domingo, 1 de julio de 2018

Por la parte de Swann. Marcel Proust





«Mucho interviene el azar en todo esto y con frecuencia un segundo azar, el de nuestra muerte, no nos permite esperar por mucho tiempo los favores del primero».

Primera parte. Combray

Poco a poco el sueño se disipaba. Todas las alcobas donde alguna vez había dormido se intentan recordar como si fuera ovejitas. La casa de los abuelos en Combray. La casa de la señora de Saint-Loup en Tansonville. La lenta, pero eficaz costumbre que hace habitable una casa a la que el señor Swann con sus visitas regulares contribuía al jardín de Combray. El niño  narrador, que recoge los más leves detalles de las cosas o palabras que se mueven a su alrededor, diluye el tiempo alrededor del rostro de su madre seleccionando como un retratista el lugar donde desea depositar el beso de buenas noches, antes de subir por la detestada escalera que le conduce al insomnio. Fue la propia falta de principios del padre, lo que salvo al niño narrador de un castigo mayor, pues cuanto más ausentes están aquellos más fácilmente se transige. Tal vez, ¿un niño sobreprotegido al que le gusta la cama?

Justamente antes de acabar el capítulo primero, se encuentra el famosísimo episodio de la magdalena impregnada de té que tanto nos compromete en el acontecer enigmático de la memoria propia. ¿Cómo es posible que el pasado brote de repente desde el fondo de una taza de té? Y, sin embargo, así es: desde el cuarto de tía Léonie hasta los nenúfares del Vivonne. “Ciudad y jardines de mi taza de té”. De las visitas a la tía Léonie quedan en la memoria más cosas además del té con la magdalena: un desorden de recetas y misales, una cómoda amarilla de madera de limonero, una botella de Vichy…   

Al campanario de Combray, visto desde las tristes calles de detrás de la iglesia, le atribuye el narrador un recuerdo tan importante que encierra dentro de sí una parte importante de su vida. A las cinco, cuando íbamos a por el correo, más tarde desde el camino de la estación o desde la ribera del Vivonne, a él había que volver siempre.

Al señor Legrandin, su profesión científica, la ingeniería, lo retiene en París durante toda la semana. Alto, de buen porte, bigote rubio y ojos azulines, el señor Legrandin, poseía una cultura muy notable, quizá demasiado académica y libresca, en la que se echaba de menos un poquito de la informalidad de que sí poseían sus flotantes corbatas y sus colegiales chaquetas.

La tía Léonie asegura que su pobre estómago necesita catorce horas para asimilar dos simples sorbos de Vichy. Aunque, en realidad, la tía Léonie solo pretendía tres cosas: la primera que la gente aprobara su aislado régimen de vida, después que la compadecieran por sus padecimientos y, por último, lo más importante, que la tranquilizaran.

El tío Adolphe, que es hermano del abuelo del narrador, se había retirado con el grado de comandante y ya no visitaba Combray a causa de cierto incidente.

La decepción es fruto de ese intento de encontrar en las cosas el reflejo que nuestra alma ha proyectado sobre ellas, y, naturalmente, no encontrarlo. La razón está, según nos explica nuestro joven narrador, en que el encanto viene dado en función “de la vecindad de ciertas ideas” que no pueden ser transpuestas a la realidad desde nuestro pensamiento.

Para el señor Swann, la opinión no está más que en la meticulosidad de los detalles de una información precisa. Si partimos de las jerarquías sociales, en las que los Swann parecen ocupar un alto puesto, nuestro joven narrador, ávido lector del gran escritor Bergotte, nos conduce a través de catedrales de tiempo hasta los pies de la señorita Swann a la que induce a enamorarse de alguien uniformado. Al menos así será, mientras él lea en el jardín, incluso los domingos.

El agua de Vichy de tía Léonie se revela en el temor de que la nube  negra suspendida detrás de la iglesia eche a perder el vestido de la señora Goupil. La tía Léonie era rica y generosa. Tan rica como los demás ricos de Cambray, la señora Sazerat, el señor Swann, el señor Legrandin y la señora Goupil. Con “desdén afectado y ternura profunda” miraba la tía Léonie su rutina. Los sábados, como Françoise tenía que ir al  mercado de Roussainville-le-Pin, el almuerzo se adelantaba una hora. La rutina de los sábados.

El señor Vinteuil había sido el profesor de piano de las hermanas de la abuela del joven narrador. Tiene una hija un poco marimacho con pecas en las mejillas. Viven en Montjouvain, que más parece nombre de casa propio, que barrio, pueblo o ciudad. A la vuelta de misa, después de despedir al señor Vinteuil y su hija que hacen el trayecto en buggy, la magia de un rodeo por caminos desconocidos que conducen directamente a la puerta trasera del jardín de la casa. Tan muerto de sueño y cansancio que “el olor de los tilos, que embalsamaba, me parecía una recompensa solo alcanzable al precio de las mayores fatigas y no valía la pena”.  

No, no, el señor Legrandin no está enfadado, tan solo distraído. Tal lo prueba el inmediato encuentro en el Pont-Vieux, donde hasta recitó versos de colores, cielos y bosques. El narrador cena con el señor Legrandin bajo una luz nocturna muy romántica y le niega que conozca de nada a las señoras del castillo de Germantes. En realidad, el señor Legrandin es un esnob. La señora de Cambremer es la hermana del señor Legrandi y vive en Balbec. Pero esta ciudad, en opinión del señor Legrandi, no es recomendable antes de los cincuenta años.

Había dos partes, dos caminos o paseos, la parte de Méséglise-la-Vincuse, también llamada la de Swann, y la parte de Guermantes. Cada tarde encontraba su tiempo en la parte que le correspondía. Si se salía por la puerta que daba a la Rue du Saint-Esprit era tarde en la que se bordeaba el parte del señor Swann. En uno de esos paseos, al atravesar el jardín de Tansonville el narrador se tropezó con Gilberte, la hija de Swann. Inmediatamente se enamoró de aquella niña pelirroja, salpicada de pecas que sostenía una laya entre las manos.

En Montjouvain, también por la parte de Méséglise, una casa situado al borde de una gran charca, vive el señor Vinteuil. La gente comenta que la hija del señor Vinteuil ha traído a una amiga mayor para hacer con ella música. Si la lluvia hacía acto de presencia, la iglesia de Saint André des Champs o el bosque de Roussainville servían de refugio.

Si el tiempo estable lo permitía, la noche anterior se dejaba dispuesta la salida del día siguiente por la Rue des Perchamps. El mayor encanto de la parte de Guermantes era que se caminaba siguiendo la ribera del río Vivonne. En este recorrido el amor fue a parar, naturalmente, a la duquesa de Guermantes, aunque por razones contrarias a las tomadas en cuenta en el caos de la hija de Swann.


«Iba contando el tiempo, añadía algunos segundos a todos los minutos para no quedarse demasiado corto…»

Segunda parte. Un amor de Swann

El círculo de los Verdurin estaba compuesto por la señora de Crécy, Odette para la señora Vedurin, el joven doctor Cottard, el pintor Biche, la tía del pianista, el señor Saniette… El traje negro estaba prohibido. El señor Swann, que había llegado a esa edad en la que es preciso tirar de la memoria para que el amor evolucione, entra en el ambiente de los Verdurin de la mano de Odette de Crécy. Perdida en el interior de una arquitectura de perendengues, la nueva amante del señor Swann se lamenta de no conocer la pintura de Vermeer y dice querer ser iniciada.  

La sonata para piano y violín de Vinteuil nada dice al doctor Cottard y su esposa que no escuchan más que notas azarosas, un ruido ininteligible. Justo lo contrario de lo que le ocurre a Swann, para quien su audición supone el hallazgo de algo muy buscado, en especial una frase, una melodía que quedara unida a la presencia de Odette. Como en realidad aquel fraseo musical es de imposible transcripción literaria, se le ocurre al bueno de Proust recurrir a un pintor: Pieter De Hooch. No me resiste a transcribir la certera descripción de su pintura: “a los que da profundidad el estrecho marco de una puerta entreabierta a lo lejos y de color distinto, con el tono aterciopelado de una luz interpuesta”. Hay un Vinteuil que además es profesor de piano, pero Swann descarta que tenga nada que ver con la sonata.

El señor Swann descubre sin pretenderlo que tiene amistad con el Presidente de la República, el señor Grévy. Busca parecidos entre los rostros pintados en los cuadros de los más grandes artistas de todas las épocas, y sus aburridos contemporáneos. Y así, a Odette la identifica con la Séfora de Botticelli. Merecería la pena que alguien pusiera sobre un lienzo las ventanas iluminadas con los postigos abiertos de los Verdurin y el rostro ausente de Odette-Séfora en su interior.

Aquel que se ha ganado el respeto de sus  semejantes antes por su bondad que por sus ideas, sabe que la única forma de empezar a hacer realidad los sueños del otro es no contrariándole. Naturalmente que eso no siempre es posible. Los Verdurin han comenzado a indignarse frente a lo que a ellos les parecen las reservas del señor Swann, pero que no es más que “su congénita apatía, intermitente y providencial”. Así fue hasta que los celos hicieron de Swann un hombre huraño. Tanto que hasta los Verdurin acabaron por excluirle de su círculo. ¡Los asquerosos Verdurin! El restaurante al que Swann gustaba de acudir a almorzar se llamaba La Pérouse, igual que la calle donde vivía Odette.

Cuando la ausencia de algo se convierte en una falta que lo trastoca todo hasta el punto de convertirlo en un estado nuevo, entonces diez minutos equivalen a mucho más que quince días. En el paseo de los Ingleses de Niza todo el mundo conoce a Odette de Crécy, pero esa reputación queda en el exterior de la criatura por la que Swann padece los más retorcidos celos de la historia de la celotipia, no forma parte del molde que cincela a base de voluntad y sacrificio. La dignidad del mundano Swann se arrastra por teatros y cenas a las que no puede asistir, despidiéndose del abrigo de noche azul cielo con borlas de oro frente al espejo de una tristeza airada.
¡Que memoria la de este hombre! Capaz de sacar parecidos entre los rostros pintados y los naturales. ¡Y qué sensibilidad! Capaz de conmoverse frente “al recuerdo de un caja de leche vacía sobre un esterilla”. Es Swann, más loco de celos que nunca.

La princesa Des Laumes habla con el ingenio de los Guermantes, los “opuestos” vecinos de Swann en la tierra de Combray. Su animadversión hacia la marquesa de Cambremer se ilustra con el comentario que le dirige a Swann al indicarle que le explique la razón por la cual hablar con esa de nombre “muy extraño, acaba justo a tiempo pero mal” (sin duda por el “mer”) a lo que Swann replica que no comienza mejor (sin duda por el “ca”).

Una carta anónima que advierte a Swann sobre los amantes de Odette, le sirve a aquel para sacarle a la vida una verdad incuestionable: que todos debemos someternos al hecho de tener que frecuentar a personas capaces de cometer una infamia. Algunos, solo los verdaderamente privilegiados, compensan aquella servidumbre con la visita del peluquero a las ocho en punto de la mañana.


Tercera parte. Nombres de países: el nombre.

El Gran Hotel de la Playa, en Balbec (Cabourg) con los ojos puestos en el mar excitando la furia de la tormenta, de espaldas al gótico normando de sus iglesias. El refugio de los nombres de múltiples ciudades, consuela a nuestro joven protagonista de ver todos los días partir al tren de las 1.22. Parece que finalmente viajará a Florencia, Venecia, Parma. A no ser que… una afección severa de garganta lo envíe a pasear al jardín público de los Campos Elíseos. Es allí donde se produce el primer encuentro entre el joven y Gilberte Swann. El apellido Swann se torna para el joven en una palabra con reminiscencias mágicas y así cuando su madre relata el encuentro casual en la sección de paraguas de Les Trois Quartiers, a nuestro protagonista le llegan imágenes de flores misteriosas y se imagina voluptuosamente el abrigo con esclavina del señor Swann.

sábado, 19 de mayo de 2018

COMENTARIOS SOBRE “ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS”





Al igual que Alicia entra en un mundo fantástico y siguiendo al Conejo Blanco entra en su madriguera y en su mundo fantástico, curiosamente esos días en los que comencé su lectura, viajé por la cornisa Cantábrica, y al entrar en esos túneles, me surgía en la mente la posibilidad de introducirse en un mundo fantástico y maravilloso. No fue así; pocos segundos después, el entorno te devolvía a la cruda realidad, pero eso sí, de bellos paisajes.

Las situaciones y personajes o protagonistas que van desfilando por el libro pueden ser de temática infantil, incluso sus deseos y fantasías, pero el análisis que hace Alicia de todo cuanto ve y le pasa, es de una mente adulta y despierta. Y esto, que al principio puede tener coherencia con el contenido infantil, se va comprobando a medida que avanzamos en sus páginas.

La habilidad de Alicia para replantearse su situación, para opinar, para hacerse y hacer preguntas, para aclarar su estado presente y, en consecuencia, decidir el siguiente paso a dar:

“Me gustaría saber cuántas millas he descendido ya –dijo en voz alta-. Tengo que estar bastante cerca del centro de la Tierra. Veamos: creo que está a cuatro mil millas de profundidad… (Pág. 5).

“Aquí todo el mundo da órdenes. ¡No había recibido tantas órdenes en mi vida! ¡Jamás! (Página 60).

Las disquisiciones con el lenguaje son frecuentes y sorprendentes en una niña:

“¿Por qué no toma un poco de té? Hasta ahora no he tomado nada, de modo que no puedo tomar más, … Quieres decir que no puedes tomar menos, …” (pág. 47).

“Una carta escrita por el prisionero a alguien”. “Así debe ser –asintió el Rey- porque de lo contrario hubiera sido escrita a nadie, lo cual es poco frecuente”.

Y también abundan los juegos de palabras:

“Gala-pago”. Tenía a “gala” enseñar en una escuela de “pago”.

“Matar el tiempo” …, hablan de matar, y ¡nada menos que al tiempo!

“Aprendimos a feificar. ¿No sabes lo que es? Por lo menos sabrás lo que significa “embellecer”.

La reina se comporta habitualmente como una déspota con sus súbditos, siempre está dando órdenes de cortar cabezas, aunque luego esas órdenes no se cumplan y se queden en agua de borrajas:

“¡Prended a ese lirón!¡Arrojadle! ¡Reprimidle! ¡Pellizcadle! ¡Dejadle sin bigotes!” (Pág. 74). 

Y nos resulta sorprendente el plantel de asignaturas que se imparten en el mundo marino: “Clases de patín, de riego, de tintura al bóleo, de mareografía…”

Se va acabando el libro, y uno se va preguntando ¿cómo lo acabará? ¿cómo cerrará su final? Porque ya sólo quedan dos o tres páginas y esto sigue embrollado en un juicio absurdo. Y Carroll lo resuelve de forma magistral en un plis-plas: la Reina manda que le corten la cabeza a Alicia, y esta vuelve a la realidad despertando en la hierba con la cabeza apoyada en la falda de su hermana mayor, que era donde había comenzado el libro. Todo había sido un sueño “maravilloso” de Alicia, que al momento cuenta con detalles a su hermana.

Lo curioso es que su hermana cierra los ojos y empieza a soñar… con su hermana Alicia, con el Conejo Blanco, con la Liebre de Marzo y sus amigos… Uno cree que el cuento vuelve a empezar, que es el pez que se muerde la cola… “Pero su hermana sabía que le bastaba volver a abrir los ojos para encontrarse de golpe en la aburrida realidad”. Y es en esta última página –no podía ser de otra manera- cuando desenmascara el sueño: “La hierba solo era agitada por el viento, y el chapoteo del estanque se debería al temblor de las cañas que crecerían en él. El tintineo de las tazas de té se transformaría en el resonar de unos cencerros, y la penetrante voz de la Reina en los gritos de un pastor. Y los estornudos del bebé, los graznidos del Grifo, y todos los ruidos misteriosos, se transformarían (ella lo sabía) en el confuso rumor que llegaba desde una granja vecina”. (Pág. 80.)  Pero su hermana sí era consciente de que todo era fruto de su propia imaginación soñadora.

Pero como todos los cuentos acaba con un final hermoso, con una ilusión tremenda, con un optimismo hacia el futuro de Alicia: “Y pensó que Alicia conservaría, a lo largo de los años, el mismo corazón sencillo y entusiasta de su niñez, y que reuniría a su alrededor a otros chiquillos y haría brillar los ojos de los pequeños… y que Alicia sentiría las pequeñas tristezas y se alegraría con los ingenuos goces de los chiquillos, recordando su propia infancia y los felices días del verano.”

 Y nosotros, sus lectores, hacemos lo mismo, también nos alegramos al recordar nuestras inocentes aventuras de la infancia.
EFRÉN ARROYO ESGUEVA

sábado, 28 de abril de 2018

ALGUNOS COMENTARIOS A LA NOVELA “PATRIA” POR EFRÉN ARROYO


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Comencé esta novela de Fernando Aramburu con muchas expectativas, dada la fama que la precedía. En los primeros capítulos me atrapó y bloqueó lo emocional. No podía leer más de un capítulo o dos por día. No me podía creer mi reacción. Me removía sentimientos, y eso que yo no me vi afectado directamente ni secundariamente por las consecuencias de ese entorno tan duro de vivir.

Pero claro, Burgos limita con Bilbao, así que todo el mundo tiene amigos o familiares en el País Vasco, y son de todos los colores políticos. Y es un tema de conversación que surgía con frecuencia en las cenas de los merenderos de las bodegas, en las comidas familiares, en la calle, en el bar… En teoría al hablar se ofrecían soluciones, pero en realidad se tomaban posiciones viscerales, se habrían heridas… Eran años en los que casi todas las semanas morían personas asesinadas por ETA, algunos años cerca del centenar, y según la Wikipedia, 829 asesinados por ETA en su historia. Era imposible permanecer impasible ante tanta barbarie.

Yo en aquella época fui durante ocho años concejal de mi pueblo, y nunca percibí miedo (estábamos lejos del lugar de los hechos, y además estábamos por un partido que no parecía objetivo de la banda), pero sí que vivíamos la política en primer plano y seguíamos de cerca la política nacional.

            En algunos capítulos del libro uno reconoce nítidamente sensaciones vividas en aquella época de violencia. Recuerdo haber asistido a unas fiestas en un pueblo de Bilbao, con amigos comunes de juventud, y ver carteles de presos vascos en calles y plazas, pancartas pidiendo su libertad, pintadas en numerosos muros con frases ofensivas hacia lo estatal… Y a nosotros, jóvenes de la Castilla profunda, que defendíamos esa democracia que superaba la dictadura reciente, nos dolía y afectaba en nuestro interior esa interpretación del problema, porque nuestra visión era otra. También nos chocó enormemente y nos parecía inaudito que, en la comida popular de esas fiestas, por los altavoces se escuchara una grabación con el saludo y felicitación al pueblo en sus fiestas, de un preso de ETA desde la cárcel. Una experiencia más que quedó grabada fue la de algunos coches de bilbaínos, que al ir y al volver de ver a su equipo jugar la final de copa en Madrid, y pasar por el centro de Aranda (entonces no existían las autovías), los arandinos les insultaban y ellos les tiraban pesetas llamándoles muertos de hambre. Eran tiempos en los que los instintos primarios estaban a flor de piel.

Socialmente la novela me parece atrevida, bien trabada y al gusto de una mayoría de lectores. Cambia de narrador a protagonista en el mismo párrafo, lo que le da mucha agilidad. Frases cortas. Capítulos cortos, pero enlazados tres o cuatro a la vez, lo que le da continuidad. Unos toques de sexo, otros de problemática familiar o vecinal que nos son cercanos por similitud. Todo ello parece justificar sus enormes ventas y popularidad.

Literariamente, después del recorrido de literatura clásica de estos años, la novela me parece muy floja. Le sobran páginas y capítulos que no aportan nada (¡qué pinta un capítulo entero de una tarta que regala un señor, y sus problemas para repartirla!) Apenas utiliza adjetivos, o figuras literarias, o descripciones de paisajes o caracteres, sino que va directo a los sentimientos.

Es curioso y sorprendente que, casi al final del libro, en el capítulo 109, parece hacer una incursión y reflexiones sobre el propio libro, comentando las razones que le llevaron a escribirlo, por qué él no ingresó en ETA, etc.

Y uno se pregunta ¿cómo cerrará el libro? ¿cómo será su final? ¡Seguro que muere Bittori, a lo que ya nos va preparando en el último tercio del libro! ¡Seguro que consigue que José Mari le pida perdón, y este, con alguna medida de gracia logra salir de la cárcel! Pero no, no es así. Deja un final abierto. Finaliza con un abrazo entre las dos partes, entre las dos vecinas que durante muchísimos años habían sido amigas inseparables. Incluso siembra la duda de que es Miren la que puede morir. Sírvase usted mismo. Imagine usted su final.

Concluyendo. Fernando Aramburu ha tenido la audacia de elegir un tema polémico y saber trabarlo con desenvoltura, con interés, que en sus páginas hace remover sentimientos a los que lo leen, identificarse con los planteamientos de este o aquel personaje. En mi opinión, es una novela que pasará a la memoria colectiva y la historia popular, lo que no es poco, pero no a la historia literaria.

martes, 17 de abril de 2018

Patria. Fernando Aramburu



1.- Tacones sobre el parqué
San Sebastián. El yo de Bittori, de la madre, hasta cuatro veces se asoma en la narración de la despedida de Nerea, la hija, y Quique, su marido. Un viaje a Londres para consentir que él tenga un hijo con otra. Él que huele al mismo alcohol con el que se gana la vida. A Bittori le preocupan cuatro cosas: lo poco que se hace valer su hija, la vejez propia, los boches en el parqué y la insensibilidad de su yerno. Pero nada se puede cambiar, quizás solo el felpudo de la entrada.

2.- Octubre benigno
La utilización de un presente arrastrado desde el pasado no produce la impresión de abandono, sino que resulta anunciador de un cambio que no tarda en producirse: ellos lo dejan, que ya no van a atentar más. A Bittori se lo dice quien hasta hace poco la evitaba. Ninguna duda le cabe al lector que esa actitud de la vecina tiene algo que ver con la muerte de Txato. De vuelta a casa, le fue dando las gracias a las cosas por su humanidad.

3.- Con el Txato en Polloe
La primera persona encubierta/descubierta entre las tumbas del cementerio donostiarra se ofrece al lector. Yo estoy aquí, pero él ya no. A él, al Txato, lo mataron. Bittori ha decido volver al pueblo. Es la necesidad de saber la que la empuja a regresar. Y también la curiosidad, sobre todo ahora que la banda…

4.- En casa de esos
En otro lado, paran otra vez. Aquí el narrador se muestra sin reservas y también sin necesidad. El hijo está en Puerto de Santa María I, la hija en una silla de ruedas y el tercero a sus cosas. Taberna, porrón, partida, pescado… y luz en casa de esos.

5.- Mudanza a oscuras
La diana encima de un nombre. Se me ocurre que hay un desdoblamiento del narrador. Por un lado está el narrador-escritor y por otra el narrador-personaje.

6.- Txato, entzun
El conflicto de la Pili en el autobús, el silencio de los del bar, el ahogo, el buzón que no está, las palabras que se arrastran porque no quieren salir. Y sí, hay luz en casa de esos.

7.- Piedras en la mochila
Joxe Mari en medio de la algarabía abertzale. El hijo de Miren, la mejor amiga de Bittori. Antes de la batalla callejera: bicicletas, persianas, locutorios, ajos, besugos y pañuelos que tapan bocas.

8.- Un lejano episodio
Cuidadísima escritura. De esos capítulos que o salen de un tirón o hay que reescribirlos cien veces.

9.- Rojo
La voz se ha corrido por el pueblo. Dicen que Bittori ha vuelto.

10.-Llamadas telefónicas
¿Cómo entender la reacción de Nerea? Aquello de no asistir al entierro de su padre… Hubiera dado cualquier cosa por poder cambiarlo todo, no mejorarlo sino simplemente cambiarlo.

11.- Inundación
Las lluvias se llevaron la huerta de Joxian. La huerta es su paraíso. ¿A qué habrá ido Joxe Mari a Francia?

12.- La tapia
A prueba de riadas levantó la tapia Joxian con ayuda de su amigo Txato. Hasta un camión de tierra de Andosilla le trajo. La carta con el impuesto. El favor que Joxian no quiere hacer.

13.- La rampa, el baño, la cuidadora
Un poco de lío con la rampa de madera que Arantxa necesita para salir a la calle con la silla de ruedas. Pronto se resuelve, no hay más que pedir ayuda a quienes dominan la  calle y las escaleras de los portales. Y prenden de las farolas la luz de su iluminismo.

14.- Últimas meriendas
Una tarde de tostada, Bittori se conmovió con lo de Joxe Mari. Bittori habla con el fantasma de su marido Txato, sentada en la tumba o en el sillón frente a su fotografía, y con la gata Ikatza. Justamente a esta le cuenta que si Miren se radicalizó fue por puro instinto animal.

15.- Encuentros
El Pagoeta apenas ha cambiado: la hucha de los presos encima de la barra y los carteles de traineras en lugar de toros. La que sí ha cambiado es Arantxa. Bittori ha vuelto definitivamente, aunque no sabemos si es para quedarse.

16.- Misa dominical
A Miren le gusta despacharse con su san Ignacio, pero los favores de verdad se los pide al cura, a don Serapio. ¿A qué viene Bittori al pueblo? ¿Por qué no se queda en San Sebastián?

17.- Un paseo
A cada uno le salen los hijos como Dios quiere. Arantxa fue la única que lo dijo bien alto y claro. La canallada de retirar primero el saludo, luego la mirada, y ese ir añadiendo un poco cada uno: el que pinta, el que ofende, el que señala, el que dice.

18.- Vacaciones en una isla
Arantxa en el iPad: ¡Qué familia! ¡Espléndido! ¿Es que Bittori nunca se dio cuenta de la sensibilidad de tubo de escape de Miren?

19.- Discrepancia
Bajar de la copa de un árbol lo que nunca debió haberse subido y tratar además de justificarlo, confunde de tal forma a Ainhoa, quince años con su madre en el hospital llena de tubos, que cualquier cosa es mejor que mirar la cara de su amona.

20.- Luto prematuro
El de Guillermo, el marido de Arantxa. No se equivoca Miren cuando lo ve.

21.- La mejor de todos ellos
Arantxa, sin duda, que se presenta ante el hijo de la víctima como la hermana del asesino. La perspectiva de nuevo modificada. Ya no es la de Arantxa, sino la de Xabier, el hijo de Bittori.

22.- Recuerdos de una telaraña
También Xabier habla con la fotografía de su padre y con una botella de coñac. Hay algo que no acaba de funcionar en este personaje, un médico tristón y embotado.

23.- Soga invisible
No, no es la compasión el sentimiento que mueve a Xabier a aproximarse a Arantxa; es algo más fino y primario: algo así como la necesidad de comparar si su desgracia es, como parece, menor que la de ella. Una muestra más de un personaje que no remata, que no convence.

24.- Una pulsera de juguete
Es, como bien expresa Miren, meterse en la casa de ellos. El capítulo es realmente bueno: quebranta todas las reglas de la narración indirecta y funciona a las mil maravillas.

25.- No vengas
Que la presencia de las víctimas de carne y hueso entorpece el proceso de paz, así de clarito se expresa el cura Serapio ante Bittori. La viuda de Txato cada vez que entra y sale del pueblo, cada vez que recorre sus calles, es como las huchas sobre la barra de los bares, que cada uno elija la moneda: compasión o rencor. Y es precisamente esa disyuntiva la que le resulta intolerable al pueblo. ¡Qué no venga más!

26.- Con esos o con nosotros.
A misa de siete, esa es la contestación de Bittori. Entre las dos mujeres sentadas en el mismo banco, cada una en uno de sus extremos, el narrador-personaje pone a Arantxa.

27.- Comida familiar.
Y de pronto en medio de una comida familiar cuajada de “barras”, Nerea que ha vuelto de Londres lo suelta: va a participar en un proceso de justicia restaurativa. Supongo que don Fernando estuvo dándole vueltas a la palabreja de la ley, pero al final la aceptó y sobrado de recursos la arropó mediadoramente. Aunque bien pensado, qué diablos, Bittori se ha anticipado a todos.

28.- Entre hermanos.
¡Qué difícil es darle nombre a lo que Fernando trasmite en este capítulo! Me he pasado veinte minutos intentándolo. Desisto.

29.- Hoja de dos colores.
El aita la mandó lejos de Euskadi, a Zaragoza. Como una de esas máquinas que giran para hacer una buena radiografía panorámica, el narrador-personaje se queda junto a Nerea.

30.- Vaciar la memoria.
Lo que Nerea quiere y no le dejan hacer: contar al terrorista lo que nunca ha podido contar a  su familia.

31.- Diálogo en la oscuridad.
¿Cómo no iba a confiar el Txato si era de aquí, hablaba euskera y era el primero en contribuir para lo que fuera? Seguro que si alguien quisiera hacerle daño, los del pueblo le pararían. Porque oye este es de los nuestros.

32.- Papeles y objetos.
¡Qué cabrones los empleados!

33.- Pintadas
 Esta gente está pendiente de lo que dicen las pintadas. Es el período local. La verdad en los muros. Y punto. Y Txato ya está pegado a la pared.

34.- Páginas mentales
La puntería de Joxe Mari es tan buena como la de su amigo Jokin, pero ponen cosas distintas al otro lado del cañón. La memoria del retoño de Miren es ferroviaria.

35.- Caja de llamas.
Fila de huchas. A la lucha. Incendio de autobús.

36.- De A a B
Y Navarra, Iparralde y unas buenas y nuevas rayas bien pintadas en el suelo para que no haya ninguna duda. Una raya que vaya de A a B y luego rodee A o B, que eso no está todavía claro.

37.- Tarta de la discordia
Tarta entre comillas. El yo que experimenta no es el yo que recuerda. ¿Quién habla aquí?

38.- Libros
Putos libros que te hacen estar a las ocho en casa, sin tiempo casi de bajar el puño tras el Euzko Gudariak.

39 Yo el hacha, tú la serpiente
Homenaje a preso liberado. Antonio Machado afirmando el bietan jarrai. Gorka, que solo quiere que lo dejen en paz para irse a leer, tira fotos. Nerea abertzale. Encapuchados suben a la tribuna portando mecheros incendiarios y una bandera española.

40.- Dos años sin cara
Arantxa quiere estar segura de que el milagro de la recuperación es posible antes de poder mirarse en el espejo.

41.- Su vida en el espejo
El perfume de Guillermo engatusó a Arantxa.

42.- El asunto de Londres
Que se solucionó gracias a Txato y Nerea.

43.- Novios formales
Que no fue guardia civil, aunque no supiera euskera.

44.- Precauciones
¿Secretos? ¿Qué secretos podía guardar el bueno de Txato?

45.-Jornada de huelga
Buscar piso en San Sebastián.

46.- Un día de lluvia
El encuentro entre Joxe Mari y Txato es en realidad el anuncio del atentado de unas horas después.

47.- ¿Qué fue de ellos?
Exilio, muerte y cárcel.

48.- Turno de tarde
Y Herminio dice que esta misma tarde le pareció ver a Joxe Mari dentro de un coche por el pueblo. Joxe Mari, que ni la familia sabe dónde para, en el pueblo el mismo día de lluvia en que mataron al Txato.

49.- Da la cara.
A la huerta a hablar, a preguntar si ese bancal de ahí es el mismo que un día mando cubrir el Txato con un camión de tierra de Andosilla y si fue él, el chico al que el Txato pagó centenares de polos, el que le disparó.

50.- La pierna del cipayo
Una cena por pegarle fuego al uniforme de un policía.

51.- En la cantera
Dos aprendices de terrorista huyendo en bicicleta.

52.- Gran sueño
En las manifestaciones, actos, homenajes… en todas partes los abertzales pasaban lista. Y así tener un hermano en ETA daba prestigio. ¿Pedirle dinero al Txato para que Gorka estudie? De eso, ni hablar.

53.- El enemigo en casa
En el 87 todavía no habían aparecido las pintadas, pero el Txato ya tenía en su casa cartas amenazadoras de la organización etarra.

54.- Mentira de la fiebre
La hija del extorsionado y la hermana del terrorista se intercambian los papeles

55.- Como sus madres
Claro Nerea y Arantxa año y medio después de que esta última se fuera a Rentería a vivir con Guillermo y un poquito antes de que Nerea se fuera a estudiar a Zaragoza. Hay que salir del pueblo por allí “vive mucha gente echada a perder por la política”.

56.- Ciruelas
Tiene días de bajón emocional. Y entonces, recuerda las ciruelas verdes aquellas que fueron a parar a las páginas interiores del Egin.

57.- En la reserva
Aprendices de terroristas que mitigan la pesadez de la espera jugando con monedas de diez  francos.

58.- Pan comido
El debut de un terrorista.

59.- Hilo de vidrio
Xabier en Roma con Aránzazu. Recuerdo haber visto la librería Spagnola, pero dónde.

60.- Los médicos con los médicos
Se explica Bittori sentada al borde de la cama interrumpiendo la siesta de su marido y, años después, continúa la conversación sentada en el borde de la tumba. Podemos imaginar fácilmente por qué.

61.- Una grata pequeñez
Ahí tenemos otra vez al doctor Xabier sacándole los colores a una telaraña polvorienta entre dos lingotazos de coñac.

62.- Registro domiciliario
Queda mucho por limpiar a pesar de que Gorka haya hecho desaparecer el material político de su hermano.

63.- Material político
Hay topo.

64.- ¿Dónde está mi hijo?
Dos hostias y de vuelta a casa. Miren se da la vuelta en la cama para darle la espalda a su marido.

65.- Bendición
¡Vaya con don Serapio! Cura sobón y abertzale. Infinitamente más comprensivo que el santo de Azpeitia.

66.- Klaus-Dieter
Un alemán guapo. A Nerea después del asesinato de su aita todo se le fue en acelerones y frenazos.

67.- Tres semanas de amor
Se marcha. El tren. La carta. Todo es posible, aún.

68.- Fin de carrera
Un año después del asesinato de su padre.

69.- La ruptura
Con una noche de pintadas basta. 

70.- Patrias y mandangas
¡País de mentirosos y cobardes!

71.- Hija torcida
La moral aburguesada y tradicionalista de esta abertzale llamada Miren es de campeonato.

72.- Misión sagrada
La afición a las letras de Gorka comienza a darle problemas.

73.- Si estás, estás
Los etarras agitan la hucha y las botellas llenas de gasolina.

74.- Movimiento de Liberación Personal
Gorka encuentra en la radio una vía de escape.

75.- Jarrón de porcelana
Paseo en barca con Aránzazu. Pelotas de goma en el barrio viejo. Por entonces, todavía estaba vivo el Txato, aunque amenazado. El capítulo no funciona, es una caja de zapatos vacía.

76.- Tú llora tranquilo
Muerte e insultos. Bien contenida la muñeca de la emoción.

77.- Negros designios
Hay aquí una de esas excentricidades que han de resolverse como un crucigrama, cruzando las emociones y sensibilidades de los personajes.

78.- El cursillo
Acerca de los muertos que valen un amigo muerto.

79.- El roce de la medusa
Comando Oria, por el río guipuzcoano cuyos márgenes marca el territorio de actuación. Joxe Mari, Patxo que ruidosa respiración y Txopo, bajo una marquesina de la avenida Zarauz de San Sebastián.

80.- Comando Oria
Tumbado en la cama de la celda, Joxe Mari recuerda.

81.- Solo fue a despedirla el doctor triste
Xabier, el médico, paternalista y un poco machista. Triste, también triste. Nerea se va.

82.-He’s my boyfriend
O sea, batacazo. El alemán tiene novia.

83.-Un mal azar
Sin duda es discutible, pero a mí me parece muy acertado. Y es que la realidad funciona así,  lo que no queremos ver acaba por salirnos al camino en cualquier lugar del mundo, justamente cuando más descuidados, por ensimismados, andamos.

84.- Vascos asesinos
En un partido de fútbol en Zaragoza este grito no tiene nada de particular. Tampoco que a la salida uno se encuentre su coche matrícula de San Sebastián con un buen repaso de chapa, pintura y espejos. ¿O sí lo tiene?

85.- El piso
El de San Sebastián por si hay que abandonar el pueblo.

86.- Tenía otros planes
Jarreaba. Día gris. El último del Txato.

87.- Setas y ortigas
Guillermo diez meses en paro, trayendo a casa setas y ortigas para simular que alimenta.

88.- Pan ensangrentado
El asesinato de Manuel Zamarreño el 25 de junio de 1998. Guillermo escapa a la explosión por escasos minutos. Por entonces ya está en la cárcel su cuñado Joxé Mari.

89.- El aire en el comedor
Aquello, el tratar de justificar lo que no puede tener justificación en lugar ni tiempo alguno, separó a madre e hija durante cinco años.

90.- Susto
Un cólico nefrítico a punto está de dar al traste con el talde. No sé si viene a cuento contar el mal de piedra de un terrorista.

91.- La lista
En ella está el Txato. Andoni, uno de los trabajadores del Txato, es quien da apoyo logístico al comando de Joxe Mari. Andonis que amanecen todos los días con la memoria viuda.

92.- El hijo que más quería
Ahora ya sabemos que Joxe Mari no estuvo a esto de hablarle al Txato sino de pegarle un tiro (Ver el 46). Pero claro no lo hizo porque ellos no son psicópatas.

93.- El país de los callados
Gorka reducido a piratas, brujas y dragones euskaldun. Allí no hay peligro.

94.- Amaia
La hija del compañero sentimental de Gorka, Ramuntxo, tiene un comportamiento anómalo para su edad. Joxe Mari es detenido junto con los restantes componentes del comando Oria.

95.- Vino de garrafón
¡De garrafón hay tantas cosas en la vida!

96.- Nerea y la soledad
Antes, hacia el 83, un transeúnte atropellado por un tranvía en Fráncfort; ahora, un tipo fondón y aficionado al fútbol que tiene una hermano preso en Badajoz por… El silencio de Nerea.

97.- La procesión de los asesinos
Miren mirada, paseante penitente, con la foto de su hijo pegado en la punta de un palo.

98.- Boda de blanco
La de Nerea y Quique.

99.- El cuarto miembro
Del talde es el miedo.

100.- La caída
Y casi fue un alivio para Joxe Mari, cansado del miedo y la tensión asociados a la clandestinidad.

101.- Txoria txori
No era nada fácil de hacer este capítulo. El dilema encerrado en la breve canción a la  que se alude en el título cantada en eusquera, le sirve a Joxe Mari para resistir, pájaro enjaulado, las torturas policiales. Hay además una nostalgia inconsciente, precisamente por la resistencia, en Hegoak ebaki banizkio.

102.- La primera carta
¿Cuántas vueltas le habrá dado el señor Aramburu a los sentimientos de Bittori? Pienso que vuelve a acertar en la decisión. Si Bittori quiere perdonar para eso necesita primero que Joxe Mari le pida perdón. Esta valentía de la víctima empuja al pistolero hasta un callejón sin salida. Y ahora está ya desarmado.

103.- La segunda carta
Arantxa, iPad y Bittori.

104.- La tercera carta y la cuarta.
Los que buscan venganza (pidiendo el impuesto revolucionario del perdón). “El tono humilde, el temor a molestar, la ridícula petición [de una víctima dirigida al pistolero que probablemente asesinó a su marido]”. Esa empatía que la víctima segrega hacia su propio victimario es muy difícil de aceptar, parece introducida a empujones para generar una obsesión un poco artificial.

105.- Reconciliación
Con la madre por la ruptura definitiva con el marido, es decir, hablamos de Arantxa, la que después se convertirá en “bulto”, tal y como ella reconocerá en el capítulo siguiente, a causa del ictus. Algo tuvo que ver en la ruptura el hecho de que Joxe Mari fuera terrorista.

106.- Síndrome de cautiverio
Guillermo a despedirse, a recordarnos lo buen padre que ha sido y seguirá siendo. El “bulto” oye y mueve las pestañas.

107.- Encuentros en la plaza
Que Miren reprueba. Ya todo el pueblo lo sabe y se extraña de esos encuentros entre Arantxa y Bittori.

108.- Parte médico
Que firma Xabier, claro, solo que el paciente es un etarra que ha sido objeto de torturas. Xabier hace lo único que un ser humano decente puede hacer en  sus circunstancias: atenderle y guardar  silencio.

109.- Si a  la brasa le da el viento
Se aviva, naturalmente. Pero no se puede ser todo el rato víctima, aunque no se quiera hay ratos, días, semanas, meses… que uno se olvida. Y cuando menos lo esperas, zas, un nuevo atentado que te lo recuerda.

110.- Conversación al atardecer
Una charla entre hermanos para confirmar lo que ya sabemos todos: que Bittori está muy malita. ¿Por qué tira Xabier las castañas a la papelera con lo buenas que estaban? El escritor ha codificado aquí algo, ¿pero qué? Acaso algo tan simple como el paso del tiempo: de castañas le hablaba Xabier a su madre la primera vez que aparece en la novela.

111.- Una noche en Calamocha
¿A quién se le ocurre, avisar a la Guardia  Civil teniendo a un hijo en Picassent por terrorista? No. Es mejor que se las apañen como puedan. Y eso obliga a la más acérrima de las abertzales de este mundo, a Miren, a comportarse como las agradecida de las españolas. ¿La culpa? De la dispersión.

112.- Con el nieto
Joxian habla solo y en voz alta en el autobús de Rentería. ¡Qué familia!

113.- Final en cuesta
JoxIan visita la tumba de su amigo.

114.- Cristal por medio
Gorka vista el locutorio de su hermano. Hay algo más que un cristal por medio que los separa.

115.- Sesión de masaje
Consolar no es tarea nada fácil. Gorka inventa, masajea, seduce a su compañero Ramuntxo.

116.- Salón árabe
De boda, la de Gorka y Ramuntxo. ¿Será verdad que Joxe Mari le ha encargado a su madre que le trasmita a Gorka su enhorabuena?

117.- El hijo invisible
Tiros largos con notas discordantes sobre un fondo de bacalao al Portuetxe. Son Quique y Nerea.

118.-  Visita no anunciada
Nerea se cruza por el pasillo de fisioterapia con los hijos de Arantxa.

119.- Paciencia
Todo el afán de esta mujer llena de  coraje y dignidad es que el idiota de Joxe Mari se disculpe, que pida perdón y poder descansar en paz. ¿Lo tendrá?

120.- La chica de Ondárroa
Un año de cartas y un par de visitas íntimas fueron suficientes para que el mástil de Joxe Mari comenzara a doblarse.

121…
La prosa efectista de Aramburu despliega una soberbia funcionalidad con la transgresión constante de tiempos e identidades. En un incesante juego de caída libre no tiene el escritor ningún problema en dejar al lector con la palabra en la boca. Se consigue con estos y otros recursos estilísticos y formales, tales como las enigmáticas codificaciones de apariciones, gestos y actitudes (la gata, el cucurucho de castañas, la lluvia, el perfumen, las bicicletas, la huerta…), que el lector se interrogue continuamente por la toma de posición que la sociedad impone a cada personaje. Y sobre todo por la responsabilidad que a  cada uno cabe atribuirle en la instauración de una dinámica de miedo y asfixia, pero también de resistencia y valentía. El exilio de los muertos que esperan poder volver algún día a su pueblo cuando la situación se normalice es el fruto de quienes envenenaron el árbol de Guernica.



lunes, 19 de febrero de 2018

La montaña mágica. Thomas Mann



 “En este lugar de placer, robándole a una la vida”
“Ni me mata ni me deja vivir”

Ciertamente el viaje es inmenso desde Hamburgo hasta Davos, hay que atravesar toda Alemania de norte a sur y cuando uno cree que ya está, resulta que le queda lo peor: la subida desde Landquart a Davos. Hans Castorp llega para una visita de tres semanas. Es joven, todavía parece tener tutor: su tío, el cónsul Tienappel; y se manifiesta un poco delicado y timorato. Está preocupado por su nuevo trabajo en la Tunder & Wilms e impresionado por el viaje y el lugar. Ciertamente no parece una excursioncita, hay un cielo gris, abetos obscuros, infinidad de túneles, una máquina que extiende humo negro y verdoso, desfiladeros con resto de nieve en las grietas que los hace mucho más amenazadores. Compartimos tu idea de empobrecimiento, querido Hans. Sin duda, debió fastidiarle encontrar a su primo Joachim Ziemssen con un aspecto mejor que el propio.

En el Sanatorio Internacional Berghof en Davos tres semanas no son prácticamente nada. Joachim lleva ya seis meses y dice que, como poco, le quedan otros seis. Hans se escandaliza: nadie dispone de semejante tiempo. En Davos, el crepúsculo transpira una tristeza descolorida. Son mil seiscientos metros sobre el nivel del mar. Una altura considerable para los que están acostumbrados a vivir a nivel del mar, lo que les hace proclives al cinismo. Behrens es el cirujano, Krokovski el psicólogo aficionado a la disección mental. En la 34, la habitación asignada al recién llegado, dos días antes había fallecido una americana. Behrens se apresuró a tenerla lista.

El ingeniero Castorp durmió toda la noche, aunque soñó mucho. La intensa palidez del doctor Krokovski y la extraña tos de un ilustre caballero le habían impresionado mucho como consecuencia del cansancio del viaje y la debilidad de la llegada. Huérfano desde niño, su abuelo Hans Lorenz Castorp acogió al nieto durante breve tiempo. Confiaba el viejo Hans en la existencia de una afinidad tan necesaria como buscada, que en numerosas ocasiones se divierte saltándose una generación. De costumbres culinarias refinadas, Hans era por lo demás de una mediocridad honrosa. Descansar tres semanas en compañía de su primo era lo mejor que podía hacer el ingeniero Castorp antes de entrar a trabajar en la casa Tunder & Wilms.

La señora Stöhr, famosa por su ignorancia y sus disparates, fue la primera residente que conoció Hans. Antes le habían llamado la atención los ruidosos vecinos rusos y una mujer de luto que tenía a sus dos hijos enfermos, la conocida como tous-les-deux. La descripción en el comedor durante el desayuno es minuciosa: lo que se ingiere, se lleva puesto, el aspecto, las emociones, la distribución de las mesas, los aparadores, criados, actitudes... El doctor Behrens le baja el párpado a Hans y le diagnostica una anemia verdosa, le recomienda el régimen de vida del sanatorio y una estricta vigilancia de la columna de mercurio. Cualquier otro hubiera mandado a paseo al matasanos, pero Hans…

Hay un grupo de pacientes  conocidos como la sociedad medio pulmón o los neumotórax por la incisión que el doctor practica en un costado para insuflar un gas entre la pleura y el pulmón. La señorita Kleefeld es la más singular pues es capaz de silbar con su neumotórax. El paseo no le sienta nada bien a Hans Castorp, en realidad nada le sienta bien desde que llegó al Berghof. La aparición de Settembrini resulta inicialmente festiva, pues Hans le confiere el aspecto de un organillero. Sin embargo, esta especie de Virgilio dantesco define el sentido del tiempo berghofiano que nos conduce hasta la gráfica de la temperatura que cada residente ha de tomarse cuatro veces al día.

Le dio a Hans por almorzar cerveza y el alcohol le disipó las ideas filosóficas sobre el tiempo sustituyéndolas por las, mucho más peligrosas, cuestiones fisiológicas. En tan solo 24 horas el microcosmos sanatorial convierte a nuestro ingeniero en una columna de mercurio sin números. Settembrini se enfurece cada vez que recuerda a su compañero de mesa,  un cervecero de Halle llamado Magnus, el cual considera que la literatura no es más que un ramillete de bellos personajes. Hay algo peor para Hans, quien nos aclara a continuación que uno no sabe cómo debe tratar a un estúpido enfermo por ser términos contradictorios; nuestro ingeniero considera proverbial la salud del estúpido y la inteligencia del enfermo.  

El médico jefe, el doctor Behrems mantenía con el sanatorio Berghof una relación muy compleja. Allí había muerto su esposa, él mismo había contraído la enfermedad y, había criado a sus hijos. También compleja, aunque ciertamente mucho más extraña, era la relación que nuestro ingeniero mantenía con la rusa de los portazos, madame Chauchat.  No llevaba Hans dos semanas haciendo compañía a su primo y ya le parecía que el régimen de vida de los de allá abajo era extraño. Hans escuchaba a Settembrini hablar de su abuelo revolucionado y su padre humanista, de Carducci y de Dante, de la belleza y la razón; y aunque alguna de las opiniones del italiano le indignaba, como la sospecha política que se esconde tras la música, no podía negar su inclinación hacía sus bien expresadas ideas.

El catarro de Hans le permitió conocer a la enfermera Mylendonk y adquirir un termómetro de cinco francos. Treinta y siete con seis es una temperatura digna de ser tenida en cuenta a primera hora de la mañana. Allí, en Berghof, nadie tiene tanta fiebre, salvo los encamados y los moribundos. El dictamen del doctor no alberga duda alguna y Hans se incorpora como residente fijo al sanatorio. Poco después de la siete de la mañana, los primos intercambian temperaturas. Es Joachim quien acude a visitar a su primo, encamado por orden facultativa. Comida, paseo, reposo, ese es el camino que se transita cinco veces al día. La central de mediodía incluye seis platos y la del domingo se convierte en comida de gala preparada por un cocinero de postín.

La levita gruesa de anchas solapas y el pantalón de cuadros aparecieron a los pies de la cama de Hans Castorp. Settembrini se muestra interesado por la salud física y espiritual de nuestro ingeniero: parece haberle tomado afecto. Flemáticos y enérgicos los de allá abajo y escépticos e ingenuos los de aquí arriba. Estos últimos, en seis meses han perdido todo contacto con la vida; y lo que es más llamativo, han quedado imposibilitados de volver allá abajo a vivir entre la gente corriente “esa que anda de acá para allá, ríe, gana dinero y se atiborra. Al menos, eso es lo que opina Lodovico Settembrini. Lo que sí es cierto es lo que dice Hans, a  saber, que allá abajo los Settembrinis pasan completamente inadvertidos.

Aunque Hans solía añadir alguna décima de más en un intento de ascender en la jerarquía del Berghof, la paciencia y la discreción presidían todo su comportamiento, y, naturalmente, el orden. Joachim jamás hablaba de la risueña Marusja y, paralelamente, Hans, nunca lo hacía de la ruidosa Claudia. El silencio con el primo lo compensaba con la señorita Engelhart. La debilidad de nuestro ingeniero por la señorita rusa resultó que era compartida por el doctor Behrems, aunque este parece limitarse a tomarla como objeto pictórico. Hans por aquel tiempo concentró sus esfuerzos en el estudio de la célula, la embriología parecía interesarle especialmente. Y así llegaron las Navidades.

Iglesias rusas con bulbosos campanarios. Hans muestra tal preocupación por el sufrimiento de sus compañeros que ofrece a Semttembrini un ejemplo con el que comenzar su nueva obra sobre el humanismo. Es el transcurso de una fiesta de carnaval cuando Hans se quita la careta frente a Claudia. La respuesta no puede ser más lacerante: ella se marcha al día siguiente, abandona el sanatorio quién sabe si definitivamente. El espectral retrato de la amada acompaña a nuestro ingeniero durante nueve meses. Para entonces, Joachim había cumplido su quinto trimestre. Antes, por Pascua el mismísimo Settembrini anunció su marcha, aunque no muy lejos, a Dorf a la casa de un célebre sastre de señoras llamado Lukacek. No está muy claro si la ausencia del humanista fue la causa del incremento de intimidad entre el ingeniero y el psicólogo, el doctor Krokovski.

La botánica, la astronomía y las charlas con Settembrini y el jesuita Naphta llevan al joven Castorp hasta su primer aniversario. Naturalmente que nadie, ni siquiera la señora Stöhr, famosa por sus salidas de tonos, osa recordárselo. Allí arriba las celebraciones son más bien de carácter cíclicamente astronómicas. Y es que por no haber no hay ni estaciones propiamente dichas, todo lo más días de verano y días de invierno. Cuando Joachim toma la decisión de abandonar el sanatorio nos tropezamos con el virtuosismo del doctor Behrems, perfectamente capaz de auscultar al paciente, hablar con él de otra cosa y dicta a su ayudante el resultado de la exploración.

La marcha de Joachim provoca cambios en Hans. Nuevos comensales y compañeros. Un checo de nombre impronunciable al que todos llamaban Wenzel; los cerveceros de Halle, el matrimonio Magnus; el señor Ferge, sufrido moribundo resucitado consecuencia de haber sufrido un extraño shock pleural; y Ferninand Wehsal, el joven de Mannheim, también enamorado de Claudia. También la visita de su tío, James Tienappel, era lógica después de que Joachim hubiera informado a sus familiares de la situación del muchacho en el sanatorio. El cónsul Tienappel se dio de bruces contra la “serena e inquebrantable indiferencia de Hans”. La resistencia del sobrino frente al frío, sus conocimientos astrológicos, las elaboradas ideas frente al tiempo y la enfermedad, y, en fin, toda la enorme cantidad de fenómenos que Hans se encargó de volcar sobre su tío, hicieron que esté acaba en la cama con una extraña sensación de haber sido vapuleado.

Vino después el doctor Behrens a rematar la faena: haría muy bien el nuevo visitante en quedarse unas semanas porque el párpado inferior revelaba claros signos de anemia. Sometido ya el cónsul a la rutina del sanatorio, se apresuró a pedirle audiencia al doctor con la intención de acelerar el regreso de su sobrino a la realidad de allá abajo. La respuesta fue que la humanidad doliente tenía  preferencia y los sanos debían de esperar. Con un demonio a la izquierda y otro a la derecha, el cónsul Tienappel huyó despavorido deseando a su sobrino buena suerte.

Para profundizar en su soledad y tornarla más silenciosa y propia Hans aprendió a esquiar. En una de estas salidas estuvo a punto de perecer, pero mágicamente el tiempo hizo una pirueta y peligro desapareció. El regreso de Joachim vino acompañado de ciertas noticias sobre Claudia. Madame Chauchat tenía intenciones de visitar España y posteriormente retornar al Berghof. Entretanto el jesuita y el humanista siguen con sus eternos diálogos: el efecto purificador de la literatura, la destrucción de las pasiones a través del conocimiento y de la palabra, la literatura considerada como camino hacia la comprensión, hacia el perdón y hacia el amor, el poder liberador del lenguaje, el espíritu literario como el fenómeno más noble  del espíritu humano en general, el poeta como hombre perfecto, como santo…

Joachim muere y el tiempo se convierte en el tejido absoluto, pastoso e imposible de medir. Ella también había vuelto, aunque acompañada por un tipo conocido como Peeperkorn, el rey del café. Dueño de una villa en el famoso barrio de Scheveningen en La Haya, la señora Stöhr se refería a él como “el magnético del dinero”. Manos de capitán con las uñas terminadas en punta. Son estas, las de Peeperkorn, las mejores páginas de la novela. El temple del novelista alemán sabe sacar de la nada un personaje de grandeza mayestática como Peeperkorn, pero al mismo tiempo sitúa al lector en un punto panóptico desde el que contemplar los pensamientos de cada uno de los restantes personajes. Convertido en el favorito del rico holandés, Hans se sienta entre Peeperkorn y su compañera.

“Nuestro poco heroico héroe” habla con Claudia y con su compañero. A ella le parece de un abominable egoísmo la actitud flemática de Hans y, al mismo tiempo, llena de una verdadera genialidad. A él, a Hans nos referimos, no parece sorprenderle la confesión de ella. En realidad, ambos comparten demasiadas cosas para no terminar unidos. Respecto de la segunda entrevista, la del ingeniero con el holandés, a nadie puede  sorprender un hermanamiento que desde hace páginas se viene anunciando.   

De nuevo solo, por la muerte del gran Peeperkorn y la marcha de Claudia, Hans se sometió al ridículo nuevo tratamiento del doctor Behens: una autovacuna de estafilococos. Pasó nuestro héroe de su pasión por los solitarios a la fascinación por la música de gramófono. Todos terminaron por atravesar la raya donde comienza el destierro cuando durante una sesión de espiritismo el fantasma del teniente Ziemssen se hizo presente.

El antisemitismo del señor Wiedemann vino a agravar el enrarecido e irascible ambiente que había comenzado a reinar en el Berghof después del escatológico episodio narrado. El resentimiento y la discordia se extendió por todas partes, alcanzando incluso los debates, otrora intelectuales, del masón y el jesuita. Una sed de guerra le parecía honrosa a la generalidad. “Al final de todas las cosas solo quedaba el cuerpo, las uñas y los dientes”. Y entonces es lógico que veamos a nuestro ingeniero desaparecer entre el barro que levantan los obuses.

Echaremos de menos las primeras nieves condenadas a fundirse, el primer desayuno con su paseo breve y la inicial cura de reposo, a Miss Robison que toma infusiones de escaramujo, a la señorita Engelhart y al doctor Leon Blumenkohl, el enfermo más grave de toda la mesa.


¡Adiós, Hans!