Andréi está en Drissa, en el campamento fortificado sobre el río que el mismísimo general Pfull, el más ilustre teórico de la estrategia militar, había diseñado como una trampa para los franceses. El emperador tiene sus dudas y el consejo del Estado Mayor, al que Bolkonski asiste, comienza la discusión en tres idiomas: el alemán, el francés y el ruso. A lo largo de las muchas horas que dura el encuentro, Andréi tiene tiempo para pensar y adquiere la convicción de que el buen militar es aquel que está fuertemente limitado por la seguridad de que todo cuanto hace es absolutamente necesario, por eso al día siguiente pide un puesto lejos del Estado Mayor. El 13 de julio de 1812, dos escuadrones del regimiento de Pavlograd en el que servía el capitán Rostov estaban ya dentro de los límites de Rusia. Habían retrocedido partiendo de Vilna. Un día cualquiera después de una noche de tormenta, los húsares de Rostov se lanzan al galope en auxilio de una brigada de ulanos acosados por dragones franceses. Nuevo ascenso y primera condecoración que retienen a Nicolai lejos de casa, de la casa de Moscú donde Natasha parecía dejarse morir. La Natsha que salía poco a poco de la profunda depresión no era la de antes. Quizás por que nadie lo era ya: ni Rostov era aquel joven rendido admirador del emperador en 1805, ni el príncipe Andréi era aquel soldado que contempló el alto cielo de Austerlitz.
En julio de 1812 las voces alarmistas afirman que Bonaparte está a las puertas de Moscú con un millón de soldados y el emperador pide colaboración en un manifiesto. Mil hombres completamente equipados promete Pierre al zar. La hacienda del príncipe Nikolái Ändréievich Bolkonski, Lisie-Gori, está en el camino de los franceses, desde Smolensk a Moscú. El 5 de agosto a las cinco de la tarde Napoleón ordenaba iniciar el bombardeo sobre Smolensk. Cinco días después el regimiento de Andréi pasa muy cerca de Lisie-Gori: Smolensk en llamas se ha rendido. Los soldados rusos se retiran cansados y polvorientos, tienen hambre y sed. El viejo príncipe Bolkonski no llega a Moscú. En Boguchárovo, la aldea creada por Andréi, pide perdón a su hija María y expira. Presa de sí misma y de los mujiks en rebelión, la princesa María ni siquiera espera la llegada de un liberador. Y sin embargo, la providencia le envía a quien parecía destinado a convertirse en su cuñado, a Nicolai, el joven conde Rostov.
Napoleón contempla “la urbe asiática de innumerables iglesias”, la madre Moscú, desde el monte Poklónnaia. Espera en vano que una delegación de boyardos venga a ofrecerle las llaves de la ciudad conquistada, no puede haber recibimiento porque Moscú es una colmena vacía. Le coup de théâtre avait raté. Los que se han quedado, artesanos, siervos o campesinos en su mayor parte buscan en las tabernas y en las calles alguien a quién dirigirse para conocer la verdad de lo que sucede. Pierre, encerrado en el despacho de su amigo Osip Alexéievich, entre manuscritos masónicos concibe una gran idea: liberar a Europa de Napoleón. Sin embargo, en su primera acción Pierre salva la vida de monsieur Ramballe, capitaine de 13 léger y un francés no olvida nunca ni un insulto ni un favor. La cháchara con el francés, el vino y una buena comida acabaron con las intenciones de Pierre. La exaltación se había tornado en debilidad y al fuego que el cometa ponía en el cielo se añadió el primer incendio en la ciudad. Descubierto el secreto de la presencia del príncipe Andréi en el cortejo de los Rostov, Tolstoi funde en unas deliciosas páginas el perdón y el amor. Cada vez que Pierre trata de poner en práctica su plan de acabar con Napoleón, la providencia le manda una vida que salvar. Después del capitán francés una niña escrofulosa, más parecida a un animal que a un ser humano, se atraviesa para prolongarle la vida al de Ajaccio y conducir al conde a la cárcel. Unas semanas después de la ocupación, el ejército francés no era sino un puñado de merodeadores sin orden ni disciplina y Moscú ardía por los cuatro costados.