignos”.
Cuadragésima octava.-
“Has de vivir para el prójimo, si
quieres vivir para ti”. La extraordinaria importancia que para Séneca tiene la
amistad le impone afilar el carboncillo de sus pensamientos hasta convertirlos
en auténticas máximas. Al filósofo, al sabio, se le ha llamado no para que haga
silogismos, sino “en defensa de los desgraciados”: “A uno la muerte le reclama,
a otro la pobreza le consume, a otro es el dinero ajeno o el suyo propio el que
le tortura; aquél ante la mala fortuna se horroriza, éste desea sustraerse a su
propia felicidad; a éste le tratan mal los hombres, a aquél los dioses”. Es
preciso alejarse de lo superfluo, porque siendo el tiempo escaso y grandes las
necesidades, la bondad debe ser bien administrada. ¿Qué otra cosa puede
necesitar el hombre que una cuadragésima octava para el espíritu y un plato de
garbanzos para el cuerpo?
Cuadragésima nona.-
Séneca viaja por Nápoles y
Pompeya (antes de ser “conservada” por el Vesubio para posteridad), y la visita
de estos lugares le provoca añoranza del amigo ausente, Lucilio, nacido en
Pompeya. La vejez ha hecho que Séneca ya no esté absorto en el presente y que
el pasado se muestre amontonado como si estuviera depositado en un mismo lugar.
La niñez, la juventud, la madurez y la vejez. “¡Cuántos peldaños para una
escalada tan corta!” Se indigna Séneca ante quienes consumen el corto tiempo de
la vida en bagatelas. Si “la muerte me acecha, la vida se me escapa”, no hay
otro remedio para esta situación que atender a “que el bien de la vida no se
halla en la duración de esta, sino en su aprovechamiento” que para los hombres
no puede consistir sino en perfeccionar su razón, adelgazando el lenguaje para
acerca la palabra a la sencillez de la verdad. Carta ejecutoria de hidalguía
espiritual.
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