Al principio la novela
parecía aburrida y demasiado reiterativa, porque se repiten frases e ideas
continuamente, porque no hay puntos y aparte, porque hay avances y retrocesos
continuos en el tiempo, tan pronto está hablando del cuadro que está pintando
cuando es anciano, y en ese mismo párrafo y sin cambiar de frase, se retrotrae
a cualquier episodio de su infancia que te relata con todo detalle para situarte
en su presente. Y así continúa página tras página, y capítulo tras capítulo.
Pero a medida que vas
avanzando en la lectura te das cuenta que el autor lo ha
hecho a propósito y te vas metiendo poco a poco en la cabeza de un
septuagenario, que se repite las cosas cada poco tiempo y que se pasa de una
cosa a otra dejando todo a medias. Sí, cuando llevas unos cuantos capítulos, ya
te ha metido dentro de su argumento, te ha empapado de la mentalidad de un
anciano, de sus intereses y preocupaciones, de sus inseguridades, manías...
El protagonista se llama
Asle, y es un hombre de pueblo, que desde que era niño se ha dedicado a pintar
y a vivir de sus cuadros, que se ha quedado viudo, y echa muchísimo de menos a
su mujer. Su vecino, se llama Asleik, al que regala un cuadro cada Navidad, y
que éste le ayuda quitándole la nieve de la puerta o encendiéndole las
chimeneas de la casa o proporcionándole montones de leña. Son vecinos que se
entiende muy bien.
De vez en cuando se acerca
a, Bjørguin, una pequeña ciudad cercana a su pueblo de Dylgja, a hacer las
compras, y donde cada Navidad hace una exposición de los cuadros pintados
durante el año. Siempre le ha ido bien y se han vendido mucho, y eso le anima a
seguir pintando, pero a mitad novela en la página 422 nos dice:
“Porque
mis cuadros están al servicio del Reino de Dios, nada menos, y lo mismo pensaba
antes de convertirme, pero ahora, por algún motivo, tengo de pronto la
sensación de que ya he dicho todo lo que tenía que decir, sí, es como si ya no
me apeteciera seguir pintando, como si no tuviera más que decir, más que
añadir, pero si dejo de pintar, ¿a qué podría dedicarme? ¿Quizá leer más?
Porque en realidad me gusta leer y quizá podría hacerme con una barca, y
empezar a navegar por el fiordo siempre que el tiempo acompañe porque el mar me
gusta de toda la vida y siempre he pensado en hacerme con un barco pues sí un
barco y un perro hay que tener eso es lo que siempre he pensado, pero luego no
me ha salido así, no me he hecho ni con un barco ni con un perro, pienso,
porque es como si siempre hubiera estado inmerso en esto de pintar. No había
sitio para más, ni para un barco ni para un perro...”.
En realidad, es como si el
autor nos estuviera contando la historia de su vida, pero en presente, en
experiencia viva, a pesar de los saltos en el tiempo. Hay poco recorrido
argumental, con límites poco precisos entre sus protagonistas, y vuelve de
nuevo a redondear los detalles de ese asunto en una especie de espiral. Es una
forma arriesgada de escribir una novela, pero desde luego es original y
creativa, y “o te atrapa y te sumerges en
sus aguas, o acabas naufragando en sus fiordos”.
EFRÉN
ARROYO ESGUEVA
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