sábado, 12 de julio de 2025

El afuera. Margarita García Robayo

 


Encara uno la lectura preguntándose quién será esta que comienza confesando que lo que entrega a la imprenta no es más que un puñado de notas recogidas en un cuaderno con el que se tropieza en una mudanza. Y terminas ciento setenta y dos páginas después abrazando el libro. Emocionadamente agradecido por las horas que has pasado conversando con una persona inteligente, sensible y profundamente humana. Y eso por menos de veinte euros.

Escribir es siempre elegir y, por tanto, fragmentar la realidad desde la perspectiva absolutamente subjetiva de quien afronta la tarea de decir algo, y acepta el fracaso de “pensar en todo lo que no podía decir porque no sabía cómo”. Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia, 1980) es mujer, madre y escritora, y se muestra en esta triple condición con una honestidad envidiable.

El tema elegido para hablar es el afuera. El afuera es el problema porque no es amable ni almidonado. Es “todo aquello que no está contenido en el perímetro en el que un individuo erige su familia”. Algo que se torna especialmente doloroso cuando se es madre. Espera a sus hijos a la salida del colegio y lo hace con paciencia, circunstancia que conduce a que la tomen por una niñera, no por una madre, porque estas apresuran la recogida de sus hijos. Ahí, afuera, uno está solo. Ella se calzaba audífonos para espiar lo que otras madres decían y luego seguía escuchando en el chat del grupo de madres del colegio. Una médica hablaba de vacunas y una psicóloga de la conveniencia de “repetir las rutinas paliativas”.

Llega luego el período de confinamiento por la pandemia.  “En estas primeras semanas de encierro me sentaba a mirar a mis hijos cando dormían. Me preguntaba qué escenas horribles de ese día se habrían llevado pegadas al sueño y quería limpiárselas, fregarlos con algo que hiciera desaparecer lo tóxico, lo impropio, lo malo”. El lenguaje es el antídoto. Lee a sus hijos, les transmite la riqueza de las palabras, de las palabras maternas, no las de las pantallas.  Confiesa “quiero atiborrarlos de palabras hasta que queden apretados. Armados hasta los dientes. Un lenguaje para defenderse allá afuera: es todo lo que tengo para darles”.

La soledad del ahí afuera, esa circunferencia que trazamos a nuestro alrededor de la que nos habla Margarita García Robayo cuando adquirimos conciencia y en la que entran muy pocas personas, un halo de soledad en el que es difícil construir y caminar. Mientras leía este libro apareció en las noticias las declaraciones del tenista A. Zverev tras su participación en Wimbledon que me sobrecogieron: “A veces me siento muy solo ahí fuera. Sufro mentalmente. Lo llevo diciendo desde después del Abierto de Australia. Sí, simplemente no lo sé. Estoy intentando encontrar maneras, intentando encontrar maneras de salir de este embrollo. De alguna manera, sigo volviendo a caer en él. En general, me siento bastante solo en la vida ahora mismo, lo cual no es muy agradable”. Ahí, en el afuera del que nos habla la escritora colombiana.


sábado, 5 de julio de 2025

La familia Martin. David Foenkinos

 


Leo a David Foenkinos (París, 1974) para tomarme un respiro. Y la afirmación tiene intenciones halagadoras. Sus historias siempre resultan interesantes y están construidas con una prosa vivaz y cercana. Admiro su capacidad para atrapar al lector desde el inicio mismo de la novela. No tardas en identificarte con personajes, situaciones y emociones.

Esta que comentamos hoy data de 2021 y nos habla de la extraña ambigüedad que aparece entre ficción y realidad. Un escritor sale a la calle dispuesto a meter las narices en la vida de los demás, como último recurso para aliviar su pobreza narrativa. Es entonces cuando la ficción se inmiscuye en la realidad para cambiarla radicalmente. Pero no pensemos que estamos ante un ejercicio de metaliteratura ni frente a una alambicada forma de crítica literaria. Nada de eso. Los personajes están ahí, a la espera de que el autor llegue para cambiar sus vidas y dispuestos instrumentalizar al escritor para transformarlo a su vez.

Superada la primera sorpresa, Madeleine Tricot está encantada de que un escritor quiera contar su vida. A la gente le gusta hablar de sí misma. Nos encanta que alguien se preste a escuchar nuestra historia, que lo haga con interés y se muestre dispuesto a dejar constancia de nuestro paso por el mundo en un libro. Juega con ventaja Foenkinos, pero como el mismo nos advierte “seamos sinceros, la felicidad no le interesa a nadie”, así que hay que indagar un poco para que aflore a la superficie aquello que permita alimentar el interés del lector.

Cada uno de los miembros de la familia Martin tiene sus propios problemas. Unos tienen su origen fuera y cristalizan en la convivencia, otros son los propios del paso del tiempo que araña la superficie del amor y hace que todo pierda el lustre, luego están aquellos que se mueven con algo más de holgura en la cadena de acontecimientos que precipita la llegada del extraño a la familia. Mi personaje favorito es Patrick, el marido de Valérie (la hija de Madeleine) que víctima de un acoso laboral toma una decisión deliciosamente atrevida cuya originalidad lo reintegra al núcleo familia con trazas heroicas.

Lo mejor de todo es que Foenkinos es dueño pleno de su relato y de sus personajes, y no le duele en prendas convertirse a sí mismo en catalizador que permite a los Martin recuperar la plenitud de su vida familiar. Seres humanos sedientos de lazos afectivos y conexiones verbales.

La última novela publicada por el autor parisino es La vida feliz en la que el protagonista acaba poniendo en marcha una empresa de pompas fúnebres muy peculiar. 


martes, 1 de julio de 2025

Los hombres no son islas. Nuccio Ordine

 



La carta que Albert Camus escribe el 19 de noviembre de 1957 a su maestro, Louis Germain, se ha convertido en uno de los más altos testimonios de cómo un magnífico y apasionado docente había podido cambiar la vida de un estudiante nacido en una familia pobre de Argelia, sin padre (muerto en la guerra) y criado con los sacrificios de la madre (casi sorda y analfabeta) y de la abuela. En contra de la opinión de los familiares que empujaban a Albert a encontrar enseguida un trabajo para ganarse la vida. Germain lo prepara gratuitamente para el concurso de una beca de estudios en el liceo Bugeaud. Camus tenía apenas once años. Treinta y tres años más tarde, al recibir el reconocimiento más prestigioso que se destina a un literato, Albert expresa su gratitud al educador que le había ofrecido la oportunidad de ser cuanto había llegado a ser. El 19 de diciembre, Camus dedica al mismo Germain el discurso que pronuncia en la ceremonia de Estocolmo.

 

«Querido señor Germain:

He esperado a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto.

No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Lo abrazo con todas mis fuerzas».

Albert Camus

 

Todos reconocemos en esa carta una verdad que nos traspasa. Hay verdad en ella porque es valiosa. Está repleta de significación y de sentido. Camus se expresa desde la gratitud y la modestia. El ejemplo del profesor ha infectado al alumno. Sobre esta verdad una sociedad puede levantar palacios. 

Postdata: El texto está extraído del libro de Nuccio Ordine titulado Los hombres no son islas, publicado por El Acantilado.

 


sábado, 28 de junio de 2025

Elogio de las virtudes minúsculas o la excelencia en clave menor. Marina van Zuylen

 


El ensayo de Marina van Zuylen nos habla de la mediocridad, pero no en el sentido peyorativo que posee en la sociedad actual, sino en el “muy honorable sentido de la palabra”, es decir en lo que los antiguos llamaban “aurea mediocritas”, ese territorio que guardaba las distancias entre los excesos, y convertía la mesura y el equilibrio en signo de virtud. La autora es consciente del peligro que conlleva optar por el término medio porque semejante planteamiento supone haber alcanzado cierto éxito, sin el cual “es muy difícil detenerse a pensar en los pros y contras de la vida suficiente”. Este concepto de “vida suficiente” es el que quiere la autora convertir en referente de una vida que sabe salir del engreído yo y presta atención al punto de convergencia con el otro.

    El anuncio del fracaso relaja la lectura. Conscientes del “síndrome de la insuficiencia” al que en buena medida se refería Schopenhauer (es decir, el ciclo carencia-gratificación-hastío que se repite continuamente), la autora busca potenciar cualidades más discretas, como la honestidad y la dignidad. Tarea nada sencilla porque exige suspender los juicios de valor “y observar la vida mientras sucede, atentos al proceso más que al resultado”.   Comenta a este respecto Marina la sutileza del artista belga Jacques Lizène (1946-2021) que practicaba una estética de la mediocridad, un arte en el que el talento carecía de relevancia, actitud fundamental para la búsqueda de la importancia de lo que no tiene importancia. Algo así como el arte sin arrogancia.

    La vida suficiente abre los ojos a la belleza y la brillantez, y relega la envidia y la rivalidad. Se centra en las menudencias, en los comentarios pasajeros, en las emociones sencillas para acercarse a otra forma posible de pensamiento que no es el que emana de nuestra interioridad, siempre solipsista y etiquetadora, sino el que pone de manifiesto la opacidad que preside las interacciones con los demás. Aceptar la opacidad, dice Marina, “es una forma de interpretación íntima”. La filósofa canadiense E. Manning, que dirige un laboratorio de pensamiento en movimiento relacionado con el espectro autista, dice: “La suspensión del juicio… es un estado infinitamente más difícil de mantener y de trasladar a un activo. Si no convertimos a alguien en un tipo, en un símbolo, entonces no tendremos la capacidad de valorar su actuación y por extensión, la nuestra. Esta suspensión deshace el nudo competitivo que obstaculiza el diálogo… menospreciar a personalidades en apariencia nada excepcionales (ya formen parte de la ficción o de la vida real) podría indicar que solo sabemos relacionarnos con ellos si ya se encuentran dentro de nuestras preexistentes categorías de éxito y fracaso”. La opacidad es concepto clave de transformación que fuerza a desproteger aquello que nos separa para, como dijo, Judit Butler “ser reconfigurados por la existencia de los otros”.

    Comparto las dificultades de las pretensiones que persigue la ensayista, pero admiro su trabajado intento de hacernos comprender algo que puede ser revolucionario: “Qué diferentes serían nuestras interacciones con los otros si tuviéramos la paciencia de esperar a que se manifieste lo que no resulta enseguida evidente y, sin embargo, está a punto de aparecer”. Lectura exigente, pero iluminadora porque nos muestra la invisibilidad de lo evidente.

    La información que tenemos de esta profesora de Filología Francesa y Literatura Comparada en el Bard College (universidad privada de las artes liberales) en el estado de Nueva York, es escasa. En una entrevista para una revista francesa dijo: “Dejemos de buscar a las personas que nos hacen quedar bien”.


sábado, 21 de junio de 2025

Los cachorros. Mario Vargas Llosa

 


Esta obra se publicó en 1967, se trata de un hecho real que ocurrió en Perú y que Vargas Llosa había leído en un recorte de periódico hacía años: la emasculación de un muchacho por el ataque de un perro.

El término “cachorro” alude al adolescente inmaduro que se conforma con las reglas del grupo. Cuéllar que así se llama el adolescente que sufrió la castración ve como la actitud hacia él, de sus padres, de los profesores y de sus compañeros cambia totalmente y va a ser conocido con el apodo de “Pichulita”. Cuéllar intenta demostrar su virilidad a través de los deportes,especialmente el futbol que nunca había practicado y creyendo que al ser la afición preferida de sus amigos podría integrarse en el barrio.

Poco a poco el protagonista asume su castración irreversible y las consecuencias que esto le va a acarrear en su vida adulta. A la vez que va pasando el tiempo va alejándose del grupo y reaccionando con manifestaciones violentas e impropias que terminan en un desgraciado final.

Lo más destacable en la lectura de esta obra es la velocidad narrativa y su viveza.  Nunca sabemos quién es el narrador, hay un juego continuo entre la primera persona narrativa y la narración:

                Lo vieron pasar uno, dos, y al tercer tumbo lo vieron, lo adivinamos meter la cabeza,

               Impulsarse con un brazo para pescar la corriente, poner el cuerpo duro y patalear.

              Entonces volvíamos a nuestra casa, y se duchaban y acicalábamos.

La primera persona representa la voz de uno de los cachorros, pero sin saber cuál porque todos ellos forman una unidad. El nosotros puede incluir al lector. Cuèllar va pasando por todas las fases de la vida: infancia, adolescencia, juventud y madurez a la que nunca llega psicológicamente.

A Los Cachorros se la relaciona con otras dos de sus obras: La ciudad y los perros y La casa verde, pues ambas tratan sobre la adolescencia y la juventud.

Como queda patente en esta obra, así como es sus primeros libros, los dos citados anteriormente junto con Conversaciones en la Catedral (una de sus grandes obras), La guerra del fin del mundo… el premio Nobel utiliza una jerga típica de su Perú natal, con una narración dinámica, diálogos coloquiales y frescos, donde sus personajes hablan de forma natural y espontánea, lo que da a las conversaciones un tono realista y auténtico y un estilo trasparente y claro.

Ore-Mari

sábado, 7 de junio de 2025

Simios apóstoles. Juan Bonilla

 


Juan Bonilla (Jerez, 1966) es poeta, narrador, periodista, ensayista, editor, articulista y traductor. Dirige la revista Calle del Aire que publica la editorial Renacimiento. Recoge en este volumen “reflexiones y ocurrencias muy al tuntún de los días”. Algo que es muy de mi gusto.

En Simios apóstoles, Bonilla nos habla en primer lugar de ese deporte al que ha dedicado la mayor parte de su vida intelectual: el periodismo cultural. Su extraordinaria capacidad para cambiar las cosas de sitio le permite aprovechar las citas de Gómez de Serna, de Francisco Rico o incluso de Harry el Sucio para poner de manifiesto que lo importante es la capacidad que el crítico tenga de emocionar, “entendiendo emocionar como movernos hacia alguna parte distinta al punto donde estamos”. Rechaza la crítica destructiva y nos advierte del peligro constante de una clase de periodismo que busca procesos de verificación a partir de filtraciones interesadas.

Completa Bonilla unas estupendas páginas dedicadas a la fotografía en el apartado de Fotogenia. En especial las que dedica a Chema Madoz y a Frances Woodman. Quien tenga interés en este arte puede muy bien comprar el libro leer estas páginas y cerrarlo. Habrá amortizado de sobra el precio. No menos atractivas resultan aquellas en las que el jerezano nos entretiene con amenidad hablando de Borges y Bioy. Pareja que gozaba “repitiendo las desdichas [y debilidades] de todo el mundo”.

Antes que nada, el lector, dice Bonilla, es un elector. Alguien que de alguna forma libera la vida contenida en el libro “y al abrirlo le diga: levántate y habla”. Leer “es ocuparse, o sea, llenarse de algo, encargarse de algo”. Usando a Don Quijote como señor “de los lectores activos”, indica Bonilla que forman estos una especie capaz de “agrandar la propia literatura, aquellos que se diría impelidos para utilizar lo leído con afán de llegar a un sitio distinto que, estrictamente, no estaba en el texto utilizado de trampolín”.

En el marco de la cultura de la cancelación, Bonilla hace referencia no solo a aquellos que pretenden que confundamos vida y obra de escritores y artistas, sino especialmente al impacto que la misma provoca sobre determinados aspectos humanísticos. En este sentido cuenta Bonilla la experiencia que tuvo cuando pretendió hacer una exposición sobre la figura de Lolita, el personaje de la novela de Nabokov. La institución después de estudiar el proyecto admitió que la exposición parecía necesaria, pero “no vemos razón alguna para que seamos nosotros quienes corramos el riesgo de hacerla y generar una polémica que mancharía nuestro prestigio”.

Se muestra Juan Bonilla espléndido al ceder a la tentación de decirnos que la Cultura es sobre todo una tarea que genera entusiasmo. “Me acordaba de instantes importantes, si importar significa traer de fuera lo que uno no produce por sí mismo…, de cuando yo tenía 18 años y [Borges en Sevilla] hablaba de la filosofía como una rama de la literatura fantástica… de una tarde en la Universidad Autónoma de Barcelona [donde un historiador enseñaba] que los sumerios al verbo escribir le llamaban ‘hacer surcos’, o sea, sembrar, y al verbo leer le llamaban ‘recoger el fruto’… Y recuerdo una conferencia de Carmen Martín Gaite acerca de que… en el mismo momento en que está siendo escrito [cada texto] ya está inventando de algún modo a su interlocutor futuro”.

 


sábado, 31 de mayo de 2025

La peste del año 1429 en Sotillo de la Ribera (Burgos)

 



(REGLA Y ORDENANÇA DE La Confradía DE El Apostol San Pedro)

“SEPAn todo los fieles Xptianos. que en el año de mil quatrocientos y veinte y nueue años embio Gran pestilencia mortifera en la maior parte destos Reynos de Castilla: y fue este lugar de Sotillo (Aldea de Gumiel de mercado) uno de los aquien sobrevino esta plaga en el dia Catorce de Diciembre de dicho Año. Duro esta Pestilencia en este lugar hasta diez y siete de Junio de el año de treinta, y murieron hasta Treinta y nueue personas i las mas dellas eran de tierna hedad. Viuíamos aquello con gran confussion y susto los que por la diuina Prouidencia estayamos libres de Contagio.

(…) Y determinamos unanimes, y conformes haçer doçe Candelas ahonor delos doçe apostoles de igual çera y pauilo y se ençendiesen como se hiço en la Parrochia de S. Agueda todas auntiempo y Ordenamos que en el interin que ardian fuesemos todos descalços como fuimos en Proçession ala Hermita de Nra. Señora de Prado Redondo extra muros de estelugar que dista del como medio quarto de legua aquien pedimos con deuocion interçediesse con su Precioso hijo Nro. Redentor fuese seruido de quitarnos tal contagio y tribulación y darnos conocimiento por medio delas dhas. Candelas qual delos doze Apostoles fuesse Nro. Patron siendo Nra. Determinada Voluntad lo fuese aquel cuya Vela durasse mas: que para Sauerlo sepuso en cada una el nombre del Apostol aquien se de dicaua.

Otorgó la diuina Piedad este gusto aNro. Deuoto Çelo, y remedio a Nra. necessidad, y auiendo buelto ala Iglessia se acauaron todas las Candelas Saluo la del Señor S. Pedro la qual fue puesta en el Cirio pasqual por martin Sanchez cura destelugar tañendo las campanas.

La Proçession fue mui  Solemne y acompañada de muchas lagrimas y deuocion. Estauan à la saçon siete personas dolientes desta pestilencia en manifiesto peligro dela Vida, y quedaron los dichos siete, buenos cuyo sucesso es euidente y se puede atribuir a milagro, y desde entonces çesso dicho contajio.

A gradecidos atan Singular fauor reciuido dela mano Poderossa del Señor y considerando que era efecto de la interçesion del Glorioso Apostol S. Pedro instituímos guardar su festiuidad y especial mente la q. se llama vincula Sancti Petri que es primero de Agosto y decir Missa para que como el fue librado delas Cadenas delos Judios en semejante dia, nosotros y los demas hermanos quenos suçedieren lo seamos de tal contagio y delos peligros y tentaciones deste mundo. 

(…) E yo el dicho cura Martin Sanches lo escreui y firme en Sotillo en ueinte y quatro de Junio año del Naçimiento de nuestro Saluador, de mil quatro cientos y treinta años.  Martin Sanches.

 

La peste negra surge en Asia, y acabó con un tercio de la población de Europa. El brote más grave de la epidemia se dio en 1348, y se repitió en sucesivas oleadas, más locales, hasta 1490, y llegó finalmente a matar a unos 200 millones de personas. (Wikipedia)

EFRÉN ARROYO ESGUEVA


sábado, 24 de mayo de 2025

El volumen del tiempo I. Solvej Balle

 



Thomas Selter prepara el té en su casa de piedra de dos plantas situada a las afueras de Clairon-sous-Bois. Después sale. Llueve. Es noviembre. Dieciocho de noviembre. Su esposa Tara Selter ocupa, sin que él lo sepa, la habitación de invitados que da al jardín y a una leñera de la casa. Durante todo un año será siempre el mismo día, ese dieciocho de noviembre en que Tara Selter vive consciente de la anomalía temporal que se ha producido. El tiempo ha entrado en una nueva dimensión y cuando termina el día vuelve a empezar. Solo para Tara el tiempo sigue siendo lineal.

T & T (Thomas y Tara) se dedican a la compraventa de libros antiguos y están especializados en libros ilustrados del siglo XVIII. El diecisiete de noviembre, Tara viaja a Burdeos para asistir a una subasta donde adquiere alguno de los ejemplares en los que sus clientes tienen interés. Al día siguiente parte a París, allí compra algunos libros más y visita a su amigo Philip Maurel que tiene un establecimiento dedicado a la numismática. Tara repasa los acontecimientos de esos dos días. Duerme la noche del dieciocho de noviembre en el Hôtel du Lison y al despertar poco a poco se va dando cuenta de que el nuevo día sigue siendo el dieciocho de noviembre.

La autora de la mano de su protagonista Tara intenta comprender la mecánica del dieciocho de noviembre cuyas reglas son completamente opacas. Su primera reacción es contarle a Thomas lo que está sucediendo. Thomas la cree y eso parece animarla, solo que, naturalmente, cada nuevo día es otra vez el mismo y Tara se ve obligada día tras día a darle cuenta a su marido del bucle temporal en el que están atrapados. Pronto Tara cae en la cuenta de que “Thomas estaba sometido a las leyes del olvido y yo llevaba acumulados demasiados días en mi memoria. Thomas se hallaba prisionero en la eternidad, mientras que yo me dirigía, lenta pero segura, hacia mi tumba”. El tiempo los separa irremisiblemente porque solo Tara vive en un tiempo “que devora el mundo”.

Tara experimenta un tiempo radicalmente distinto en el que “nada va a germinar ni crecer. Me he quedado sin estaciones. Los días no fructifican. Simplemente pasan, y yo los acompaño mientras engullo mi mundo y presto atención al fantasma de la casa [su marido, Thomas]”.

Recientemente se ha publicado el segundo volumen de la novela que está integrada por un total de siete. Solvej Balle ((Sonderjylland, Dinamarca, 1962) acomete un proyecto literario en el que investiga la soledad humana desde una perspectiva ambiciosa y singular. Pocas veces tiene el lector una oportunidad literaria como esta. 


sábado, 17 de mayo de 2025

El libro de las hermanas. Amélie Nothomb

 


Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) es una escritora belga. Reside en París. Su familia procede de Bruselas. Su padre fue embajador en China, Japón, Laos, Birmania... Su producción literaria en copiosa, prácticamente publica una novela todos los años. Me suscita interés esa necesidad de expresarse. He comenzado por la última, El libro de las hermanas.

Las extraordinarias capacidades que desde su nacimiento evidencia Tristane pasan inadvertidas para sus progenitores cuya paternidad no les ha hecho abandonar su estado de adolescencia. Tristane toma contacto con la realidad muy pronto y aprende a adaptarse utilizando recursos que no dejan de sorprender al lector. Durante los primeros cinco años de su vida la falta de amor no hace sino prepararla para lo que vendrá después con la llegada de su hermana Laetitia y sus primos, los hijos de Bobette, la hermana de Nora, la madre de Tristane. Sus ojos apagados dicen lo que su nombre pone de manifiesto. “Papá y mamá son muy buenos, pero prefieren jugar entre ellos, no les gustan los juegos de niños, tienen unos juegos muy singulares y para mayores, nunca han sido niños, nosotras nunca seremos mayores”, le dice Tristane a Laetitia en la cuna.

Tristane estudia Letras en la Sorbona, pero termina trabajando en una empresa de datos, trabajo que es de su agrado porque le permite leer tres horas al día. Se aleja de una madre mezquina y de un padre con el que las pocas cosas que comparte son insuficientes para darle brillo a una mirada que sirva de soporte a las relaciones afectivas.

El texto de la escritora belga se lee con facilidad y buen ritmo, pero en los diálogos y en la limitada capacidad de introspección que presenta la protagonista (durante una fase de la novela habla con su prima muerta Cosette y con un psicoanalista) se aprecia la enorme carga que los padres pueden dejar en sus hijos.

La novela, justo es reconocerlo, se presenta como un canto al amor fraternal por cuanto expresa cómo las hermanas tejen entre ellos una red de afectos que suplen las incapacidades de los progenitores. Una hermana puede ser un ángel protector.

La traducción, espléndida, es obra de Sergi Pàmies.


sábado, 10 de mayo de 2025

Leonard y Hungry Paul. Rónán Hession

 


Se trata de la primera novela de Ronán Hession (Dublín, 1975) que conoció un notable éxito cuando fue publicada en Irlanda en 2019. Ahora la editorial Alfa-Decay la traduce para nosotros.

Es la disposición natural poco convencional de ambos protagonistas, Leonard y Hungry Paul, la que fuerza a hacer una lectura un poco a contrapelo. Su relación de amistad es exclusiva y tal vez excluyente. No tienen relaciones sociales fuera de ella. Sus circunstancias son parecidas, aunque presentan notables diferencias. Leonard tiene un trabajo a tiempo completo. Hungry Paul solo trabaja un día a la semana, los lunes, de cartero. Leonard se ha quedado huérfano recientemente, y Hungry Paul vive en casa con sus padres jubilados o en el último tramo de su vida activa. No son dos adolescentes, sino dos hombres entrados ya en la treintena, si bien mantienen frente a la vida una actitud expectante. La singularidad de la obra está en el retraso deliberado de los dos protagonistas en asumir las responsabilidades propias de la edad adulta. Y su acierto radica en la sutileza con la que el autor maniobra para colocar al lector frente a dos jóvenes singulares que están dispuestos a esperar cuanto sea necesario para no convertirse en víctima de la estupidez del mundo actual, aun a riesgo de parecer estúpidos. 

Hungry Paul decide tomar parte en un concurso convocado por la Cámara de Comercio. Lo hace no buscando el premio, sino “por resultar útil a la sociedad”, en cierta forma como una continuación del Scrabble fuera del tablero de la mesa. Y es que Leonard y Hungry Paul “viven en el estrecho filo entre la pasión por los juegos de mesa y la aversión a los manuales de instrucciones”. Esa es la clave. Hungry Paul y Leonard se encuentran frente a la multiplicidad de instrucciones que reciben de los demás que tratan de convertirlos en su propio juego, el juego de vivir como adultos con todas esas instrucciones de responsabilidad, madurez y autonomía, pero nuestros protagonistas saben desembarazarse de semejantes exigencias. Son sabios a su manera: “Vamos a dejar de ponernos a prueba. Vamos a ser felices, ahora que todavía podemos”, le dice Hungry a su hermana Grace. 

Leonard es la pieza del puzle que encaja en la que posee Hungry Paul. Si la tendencia natural de este es la calma, la de Leonard es el repliegue, la burbuja cerrada sobre sí misma. Eso hace que los problemas a los que cada uno se enfrenten sean diversos. Hungry Paul tiene problemas con una caja de bombones, con los gemelos de la camisa, con su peculiar forma de disfrutar de los momentos guardando silencio. Los de Leonard viajan más a corto plazo, allí donde a menudo son los sentimientos los que mandan. Inicia una relación con una joven que tiene un hijo de siete años y tiene que aprender algunas cosas que no están en las enciclopedias para niños que se dedica a escribir.

Hay unas cuantas cosas que podemos aprender de esta pareja de amigos tan singular: la pedantería de la superioridad moral de aquellas personas que se ofenden en nombre de los otros (el incidente de la caja de bombones), la claridad mental natural que se obtiene de mantenerse apartado de los problemas que el mundo pone en el camino de quienes van buscándolos (en el tránsito de su trabajo como cartero eventual), no lamentarse por la leche derramada y concentrarse en limpiarla, o la renuncia a controlarlo todo porque ”sé que las cosas van a seguir su curso y no me paro a pensarlas demasiado”.


sábado, 3 de mayo de 2025

Ávila. La altura espiritual. Carlos Aganzo (texto) y Ricardo Sánchez (ilustraciones)

 



En la colección que Tintablanca dedica a las Ciudades Patrimonio de la Humanidad el periodista y poeta Carlos Aganzo ha escrito una bellísima semblanza de Ávila. La conoce muy bien porque no en vano fue durante muchos años director del Diario de Ávila.

Ávila es para los ojos porque “los pintores se han vuelto locos contemplándola. Los poetas, cantándola…”.

De su pluma nos enteramos de que, a la caída de la tarde, algunos días aparecen en las piedras de la muralla las inscripciones lapidarias escritas en latín y hebreo. La voz de los muertos en los lienzos de piedra.

Ávila de los Alfonsos, dice Aganzo con mucha razón: en 1116 el que luego sería Alfonso VII de León tuvo que refugiarse tras las murallas ante el acometimiento que contra su persona le dirigía el rey aragonés, Alfonso I el Batallador; también Alfonso VIII, el famoso de la batalla de Las Navas de Tolosa encontró amparo en Ávila. Es por eso que la ciudad ostenta los títulos de Ávila del Rey, Ávila de los Leales y Ávila de los Caballeros.

Obispo de Ávila fue el famoso Prisciliano que provocó el nacimiento del primer movimiento cismático, el priscilianismo, y que terminó preso y ejecutado acusado de brujería. Rescata Aganzo de la mano de Menéndez y Pelayo el himno de Argirio, un bello poema entre cuyos versos está este: “Tú, que ves lo que hago, calla mis obras”.

Guiomar de Zúñiga es la Julieta y Alvar Dávila, el Romeo. Al padre de ella, corregidor, no le gustó el tonteo de los jóvenes y expulsó de la ciudad al joven caballero. El balcón que se ve en la puerta del Rastro es el de Guiomar. Veinte kilómetros hay desde allí al castillo de Mironcillo, hogar del joven Alvar, pero aseguran que todos los días hablaban entre ellos usando banderas u hogueras. Cosas de leyendas.

Justo enfrente del balcón de Guiomar hay un pequeño jardín con el busto de Rubén Darío en recuerdo de su aventura amorosa con una joven llamada Francisca de Navalsauz con la que el poeta quiso casarse. Rubén se la llevó consigo a París, la enseñó a leer y todos se referían a ella como la princesa Paca. Durante muchos años Francisca guardó en su casa de Navalsauz manuscritos y cartas del poeta nicaragüense.

Las cuatro monjas muertas de miedo que pasaron la primera noche en el “palomarcico” del primero de los conventos, el de San José, que fundaría La Santa. Era la noche del 24 de agosto de 1562 y estos sus nombres: Antonia del Espíritu Santo, María de la Cruz, Úrsula de los Santos y María de San José.

No en Ávila, sino en Medina del Campo, coincidieron Teresa y Juan. “Ella tenía cincuenta y dos años, y andaba ya en su segunda fundación. El tenía veinticinco, y volvía a casa de su madre después de terminar sus estudios en Salamanca”. Allí le contó la monja Teresa aquel empeño suyo de “volver a la descalcez de la regla de san Alberto”. Unos pocos metros separan a san Juan de la Cruz en la torre de los Guzmanes de santa Teresa de Ávila, sentada frente a su casa natal.

Saliendo por la puerta del Adaja, las tenerías hebreas, al lado mismo de la ermita de san Segundo, que dicen constituyen una auténtica joya arqueológica, y que estuvieron en funcionamiento hasta el siglo XVII. Un poco más adelante, o río abajo, aparece el molino de la Losa. Uno no sabía, ignorante, que perteneció al cabildo de la Catedral de Ávila durante cinco siglos, hasta la de Mendizábal.

El Tostado, Alonso Fernández de Madrigal, el hombre más sabio de su época, era teólogo, filósofo, erudito y fecundísimo escritor cuya obra ocupaba quince enormes volúmenes. Fue obispo de Ávila y está enterrado en la catedral bajo un magnifico sepulcro obra del gran escultor Vasco de la Zarza. Estamos en el siglo XV y una misma persona puede abrazar la cátedra de Arte, Filosofía, Poesía, Latín, Griego y Hebreo, además de la Biblia.

Ávila, ciudad de cine, y Carlos Aganzo hace un buen repaso a este respecto, deteniéndose en la famosa serie de televisión dirigida por Josefina Molina y protagonizada por Concha Velasco. Escribe aquí el autor unas palabras muy certeras: “Lugar donde volver al pasado es tan sencillo como levantar los ojos y caminar en el presente recreando, imaginando, fantaseando con otra realidad”.  

“Ávila la casa”, dijo Unamuno y “Ávila el altar”, le respondió Benjamín Palencia. Casa y altar comparten los restos mortales de los dos presidentes que están enterrados en la catedral del Salvador de Ávila: Claudio Sánchez Albornoz y Adolfo Suárez González, juntos conforman dos de los valores que más echamos en falta hoy en día: libertad y concordia.

La duquesa de Valencia, doña Luisa María Narváez Macías, llamada la duquesa roja, que aseguran fue la única que se atrevió a abofetear a Franco por faltar a su palabra de restituir la monarquía tras la derrota de la República. Cedió al Estado el palacio de los Águila cuya apertura seguimos esperando desde hace más de veinte años.

La edición es de lujo por el papel, la tipografía, los márgenes, la encuadernación y, en especial, por las magníficas ilustraciones de Ricardo Sánchez.

  

sábado, 26 de abril de 2025

¿Cuál es tu tormento? El amigo. Sigrid Nunez

 




Con la pretensión de indagar hasta dónde se puede llegar cuando se quiere hacer realidad la pregunta de Simone Weil: “¿Cuál es tu tormento?”, la protagonista de la novela de Sigrid Nunez (Nueva York, 1951) presta su tiempo y capacidad de escucha a una multitud de personas. Asiste a la conferencia de un prestigioso intelectual sobre la actual situación del mundo, presidida por un capitalismo de vigilancia por sometimiento tecnológico, que conduce a un horizonte muy pesimista ecológico y humanista (una llamada de socorro frente al desliz autoritario al que se enfrentan las democracias actuales). Conoce muy bien al protagonista de la conferencia porque fue su compañero sentimental. Que  hay poca esperanza es lo que viene a decir, mensaje que la protagonista se ve forzada a traslada a la peculiar relación que mantiene con una amiga que está gravemente enferma, que se convertirá en la parte central de la novela.

“Creo que es muy cierto lo que oí decir una vez a un famoso dramaturgo, que no hay seres humanos verdaderamente estúpidos, ni vidas humanas que carezcan de interés, y que lo descubriríamos si estuviéramos dispuestos a sentarnos y escuchar a la gente. Pero a veces has de estar dispuesta a sentarte durante largo tiempo”. La pregunta que lanzó Simone Weil para dar sentido al amor al prójimo y que da título al libro no parece que tenga siempre el mismo significado. Y es que en ocasiones quien lanza la pregunta se arriesga a terminar atormentado.

El segundo de los textos precede cronológicamente al anterior y posee una mayor singularidad. Estamos ante una pieza literaria heterogénea que parte de un argumento sencillo: la protagonista se hace cargo del perro (un gran danés arquelín) de su maestro y mentor tras su muerte, y va poniendo de manifiesto las relaciones que paulatinamente van surgiendo con su nuevo compañero. El perro es grande y su apartamento pequeño. Además, hay dos problemas: pesa sobre el contrato de alquiler la prohibición de tener mascotas y el gran danés padece artritis.

Aunque la obra tiene magníficas páginas dedicadas al “enamoramiento” que surge entre la narradora y el “animal de apoyo emocional”, creo que la parte más interesante de la novela está en las múltiples digresiones que surgen en relación con la tarea de escribir en el mundo actual. En este sentido contiene reflexiones relativas a una cierta “desconexión que existe entre una vida llena de tecnología y una ficción sin ella”, es decir, que la tecnología funciona mal en la ficción, lo que se complica porque hoy en día se escribe “sin nada en las cabezas y nada entre las piernas”. Ninguna novela que se escriba en la actualidad va “tener efectos significativos en la sociedad”, de manera que es el éxito económico el único aliciente que la protagonista parece encontrar en los jóvenes que participan en talleres de escritura que ella imparte. La queja de los alumnos: “Por qué hay que leer libros que no obtuvieron beneficio económico”. La literatura se ha mercantilizado y politizado, razón por la cual “no puede cumplir con su tarea en una cultura” presidida por semejantes premisas.

Me sorprende un poco el éxito alcanzo por la novela que probablemente se deba a la estrecha relación que la narradora describe con su gran danés.

En mi opinión la escritora neoyorkina merece nuestra atención porque se esfuerza en manejar valores universales (verdad, caridad, justicia) a los que intenta dar un significado, una búsqueda de sentido que en cierta manera está muy ligada a la devoción.

martes, 22 de abril de 2025

El hereje. Miguel Delibes

 


El nacimiento del niño Cipriano Salcedo produjo la muerte de su madre por parto. Esto no se tradujo en un mínimo afecto del padre hacia el niño, sino todo lo contrario, que se refería siempre a su hijo como “el parricida”.

Para amamantar al niño, el padre contrató una criada, Minervina, que será uña y carne con el niño haciendo durante los primeros años de madre, de criada, de maestra, de catequista, de amante... Delibes va describiendo con frases cortas, verbo ágil y argumento conciso, la evolución del niño Cipriano, que es muy vivo y perspicaz, y todo lo pilla al vuelo.

Más adelante, el padre para apartarle de la influencia de su cuidadora, ingresa al niño en un colegio de expósitos, aprovechando la influencia de su hermano Ignacio que es oidor en la Chancillería de Valladolid. Allí, Cipriano endurece su personalidad con las experiencias vividas con sus compañeros, y sigue progresando sabiamente y afianzándose en su nivel cultural. Se vuelve muy escrupuloso en lo religioso, intentando hacer el bien, pero no para salvar su alma, sino principalmente, para ayudar a los demás a que se salven. Estos escrúpulos de la religión le acompañarán toda su vida, y se los irá planteando a lo largo de la novela a sus maestros, amigos, tutores y confesores.

Se nota que Delibes conoce el mundo rural y va dejando huellas de sus conocimientos, en los pueblos por los que pasa el padre de Cipriano, don Bernardo Salcedo, y más adelante en las ocupaciones rurales del hijo, don Cipriano: lo mismo con las costumbres, la caza o los animales, Delibes apuntala sus descripciones con palabras raras ya en desuso: perulero, escribanía, zarabanda, capillo, lubricán, escañiles, haldas, zamarros, conventículo... Obligándome a buscar en el diccionario su sentido exacto, que en parte ya te imaginas por el contexto.

Una vez muerto el padre, Cipriano hereda el negocio y lo hace progresar, y se sigue enredando en temas religiosos, visitando los predicadores más famosos de las iglesias de Valladolid o los curas de las iglesias de la comarca.

En aquel momento en la iglesia católica se produce una división entre los que están a favor de la reforma de Lutero y el espíritu erasmista, y los que están en contra. A Cipriano Salcedo le atrae lo más auténtico y cercano a la coherencia. Y comienza a visitar un conventículo de corte erasmista y luterano. Aquel conventículo clandestino de Valladolid, era una reunión de hermanos alentada por la fe y el temor como los primitivos cristianos en las catacumbas, como las de los apóstoles tras la resurrección de Cristo.

“Aquel día el conventículo iba a versar sobre las reliquias y otras supersticiones, advirtiendo que no pocas de estas creencias ridículas circulaban aún por nuestras iglesias y conventos y se respetaban como artículos de fe. Los engaños que se hacen con estas reliquias que sacan dinero de los simples como por pelearéis por muchas reliquias que os mostrarán en dos o tres lugares. El doctor Cazalla intentó demostrar que la reliquias eran algo innecesario y no solo inútil sino nocivo para la Iglesia, y que deberíamos esforzarnos para desarrollar ese culto por ir de nuestras costumbres religiosas, y lo unió con el tema de las indulgencias tan frecuente en su oratoria para vivos y para muertos se producían inevitablemente con el dinero de por medio y concluyó afirmando que estos negocios no sólo carecían de valor escriturístico sino que era evidente la falacia a la que daban lugar. (Página 279)

En Alemania los luteranos achacaban a los conventos católicos la vida licenciosa que se hacía en ellos, pero según otros, eran los religiosos luteranos los que mantenían en casa sus concubinas y lo que era peor se ufanaban y hacían gala de todo ello. El que Lutero contrajo matrimonio con una monja exclaustrada era un acto sacrílego, puesto que ambos habían hecho votos de castidad. Otros rebaten que la prohibición de casarse y sus peligros, y que era la decisión de un concilio y por tanto otro Concilio podía inutilizarla como había hecho la Iglesia griega.

Algunos conventículos eran un intercambio de improperios, dada la falta de preparación religiosa y a nivel cultural de sus asistentes. Ello conllevó que llegara a conocimiento de la Inquisición, y sus componentes apresados, y la mayor parte de ellos ajusticiados en la hoguera.

Cuando el tío de Cipriano, don Ignacio Salcedo, le visitan la prisión secreta de la Inquisición le abrazó y le dijo: "Algún día, musitó a su oído, estas cosas serán consideradas como un atropello contra la libertad que Cristo nos trajo. Pide por mí, hijo mío." ¡Es el Presidente de la Chancillería el que pide al preso (su sobrino), que rece por él! Es el mundo al revés. Con esa frase Delibes nos está sugiriendo una nueva interpretación de la novela.

En resumen. La definición de la palabra conventículo ("Junta ilícita y clandestina de algunas personas") podría ser un buen resumen de la obra. A pesar de la complejidad de la temática religiosa que implica "El hereje", Delibes lo describe de manera magistral, amena y didáctica, que te hace sentir partícipe de la descripción de cada momento en toda la novela.

 

Efrén ARROYO ESGUEVA


sábado, 19 de abril de 2025

Bienvenidos a la librería Hyunam-Dong. Hwan Bo-Reum

 


Solamente el título de este libro nos llevó a leerlo y el resultado fue muy gratificante.

Escritora coreana residente en Seúl autora de varias colecciones de ensayos, publicó en 2024 su primera y única novela por la que recibió el premio al mejor libro del año de los libreros de Corea y premio de los libreros de Japón a la mejor novela extranjera. “Quería escribir una historia que brindase consuelo y que diera fuerza a todas aquellas personas que se han esmerado demasiado en hacerlo todo bien y que han perdido la alegría de la vida”.

La protagonista, Yeongju, ha sido extremadamente valiente. Está viendo pasar su vida haciendo lo que los demás esperan de ella, sin que nada de ello le aporte algo por lo que sentirse feliz. Hasta que un día abandona todo y abre la librería donde rodeada de libros, Yeongju y sus asiduos clientes (Mincheol, adolescente al que su madre obliga a leer un libro cada semana, Jaongju, mujer que todos los días iba allí a hacer ganchillo…) logran crear un clima de auténtica complicidad, donde se resguardan del mundo tratando de hallar lo importante de la vida que cada uno de ellos anda buscando.

Mincheol ha encontrado en Seungwoo (escritor asiduo de la librería) un confidente en quien depositar sus dudas de adolescente: “Seungwoo, te hago tantas preguntas porque hay algo que me está atormentando, ¿debería dedicarme a algo que me gustase o a algo en lo que fuera bueno? quiero encontrar la respuesta. El único maestro de la escuela que me cae bien y da clases de coreano nos ha dicho: para encontrar la felicidad haced aquello que os guste. Todos deberíais encontrar algo que os guste hacer, algo que os entusiasme. En lugar de perseguir lo que la sociedad valora, haced lo que os guste. Si lográis encontrarlo, no vaciléis, no importa lo que piensen los demás. Debéis ser valientes”.

Seungwoo contestó a Mincheol: “Comprendo tu lucha interna y tu curiosidad. No se trata solo de una angustia adolescente; muchos siguen con estas preguntas a los treinta o cuarenta años. De hecho, yo hace solo cinco años he estado debatiéndome en torno a la misma duda. A pesar de tener los labios resecos y los ojos hinchados, me aferro con tenacidad a mi trabajo porque no puedo dejarlo ir. Estaba haciendo algo que me gustaba, ¿cómo iba a dejarlo? Sin embargo, no era feliz y me preocupaba la posibilidad de arrepentirme en un futuro si renunciaba a lo que me gustaba”.

La autora deja patente un reflejo de la sociedad coreana donde la dedicación extrema al trabajo, la poca relación familiar, la individualidad y en definitiva la soledad persiguen a los protagonistas de la novela. Una historia sencilla sobre la importancia de encontrar paz y aceptación en la vida y sobre el poder curativo de los libros.

Un libro sencillo, fácil de leer y donde se aprende de cada uno de los personajes.

 

Ore-Mari


sábado, 12 de abril de 2025

Abel. Alessandro Baricco



Advierte AB al inicio que “la libertad más absoluta es el privilegio, la condición y el destino de toda escritura literaria”.  No viene mal recordarlo en momentos como el actual.

En la plenitud que el ejercicio de esa libertad proporciona, Baricco llena de libros su mesa de trabajo y se pone a escribir una novela del oeste, un western cuyo protagonista es el sheriff Abel Crow, un auténtico pistolero. La madre de los Crow abandonó a sus seis hijos: Abel, el pistolero; Joshua, el loco; David, el Predicador; Samuel, el rico que explota minas; Isaac que murió joven y de la única mujer, la última en nacer, Lilith. Muchos años después la madre tiene un incidente en Yuba con unos caballos. La pobre mujer no ha hecha nada que lo merezca, esa es la verdad: un hurto de uso de un semental. Pura atipicidad. A pesar de eso, la colgarán porque en Yuba padecen la enfermedad mental de la perversión de la propiedad, algo bastante extendido en el Oeste. Esa circunstancia hace que los Crow se unan para liberarla.

Esa circunstancia le llega a Abel en un momento difícil de su vida, justamente cuando ha decidido dejar de disparar y aceptar el mismo destino que tiene una gota de lluvia cuando se desliza por el cristal de la ventana hacia el sur. Abel es un pistolero cargado de metafísica, aquella que en buena parte le proporcionó el Maestro, cuyo destino tiene mucho que ver con cierto barco pirata que se adentro hasta Magdalena acosado por una fragata francesa. El Maestro quedó ciego y durante muchos años un asistente le leía un libro detrás de otro. Así llegó hasta Hume cuya posición entre las causas y los efectos puede servir para que un pistolero se haga preguntas en el momento menos oportuno y acabe con una bala en el pecho.

El diez por ciento de la mente de Abel está continuamente ocupado por Hallelujah, allí no cabe ninguna otra cosa, solo ella. Pero Hallelujah tiene su propia historia y un pistolero no encaja más que como experiencia repetida. Durante un tiempo, Abel acompaña al juez Macauley al que se le daba bien separar a los culpables de los inocentes y aunque a veces colgaba a los criminales, otras veces les condenaba a aprender francés.

Un pistolero sabe que el que dispara acaba siendo disparado. Sabe que su trabajo es sobrevivir y se envuelve en una forma de poético heroísmo que es la epopeya de los pistoleros gilipollas que no necesitan más que una leve vibración para disparar. Pero, ay, la vida fluye para todos “como la sangre bajo la piel”.

Cuántas historias dejamos dentro en esas novelas del oeste que manoseadas intercambiábamos en los quioscos, y cuántas de esas historias siguen caminando junto a nosotros. Baricco (Turín, 1958) sabe que los pistoleros no envejecen.   


sábado, 5 de abril de 2025

A vuelo de pájaro. Cuadernos. Marcela Serrano

 


La obra que tenemos entre las manos pertenece a ese género ecléctico de los diarios y el cuaderno de notas del escritor. Ciertamente parece participar más de los primeros que del segundo porque todas las entradas están fechadas. Con A vuelo de pájaro la santiaguina confirma su giro de huida de la ficción que ya comenzó en su anterior novela El manto publicada en 2019.

El texto está dividido en tres cuadernos que se corresponden con el trienio de 2020 a 2023: Cuaderno de delicias, Cuaderno del asombro y Cuaderno del sol. El primero de ellos pertenece al año de la pandemia y la escritora se detiene constantemente en la búsqueda de las pequeñas cosas que dan significación a la vida, delicias que cobran vida en “el agua tibia de la piscina a la seis de la tarde”, en los olores del campo [Marcela vive mucha parte de su tiempo en una casa de campo situada en el valle de Mallarauco en la zona central de Chile], en el gallo que canta a lo lejos “probablemente dándome la razón”, en las uvas del parrón, en nuestra capacidad humana de lidiar con la ofensa…

La fugacidad y la fragilidad definen el asombro, fuerza motriz con la que la autora pone en marcha su maquinaria compositiva. Confiesa “escribo todo el día en mi mente. Luego olvido”. Lee con humildad y admiración hacia las palabras de los otros. Ve una serie turca, ama su soledad por encima de todas las cosas, mantiene una lucha constante contra las moscas y las arañas (no tolera su insolencia, su presencia impuesta), pasea con sus animales (perros y gatos), recibe las visitas de sus hijas, sus hermanas y su nieto Marcel por el que siente una inclinación absoluta.

El último cuaderno está dedicado a la plenitud, a disfrutar del sol en el rostro y dejar atrás las sombras. Viaja a Roma con su nieto “pájaros sobre el Tíber, helados de pistacho con nocciola, las visitas repetidas a Santa Maria Trastevere…

La lectura es una fiesta continua de encuentros y charla amena e inteligente. No bien entra uno se tropieza con Pessoa que saluda al sol en el último día de su vida, unos pasos más allá descubres la presencia de Borges advirtiendo a su contertulio que “no pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”. El discreto Homero que apela al refinamiento, a la elegancia, a dejar la estridencia fuera del espíritu acompañado de sus héroes y semidioses. La punzada de soledad de Canetti que insiste en “narrar y narrar para soportar la existencia y el dolor… para calmar -dice mirando a Pessoa- el desasosiego”. En el jardín está Oscar Wilde: “Una flor florece para su propia alegría”. Marcela dice que ella escribe “porque toda otra actividad me horroriza”. Fiesta literaria porque, al fin y al cabo, estamos ante el cuaderno de una escritora que cumple con sus deberes de anfitriona. Nos presenta a una pluralidad de escritores chilenos que no conocemos. La novelista Carla Guelfenbein (1959, Santiago) que “sabe hurgar en el alma humana”, el filósofo Roberto Torretti (1930, Santiago), a los poetas Armando Uribe (1933-2020), Jorge Teillier (1935-1996), Stella Díaz Varín (1926-2006), Elvira Hernández (1951, Lebu), Gabriela Mistral (1889-1957) y Rosabetty Muñoz (1964, Ancud). El poeta chileno Alfonso Alcalde (1921-1992) es uno de sus preferidos: “Hoy pedí prestado / el sol a mis vecinos / ‘una pobre hebra de luz’ / -les dije- / algo para andar / sobre la tierra / con una despavorida sombra / a cuestas”. A tus lectores, Marcela, les importa, y mucho, cuánto has leído.

Pero los Cuadernos están llenos de otras cosas, muchas otras. Hay pequeños cuentos (el de ‘La rana’ es exquisito), revelaciones (me niego a vivir en el mundo ordinario como una mujer ordinaria), reflexiones (la capacidad de amar termina por aturdirse ante la degradación moral), pequeñas pinceladas de sí misma y de su familia (una abuela vasca y una madre escritora), de preguntas sin respuesta (¿de qué mierda estamos hechos?), de música (Brahms, Beethoven, Satie… porque cuando la música llega arrasa con todo).

Marcela Serrano (1951, Santiago) es una escritora que apaga el ruido de muchos otros: es el silencio de la escritura hecha con buena letra.

 


sábado, 29 de marzo de 2025

El monte de las furias. Fernanda Trías

 


Llevaba ya un tiempo con ganas de leer a la uruguaya Fernanda Trías (Montevideo, 1976), cuya obra anterior Mugre rosa se me extravío entre otras lecturas. Al principio de su obra más reciente que lleva el sugestivo título de El monte de las furias hay una frase que yo creo resume la novela. La narradora cuyo verdadero nombre ignoramos escribe en la última hoja de sus cuadernos que “darte, la vida no te da nada, pero una se obstina en seguir viviendo”. Naturalmente que cuando eso ocurre, cuando la vida no te da nada, y nada le ha dado a la protagonista, pues no hay más alternativa que poblar de misterio la realidad.

Una brutalidad ancestral apegada a la naturaleza animal recorre la novela. Los personajes femeninos (la madre, la abuela, las mujeres de los testigos de Jehová) conforman un espacio emocional terrible. “Mi madre y yo permanecíamos amarradas por el cordón del odio, y yo quería soltar ese amarre. Vivía con ella, pero era como si viviera en un ataúd abierto en la sala”. El doble vínculo que la madre practica con su hija a la que da mensajes contradictorios de cariño y rechazo hace que el camino hacia la locura sea el único posible. Es allí, en la montaña, un destino que otros eligen para ella, donde el veneno que le corre por las venas tiene la posibilidad de ahogarse en la locura de la soledad.

La brutalidad de los personajes masculinos (el Celador, el hombre de la montaña, los que la expulsan de su casa) es incluso más destructiva porque está hecha de humillación, de olvido, de atropellado desprecio.

Y, sin embargo, uno no puede sino admirar la capacidad que tiene la narradora de los cuadernos de sobreponerse al veneno que la vida le ha insuflado en las venas. Asume un papel de cuidadora del que brota la milagrosa presencia de la vida suficiente. Cuida de la montaña, de su casa, del jardín, de la alambrada, del portón, de su vecino el Celador, de su madre cuando aparece con la apariencia de la abuela, de las mujeres de Jehová, de los cuerpos que van apareciendo…

Una de las mujeres de Jehová le dice a la protagonista: “Vos que fuiste abandonada por todos, que ni la luna te mira, ¿por qué no saltás a los brazos del Señor?”. Cualquier lo hubiera hecho, habría empaqueta sus cosas y se hubiera ido con ellas, pero la montañera ya ha dado el salto a un mundo propio no exento de lucidez. Confiesa que a ella nunca le enamoró la tristeza, pero tampoco aspiró a la felicidad. Prefiere la soledad tranquila del pajonal detrás de la escuela, allí donde aprendió que “la vida es un regalo difícil” que precisa de constante reinvención. “Yo pensé: si me cortan una mano, ¿de quién es la mano? ¿Y por qué, si me cortan una mano, mi yo se queda en el cuerpo y no se va con la mano? ¿La mano no soy yo? ¿O yo sigo siendo sin mi mano? Y si mi mano no soy yo, ¿dónde se aloja realmente la persona?”.

¿Podemos hablar de un cierto extravío? Tal vez, pero estamos ante una de esas obras que dejan poso en la memoria del lector y eso ya es mucho.  En el tercer cuaderno, el que comienza a hablar de los cuerpos, la escritora anota: “Los árboles pueden vivir añares con el troco completamente hueco. El que sabe de árboles no ignora que el tronco es casi todo madera muerta. Solo la parte exterior, por donde circula la savia, tiene vida. Así, el árbol está vivo y muerto al mismo tiempo”. Viva y muerta al mismo tiempo también está ella en un mundo propio de soledad extrema. Fernanda Trías nos mete ahí tanto tiempo como la literatura lo hace posible. Y lo hace consciente del riesgo que se corre cuando se trata de dar significación a un personaje insignificante.