sábado, 3 de mayo de 2025

Ávila. La altura espiritual. Carlos Aganzo (texto) y Ricardo Sánchez (ilustraciones)

 



En la colección que Tintablanca dedica a las Ciudades Patrimonio de la Humanidad el periodista y poeta Carlos Aganzo ha escrito una bellísima semblanza de Ávila. La conoce muy bien porque no en vano fue durante muchos años director del Diario de Ávila.

Ávila es para los ojos porque “los pintores se han vuelto locos contemplándola. Los poetas, cantándola…”.

De su pluma nos enteramos de que, a la caída de la tarde, algunos días aparecen en las piedras de la muralla las inscripciones lapidarias escritas en latín y hebreo. La voz de los muertos en los lienzos de piedra.

Ávila de los Alfonsos, dice Aganzo con mucha razón: en 1116 el que luego sería Alfonso VII de León tuvo que refugiarse tras las murallas ante el acometimiento que contra su persona le dirigía el rey aragonés, Alfonso I el Batallador; también Alfonso VIII, el famoso de la batalla de Las Navas de Tolosa encontró amparo en Ávila. Es por eso que la ciudad ostenta los títulos de Ávila del Rey, Ávila de los Leales y Ávila de los Caballeros.

Obispo de Ávila fue el famoso Prisciliano que provocó el nacimiento del primer movimiento cismático, el priscilianismo, y que terminó preso y ejecutado acusado de brujería. Rescata Aganzo de la mano de Menéndez y Pelayo el himno de Argirio, un bello poema entre cuyos versos está este: “Tú, que ves lo que hago, calla mis obras”.

Guiomar de Zúñiga es la Julieta y Alvar Dávila, el Romeo. Al padre de ella, corregidor, no le gustó el tonteo de los jóvenes y expulsó de la ciudad al joven caballero. El balcón que se ve en la puerta del Rastro es el de Guiomar. Veinte kilómetros hay desde allí al castillo de Mironcillo, hogar del joven Alvar, pero aseguran que todos los días hablaban entre ellos usando banderas u hogueras. Cosas de leyendas.

Justo enfrente del balcón de Guiomar hay un pequeño jardín con el busto de Rubén Darío en recuerdo de su aventura amorosa con una joven llamada Francisca de Navalsauz con la que el poeta quiso casarse. Rubén se la llevó consigo a París, la enseñó a leer y todos se referían a ella como la princesa Paca. Durante muchos años Francisca guardó en su casa de Navalsauz manuscritos y cartas del poeta nicaragüense.

Las cuatro monjas muertas de miedo que pasaron la primera noche en el “palomarcico” del primero de los conventos, el de San José, que fundaría La Santa. Era la noche del 24 de agosto de 1562 y estos sus nombres: Antonia del Espíritu Santo, María de la Cruz, Úrsula de los Santos y María de San José.

No en Ávila, sino en Medina del Campo, coincidieron Teresa y Juan. “Ella tenía cincuenta y dos años, y andaba ya en su segunda fundación. El tenía veinticinco, y volvía a casa de su madre después de terminar sus estudios en Salamanca”. Allí le contó la monja Teresa aquel empeño suyo de “volver a la descalcez de la regla de san Alberto”. Unos pocos metros separan a san Juan de la Cruz en la torre de los Guzmanes de santa Teresa de Ávila, sentada frente a su casa natal.

Saliendo por la puerta del Adaja, las tenerías hebreas, al lado mismo de la ermita de san Segundo, que dicen constituyen una auténtica joya arqueológica, y que estuvieron en funcionamiento hasta el siglo XVII. Un poco más adelante, o río abajo, aparece el molino de la Losa. Uno no sabía, ignorante, que perteneció al cabildo de la Catedral de Ávila durante cinco siglos, hasta la de Mendizábal.

El Tostado, Alonso Fernández de Madrigal, el hombre más sabio de su época, era teólogo, filósofo, erudito y fecundísimo escritor cuya obra ocupaba quince enormes volúmenes. Fue obispo de Ávila y está enterrado en la catedral bajo un magnifico sepulcro obra del gran escultor Vasco de la Zarza. Estamos en el siglo XV y una misma persona puede abrazar la cátedra de Arte, Filosofía, Poesía, Latín, Griego y Hebreo, además de la Biblia.

Ávila, ciudad de cine, y Carlos Aganzo hace un buen repaso a este respecto, deteniéndose en la famosa serie de televisión dirigida por Josefina Molina y protagonizada por Concha Velasco. Escribe aquí el autor unas palabras muy certeras: “Lugar donde volver al pasado es tan sencillo como levantar los ojos y caminar en el presente recreando, imaginando, fantaseando con otra realidad”.  

“Ávila la casa”, dijo Unamuno y “Ávila el altar”, le respondió Benjamín Palencia. Casa y altar comparten los restos mortales de los dos presidentes que están enterrados en la catedral del Salvador de Ávila: Claudio Sánchez Albornoz y Adolfo Suárez González, juntos conforman dos de los valores que más echamos en falta hoy en día: libertad y concordia.

La duquesa de Valencia, doña Luisa María Narváez Macías, llamada la duquesa roja, que aseguran fue la única que se atrevió a abofetear a Franco por faltar a su palabra de restituir la monarquía tras la derrota de la República. Cedió al Estado el palacio de los Águila cuya apertura seguimos esperando desde hace más de veinte años.

La edición es de lujo por el papel, la tipografía, los márgenes, la encuadernación y, en especial, por las magníficas ilustraciones de Ricardo Sánchez.

  

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