domingo, 23 de junio de 2013

Pálida luz en las colinas. Kazuo Ishiguro.




Niki visita a su madre, Etsuko, después del suicidio de su hermana, Keiko. Pero el pensamiento de Etsuko parece estar en otra parte, en Nagasaki, en la época posterior a la devastación atómica, en un momento que se sitúa durante la guerra de Corea (1951-1953). Por aquella época el gusto occidental, al menos en cocinas y cuartos de baño, ya imperaba en Japón. Etsuko recuerda su primer encuentro con Sachiko y la forma tan extraña en que esta le encomendó el cuidado de su hija, Mariko, durante unas horas. Mariko debería estar en el colegio, tiene edad para ir al colegio, pero ella no va al colegio; a Etsuko le parece demasiado pequeña para quedarse sola, pero su edad es incierta. Etsuko no logra la confianza de Mariko. La segunda vez que se ven, Mariko le ofrece uno de los gatitos que están a punto de nacer y le habla de una enigmática mujer que la visita y que vive más allá del río [debe tratarse del río Urakami donde es tradicional depositar lámparas de papel en homenaje a las víctimas de la bomba atómica]. Gracias a Etsuko, Sachiko comienza a trabajar en la casa de comidas de la señora Fujiwara.




Ogata, el suegro de Etsuko, viene a ver a su hijo Jiro. Etsuko que ya está embarazada de Keiko, sabe lo distintos que son padre e hijo; da la impresión que Jiro soporta con dificultad la presencia de Ogata y que este, a quien en realidad ha venido a ver es a Etsuko. Keiko era el nombre de la esposa de Ogata y Etsuko recoge la sugerencia de su suegro de vincular el nombre del futuro hijo a la familia paterna. Mariko desparece y la encuentran al otro lado del río, allí donde vive la mujer de las visitas y que según Sachiko no puede existir porque está muerta. La actitud y el comportamiento de Sachiko son tan enigmáticos que probablemente sea esa la razón por la cual Etsuko se siente tan inclinada hacia ella. Y la extrañeza que genera el comportamiento de Mariko no se disipa con las explicaciones de su madre. Ninguna de las dos son unas palurdas: el padre de Mariko “era un hombre muy fino” y Sachiko ha “tenido familiares del más alto rango”, entonces ¿de qué o de quién se esconden?, ¿por qué ese empeño de poner más tierra de por medio marchándose a América?,  ¿de qué se avergüenza Sachiko?, ¿qué oportunidades son esas que ella no ha tenido y quiere para su hija?

 Aunque Keiko nunca fue parte de la vida de Niki y de su padre y hacía seis años que Keiko se había “ido”, tanto Niki como Etsuko sentían una cierta inquietud al aproximarse a la habitación de Keiko. Durante mucho tiempo Keiko vivió allí retirada y la familia pasaba semanas enteras sin verla. La comida y la ropa se dejaban a su alcance y su presencia causaba inquietud. Quizás una inquietud similar a la que lo americano y su democracia causaba en Japón en el tiempo en que Etsuko estaba embarazada de Keiko, aquel en el que Ogata visita a Etsuko y esta se mantenía pendiente de Sachiko. Juntas las dos mujeres en unión de Mariko pasan un feliz día de excursión, tal vez porque por primera vez Mariko se comporta exactamente como debe de hacerlo un niño, incluida toda la ilusión que cabe poner en un terceto de boletos tomboleros.



 Antes de marcharse a Fukuoka, Ogata vivía en Nagasaki y Etsuko pasa con frecuencia por la casa que fue de su suegro. Ogata y su hijo Jiro tienen una discusión por el ajedrez, aunque en realidad se trata de algo distinto, un cambio de mentalidad. Ogata piensa que los americanos han traído la democracia y que esta es egoísta y solo sirve para encubrir el olvido de las obligaciones. Con todo, la falta de respecto de Jiro hacia su padre ha sido importante. Ogata ha decidido dar por concluidas las vacaciones y regresar a Fukuoka, dice que su hija Kikuko tiene la intención de visitarlo este otoño y la casa necesita reparaciones. Las cosas han cambiado mucho tras el final de la guerra, tanto que incluso de aquello de los que Ogata estaba más orgulloso, su dedicación a la educación de los jóvenes, se ha visto sacudida tras un artículo publicado por un antiguo alumno, compañero, a la sazón, de Jiro. El encuentro buscado por Ogata con el otrora discípulo, no hace sino confirmar el abandono de la tradición nipona y la inclinación hacia la democracia americana. También la señora Fujiwara opina que cosas han cambiado mucho en los últimos años. Ogata siente por la señora Fujiwara un poco de lástima, que después de haber sido la esposa de una persona importante, se ve obligada a regentar un restaurante.



También Sachiko se va, primero a Kobe y después a América. Ella sabe que todo eso no es sino pura quimera, pero también conoce que en Japon, no tiene más que habitaciones vacías o casuchas desechas atestadas de insectos. Mariko, la niña, no quiere acompañar a su madre y eso le hace recordar a Etsuko que tampoco su hija Keiko quería venir a Inglaterra.


Incluso Niki se marcha, ha de volver a Londres. Etsuko se queda en su casa de Inglaterra junto al abismo que separa esta soledad actual de sus recuerdos en Japón. Todos han terminado por marcharse sin su consentimiento: Ogata, Jiro, el señor Sheringham –el segundo marido de Etsuko-, Sachiko y su hija Mariko, Keiko y, al final, también Niki, un nombre que tiene “ciertas resonancias orientales”, como una serie interminable de reverencias.

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