jueves, 31 de enero de 2013

Si esto es un hombre. Primo Levi.

“Quien ha realizado la experiencia del poder, de la capacidad irrestricta de humillar a otro ser humano..., automáticamente pierde el poder sobre sus propias sensaciones. La tiranía es una costumbre, tiene su propia vida orgánica y se convierte finalmente en enfermedad. La costumbre puede destruir y embrutecer al mejor hombre, reduciéndolo al nivel de una bestia..., el retorno a la dignidad humana, al arrepentimiento... llega a ser casi imposible.”
La casa de los muertos. Dostoievski.


Primo Levi, un joven e ingenuo judío italiano, es capturado por la milicia fascista el 13 de diciembre de 1943. Piensa que alegar su condición de judío le salvara de la tortura y la muerte que va aparejada a su militancia comunista. En enero de 1944 es enviado al campo de Fossoli, cerca de Módena. Llega la orden de deportación. Él sabe, todos saben, rezan y lloran. Lamentan el dolor antiguo del pueblo judío. Y se pregunta ¿cuál es el sentimiento que corresponde a golpes propinados sin cólera? Vagones de mercancías atestados de hombres, de mujeres, de niños. Sed y frío y puñadas a ciegas. Austria, Checoslovaquia, Polonia. Un tren con destino a Auschwitz, un lugar que entonces carecía de significado. El andén de Asuchwitz hormigueante de sombras, y enseguida las mujeres, los niños, los viejos desaparecen en la oscuridad. De esa misma oscuridad que traga y vomita, surge el futuro vestido de balandrán.
En la puerta del campo: “Arbeit Mach Frei” y en la sala vacía donde esperan, un grifo que gotea agua envenenada. Los desnudan para que obedezcan, los rapan para que sepan que todos tienen ahora la misma cara de idiota. Si los nazis se han tomado la molestia de aplicar el protocolo de la “indiferenciación”, es porque los van a utilizar como mano de obra. Así es, están en Buna-Monowitz, un subcampo de Auschwitz. Se trata de un campo de trabajo, distinto del campo de exterminio que es el de Birkenau. Trabajarán en una fábrica de goma. La transformación, ya no son los mismos que llegaron, termina con los zapatos de madera, los andrajos y los azulados números tatuados bajo la piel. El mar del Lager se los ha tragado. Levi lleva el número 174.517.


La maraña de las reglas, problemas, prohibiciones y tabúes del Lager exige un cerebro despierto y una concentración absoluta. Lo esencial se aprende pronto, pero aquello de lo que depende la supervivencia es más complejo. Saber, por ejemplo, que la muerte comienza por los zapatos y que la chaqueta cuyos cinco botones has de saber coser con alambre, es el petate en el que reposar la cabeza durante la noche. El desgaste es agudo y rápido, si dejas de ver alguien conocido durante tres o cuatro días, te cuesta trabajo reconocerlo.
El “sagrado pedacito gris” de pan, la única moneda del Lager, lo reparten a primera hora de la mañana. Basta una semana para que el campo te convierta en un animal y la rebeldía, único depósito de la dignidad, acaba refugiándose en las abluciones matutinas con agua sucia, sin jabón y con el atillo de la chaqueta entre las piernas. Los universos inferiores son complejos, quizás más que los superiores. El orden moral del campo impone que “los privilegiados opriman a los no privilegiados”. No hay otra forma de mantenerse en el escalón superior, que descargando el peso en el escalón inferior.


Levi tiene una fea herida en un pie y acude al Ka-be, abreviatura de Krankenbau, enfermería. Nuevas reglas: a la Ka-Be se ha entrar descalzo y descubierto. Levi, el judío cojo italiano, se convierte primero en Arztvormelder (algo así como “mañana no vas a trabajar y te pasas a ver al médico por si eso que tienes en el pie es importante”), es destinado después al Block-23 donde esta el hospital y termina por recibir el vaticinio de un enfermero polaco: “Jude kapput…, Krematorium”. Sorprendentemente cuando ya nada importa, Levi descubre que en el Ka-Be ¡se vive bien! Por el interior del Schonungsblock, “el pabellón de reposo” del campo donde está Levi, los pasos del oficial de la SS resuenan como si se tratara de una caja vacía. El nazi traza una cruz sobre los números del registro anotados en una libreta. Es la selección. Al día siguiente del Ka-Be salen dos grupos, pero sólo uno de ellos lleva recados para los vivos. La herida ha cicatrizado y después de veinte días en el Ka-Be, Levi tiene que abandonarlo. El reingreso en el campo es volver a empezar: nuevos (por distintos) zapatos, prendas, compañeros de Block y de trabajo. Los mecanismos de adaptación del ser humano se ven obligados a rendir al máximo. Pero Levi tiene suerte y es destinado al Block 45 que es el de su amigo Alberto, un “hombre fuerte y apacible contra quien se rompen las armas de la noche”. Cuando Levi toca esa zona irrecuperable, muerta y al mismo tiempo hiperestésica, de su retorno, no al campo sino del campo a su casa, a su hogar, provoca en el lector la misma contradictoria reacción que él padece: el placer y el dolor de volver a casa. Es un sueño. Pero es que hasta el sueño parece haber sido hecho en este lugar para devorar: “Se despierta uno a cada instante, helado de terror, con todos los miembros sobresaltados, bajo la impresión de una orden gritada por una voz llena de cólera, en una lengua que no se entiende”.

La meta de Levi, de todos los Levi del campo, no es otra que la llegada de la primavera, y por eso todas las mañanas se espera y comenta la salida del sol: hoy un poco antes, un poco más caliente que ayer. Tres litros de sopa después, la infelicidad toma la forma de los hombres libres. El homo economicus está también presente en medio de la barbarie, el precio de un litro de potaje, de la Mahorca, de los nabos, sufre las fluctuaciones de la regla clásica oferta/demanda que, en ocasiones, se extiende fuera del Lager. Se trafica con todo, con las ropas viejas, con los zapatos de los muertos, con las cucharas…

Los hundidos y los salvados, las dos únicas categorías reales del Lager. A ambos dedicará Levi el último texto de la trilogía. Para sobrevivir era necesario renunciar al mundo moral. Elías es un producto del campo, un sobreviviente porque es “físicamente indestructible” y un demente en el interior. En libertad, Elías acabaría en la cárcel o en un manicomio, pero aquí, en el Lager, es un triunfador. En el lado opuesto está Henri que utiliza su extraordinaria inteligencia para desarrollar un completo programa de supervivencia: organización y compasión. El retrato que Levi traza de Henri que se mueve entre la fascinación de la cobra y la repugnancia del gusano, tenía nombre y apellidos. Se trataba de Paul Steinberg. Cuenta Antonio Muñoz Molina que cuando Steinberg se enteró allá por los años noventa de su aparición en el libro de Levi, el sentimiento de culpa le llevó a redactar, Crónicas del mundo oscuro, como una especie de alegato de defensa ante un juez, Levi, que ya había fallecido.  


En agosto de 1944, cinco meses después del ingreso en el Lager, comienzan los bombardeos aliados en la alta Silesia. La Buna es uno de los objetivos, al fin y al cabo es una fábrica de goma sintética aunque aún no haya llegado a producir nada. Levi ya sabe lo que es un invierno en la Buna, “trabajar todo el día al viento, bajo cero, no llevando encima más que la camisa, los calzoncillos, la chaqueta y unos calzones de tela”. Pero ahora sobran dos mil que se han acumulado durante la primavera y el verano en tiendas de campaña. Hay rumores que insisten en una selección. Todos hablan de ello, pero no hay ni resignación ni desesperación. “La lucha contra el hambre, el frío y el trabajo deja poco margen al pensamiento”. A pesar de todo la angustia de saber si hay esperanza, les lleva a mostrarse desnudos los unos a los otros para conocer su apariencia y mentirse. “Hoy es domingo de trabajo, Arbeitssonntag: se trabaja hasta las trece, después se vuelve al campo para la ducha, el afeitado y el control general de la sarna y de los piojos y, en el tajo, misteriosamente, todos hemos sabido que la selección será hoy.” Levi da los dos o tres pasos que le separan de la salida donde está el suboficial de la SS que hace la selección y al pasar junto a él le entrega su ficha. El SS ha pasado la ficha a la derecha. Es entonces, después de terminada la selección, cuando resulta absolutamente imperioso saber cuál es el lado malo: el derecho o el izquierdo. Para saber el “lado infausto” ya no hay lugar a la compasión ni los escrúpulos, y todos se agolpan en torno a los más viejos, los más desnutridos, para conocer a qué lado han ido sus fichas. La pregunta es: “¿Quién ha hecho realmente la selección?”


Noviembre de 1944. Llueve. Levi trabaja con las piernas clavadas en el fango. Afortunadamente no hay viento. Su compañero, un húngaro que aún no ha aprendido que el Lager hay que economizarlo todo “el aliento, los movimientos…, el pensamiento”, trabaja con demasiado ímpetu. Después la lluvia se convierte en la nieve del invierno. Las posibilidades de Levi de superar un nuevo invierno son pocas. De los noventa y siete italianos que llegaron no quedan más que veintiuno. Es entonces cuando nace el Kommando 98, el Kommando Químico y Levi es seleccionado y tiene derecho a una camisa y unos calzoncillos nuevos. Justo a tiempo, porque además se dice que los rusos están a ochenta kilómetros. Se los oye acercarse en el temblor de la tierra bajo los pies. Levi trabaja a cubierto y caliento en el laboratorio.

Enero de 1945. Los rusos se acercan. Levi con escarlatina entra en el Ka-Be. El campo fue evacuado el 18 de enero de 1945. Partieron más de veinte mil, la mayoría moriría en las llamadas “marchas de la muerte”, Levi gracias a la escarlatina se quedó esperando a los rusos.

18 de enero. La Buna es bombardeada. Decenas de enfermos de un barracón alcanzado aporrean las puertas del Ka-Be. Imposible dejarlos entrar. Las bombas han roto los cristales y el frío es intenso. Levi no tiene fuerzas más para hablar con un par de franceses que tiene a su lado. Los pocos alemanes que quedaban han desaparecido.

19 de enero. Dos sacos de patatas y una estufa es el resultado de la expedición de Levi y los dos franceses fuera del Ka-Be. “El Lager, apenas muerto, ya estaba descompuesto. Ni agua, ni electricidad: las ventanas y las puertas desbaratas eran batidas por el viento, chirriaban las chapas desajustadas de los tejados y las cenizas del incendio volaban alto y lejos. A la obra de las bombas se juntaba la obra de los hombres: andrajosos, deshechos, esqueléticos, los enfermos en condiciones de moverse se arrastraban por todas partes como una invasión de gusanos, sobre la tierra endurecida por el hielo.”

20 de enero. Nueva expedición por las ruinas del Lager: unos nabos helados arrancados con un pico de un enorme montón, un bidón de agua y una batería de camión. Se oye continuamente y se ve a lo lejos a la Wehrmacht retirarse. Dos judíos se pelean a cámara lenta en la cocina por un puñado de patatas podridas.

21 de enero.- Potaje y un poco de orden.

22 de enero.- Incursión en el campo de los SS. La abnegación de Charles.

23 de enero.- Patatas y difteria.

24 de enero.- Cadáveres. Los “ricos” del barracón 14. Cadáveres. Una industria de velas. Cadáveres.

25 de enero.- La agonía de Sómogyi.

26 de enero.- Zarabanda.

27 de enero.- ¡Los rusos!


En el Lager nunca es mañana por la mañana.



miércoles, 23 de enero de 2013

Epístolas morales a Lucilio (4). Séneca.



Vigésima segunda.-
Persiste Séneca en la necesidad de abandonar los cargos públicos. Solo quien conoce los detalles de las circunstancias concretas puede actuar, esto es, aprovechar la ocasión para liberarse, “antes de que una fuerza mayor  intervenga y le quite la libertad de retirarse.”

Vigésima tercera.-
Tal vez sea la máxima de Epicuro la que comprima con mayor acierto la filosofía de Séneca. Dice aquél: “Es penoso comenzar siempre a vivir”. Explica éste: “Y no puede estar preparado para la muerte quien apenas si comienza a vivir. Hemos de obrar de manera que hayamos vivido bastante…” Tres son los fundamentos de la sabiduría: el gozo que ha de ponerse en las cosas serias, en aquellas que hacen al alma jubilosa y esperanzada, elevándola por encima de todo, incluso, de la misma muerte. La buena conciencia, fruto de la honestidad en las decisiones, de la rectitud en las acciones, del menosprecio al azar y de la serenidad en el discurrir de la vida que recorre un camino único. Y la última, por ser el poso de todo, es la reflexión que pone orden en el interior de uno mismo y en las cosas. Por eso no es extraño que vivan mal “quienes comienzan siempre a vivir.” La epístola es de tal profundidad que obliga a hacer una lectura pausadísima.

Vigésima cuarta.-
Lucilio se muestra preocupado por el resultado de un proceso. Séneca le aconseja que no anticipe la desgracia, que cuando esta llega, o no es tan grave o no es duradera. No faltan ejemplos que seguir: Rutilio Rufo, Cecilio Metelo, Mucio y, por supuesto, Catón de Útica. “¿Qué, pues?, ¿te enteraste ahora por vez primera que se cierne sobre ti la amenaza de la muerte, del destierro, del dolor? Has nacido para estos trances.” Compendio del sentir estoico. El consejo de Séneca es empujar el alma, sacarla del interior donde se halla refugiada y exponerla no a la preocupación sino al verdugo mismo. “Me haré pobre: estaré entre la mayoría. Iré al destierro: pensaré haber nacido en el lugar al que se me envíe. Seré encadenado: ¿y qué?, ¿acaso estoy ahora libre? La naturaleza me sujetó a esta carga pesada que es mi cuerpo. Moriré: es decir, abandonaré el riesgo de la enfermedad, el riesgo de la prisión, el riesgo de la muerte.” La prosa de Séneca nos lleva al entusiasmo de estar tocando una verdad que ha permanecido oculta hasta ese mismo momento. Y ahí nos deja. Nos preguntamos si Lucilio llegaría a tomar posesión plena de ella, si aún permanecerá flotando a nuestro alrededor, si estamos más cerca o más lejos. Pero sigamos escuchando a Séneca: “Todo el tiempo que ha transcurrido hasta ayer, se nos fue; este mismo día, en que vivimos, lo repartimos con la muerte.” Vulnerant omnes, ultima necat.
Encuentro en esta carta más poesía que en la mayoría de las obras de los poetas del veintisiete.

Vigésima quinta.-
Reflexiona Séneca sobre la máxima epicúrea que aconseja: “Retírate en ti mismo en el preciso momento en que te veas forzado a estar entre la multitud.” Este retirarse en el interior de uno mismo exige haber alcanzado un cierto grado de sabiduría, haberse transformado “en un hombre tal que en tu propia presencia ya no te atrevas a obrar el mal”. En otro caso serás como el vulgo que prefiere “estar con cualquiera antes que consigo” y no conoce otro retiro que el “retiro entre la multitud”.

Vigésima sexta.-
Aunque Séneca ha rebasado la vejez al contar con una edad tan avanzada, para la época, como sesenta y tres años, “no siente mi alma el rigor de los años”, antes al contrario es ahora cuando el alma se siente más vigorosa y “salta de gozo y me plantea la discusión sobre la vejez”. Si en tan larga vida ha visto extinguirse tanto, ¿de qué ha de quejarse?, si acaso, esa postrera disposición “a comportarme como si no quisiera todo aquello que me complace no poder realizar.” La vejez, que torna suave el camino por el que la vida desciende hacia la muerte, busca el testamento vital de la “calidad de tus obras”. No olvida Séneca “dotar a esta carta de las provisiones para el viaje”, esto es de la máxima de Epicuro, que introduce con estas hermosas palabras: “Aguarda un instante, y el pago te lo haré con dinero de nuestra escuela [la estoica]; entre tanto el préstamo me lo proporcionará Epicuro.” Y la promesa es cumplida inmediatamente. Epicuro dice: “Medita sobre la muerte”, el pensamiento de Séneca profundiza: “Es una gran cosa aprender a morir”.  Quedan dos párrafos para concluir la carta. Nadie debería morir sin haberlos leído antes.

Vigésima séptima.-
Séneca reconoce exponer remedios desde la misma enfermería. Nada que no proceda del alma y en ella se genere, “proporciona el gozo perenne, seguro”. Esa es una “tarea que no admite sustituto… [ni] colaboración”. Séneca cuenta la historia del liberto Calvisio Sabino para ejemplificar que “la sabiduría ni se presta, ni se compra, y pienso que si estuviera en venta no tendría comprador; por el contrario, la insensatez se compra diariamente.” Empeñado el tal Calvisio en aparecer como sabio y consciente de su mala memoria para citar con orden a “troyanos y aqueos”, decidió comprar esclavos e instruirlos para que cada uno de ellos conociera de memoria ya la obra de Homero, ya la de Hesíodo, Alceo o Píndaro. El cándido Calvisio no atinaba a acabar las frases que sus esclavos le apuntaban durante sus pláticas con los invitados y recibió las puyas de su bufón, Satelio Cuadrato, quien le aconsejó “se hiciera con gramáticos para recoger frases”, aquellas que Calvisio dejaba caer de sus labios desmemoriados.

Vigésima octava.-
“Alguna vez procúrate un disgusto”, con esta enigmática frase concluye la carta. Si la leemos al revés, es decir, del final al principio, podemos sacar alguna conclusión. En el último párrafo Séneca se refiere a aquellos que procuran su curación convirtiendo sus defectos en virtudes, lo que no es sino una negativa a investigarse por dentro, a ponerse a prueba. Esta autojustificación presupone la ausencia de “conciencia de la culpa”, como indica Epicuro y convierte al hombre que así obra, en esclavo no sólo de los vicios propios sino también de los ajenos. Si hastiado de estos últimos decides abandonar el foro y emprender viaje para hallar tranquilidad, esta no aparecerá hasta que seas capaz de procurarte el disgusto de enfrentarte contigo mismo. “A nada útil conduce ese ajetreo… Huyes contigo mismo”.   

miércoles, 16 de enero de 2013

Nunca me abandones. Kazuo Ishiguro.



Hailsham. Tommy, Ruth y Kathy H.

Hailsham era un lugar hermoso: “el pequeño sendero que rodeaba la casa principal, los campos en las mañanas de niebla”. Recordar Hailsham. Los pabellones con las ventanas anormalmente altas, desde donde contemplar con esa indiferencia remota de la adolescencia, el último berrinche de uno de los nuestros, Tommy excluido del equipo de football. Kathy interviene tan subjetivamente en la rabieta de Tommy que el lector asiente cuando este cierra por fin la boca. Ese fue el primer encuentro de Kathy consigo misma, con su núcleo interno de cuidadora.


Unos meses después de la primera donación de Ruth, esta y Kathy recordarán las jirafas de Jackie y los poemas de Christy en los primeros años de secundaria en Hailsham. Y a Tommy que comenzaba “a no poner deliberadamente nada de su parte”, con esos dibujos nada creativos y tan infantiles. Tommy no se mostraba creativo y en Hailsham eso era un problema. Las donaciones misteriosas y sus ignotas consecuencias, la Galería donde se depositan las mejores obras creativas que realizaban los alumnos de Hailsham y la frecuencia con la que Madame giraba sus visitas al establecimiento “educativo” y su turbación ante la presencia de los hailshamianos, siguen vivas en el interior de Kathy. Como lo están los Intercambios, los Saldos o los acerados discursos de la señorita Emily, la jefa de los custodios.


Ruth primero inventó toda una cuadra de caballos, luego formó la “guardia secreta” de la señorita Geraldine, la mejor custodia de Hailsham, sobre la que pesaba una conjura para su secuestro. Una tarde de lluvia bajo el alero de uno de los edificios de Hailsham, Ruth revelará a Kathy el enigmático origen de un estupendo plumier. El tipo de cosas que pasan en un lugar como Hailsham.

A estas alturas de la narración ya sabemos algunas cosas que convierten a Hailsham en un lugar especial. Los niños que allí se encuentran son distintos, han sido engendrados, no sabemos de qué forma, para ser destinados a la donación de órganos y convenientemente esterilizados. De alguna forma y ese es un acierto de Ishiguro, donación y sexualidad están íntimamente unidos y, hasta cierto punto, compensados. La señorita Lucy se ve obligada a servir de punto de inflexión. A partir de aquello que se les explica desde muy pequeños a los residentes, sin que nunca llegue a explicárselo del todo, sus palabras ligeramente más claras trazan un intervalo desde lo embarazoso a lo sombrío. Y Kathy buscará un “encuadre” donde no aparezca nadie, un espacio de soledad que le permita huir de la realidad, sin llegar a perderla de vista.



Las Cottages, una granja donde los veteranos se comportar como personajes de series televisivas, es el destino de Kathy, Ruth y Tommy tras salir de Hailsham. Es allí donde la narradora se decide a desvelar lo que se venía sospechando, que los hailshamianos son seres humanos clónicos. Aparece entonces la inquietud de tropezarse con los “posibles”, el “original” clonado. Encontrarlo servía para tener “un barrunto de tu futuro… creíamos que si veías a la persona de la que tú [eres] una copia, alcanzarías cierto conocimiento de quién [eres] en lo hondo de tu ser”. Pero no todos opinaban igual, pues había algunos que pensaban que “nuestros modelos [son] algo irrelevante, una necesidad técnica para traernos al mundo, y nada más”. Podía admitirse tal forma de contemplar las cosas, pero la perspectiva de las donaciones parecía cambiarlo todo. Chrissie y Rodney, dos de los veteranos de las Cottages, consuelan su ansiedad con la posibilidad de que su amor les redima, durante tres años, de continuar con su preparación para las donaciones. Al parecer eso es posible para los alumnos de Hailsham, solo que ellos, Chrissie y Rodney no son hailshamianos. No todos los clones son iguales. Lo son, sin embargo, en el sentido de que se trata de meras copias de los modelos humanos, los cuales no son elegidos –contrariamente a lo que pudiera pensarse-, entre aquellos humanos especialmente valiosos, sino que se “nos modela a partir de gentuza. Drogadictos, prostitutas, borrachos, vagabundos.” Ishiguro sabe sacar partido a la confusión de estos seres humanos copiados de otros. 


¡El rincón perdido de Inglaterra!, Norfolk, allí es donde van a parar todos los objetos perdidos en Gran Bretaña. Un lugar lleno de sitios con ropa vieja, libros, discos, anuarios y tarjetas postales. Y el hallazgo no se consuma sobre lo perdido sino en las distintas formas que posee el tiempo para revelarse: nostalgia, recuerdos, pasado, ese es el orden. Pero un clon es un clon, o al menos eso debe pensar Ishiguro, y siempre buscará a quién echarle la culpa de ser como es: el clonado parece ser el mejor candidato.

 Kathy, cuidadora de donantes, lleva una vida solitaria. Le gusta ensimismarse en sus pensamientos a los que se ha acostumbrado durante los largos once años que se ocupado de los donantes. Cuatro años antes, supo que Hailsham cerraba y se sintió un poco huérfana. Tal vez por ello buscó a Ruth que se reponía en Dover de una donación sin éxito y a Tommy que lo hacía en Kingsfield. Primero fue la cuidadora de Ruth y luego de Tommy. La especial relación que siempre mantuvo con este se consolida después de la desaparición de Ruth. Es entonces cuando el rumor tantas veces escuchado de que las parejas verdaderamente enamoradas pueden obtener un aplazamiento en su destino de donantes, les lleva a Tommy y a Kathy hasta el domicilio de la señorita Emily. Esta desmiente el rumor, pero entonces Kathy lanza la gran pregunta: ¿A qué viene tanto trabajo y estudio en Hailsham si al final nosotros, los clones, no tenemos más destino que donar y morir? La respuesta puede que esté en la misma Kathy. Quizá Hailsham fue construida como fábrica de recuerdos.